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«Prometo comer sólo aquello que conviene a mi cuerpo … «

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rice-2.jpgRecuerdo, durante una estancia en Japón en 1979, mi primera comida en un monasterio relacionado con Masahiro Oki Sensei.

En este lugar tan austero, las intensas prácticas comenzaban a las cinco de la mañana y acababan hacia las once de la noche, momento en el que hacíamos un último esfuerzo con el cuerpo dolorido: desplegar el futón para, al fin, hundirnos de fatiga. Las actividades se sucedían sin pausa: calentamiento muscular con los pies desnudos sobre la nieve, recitación del Hannya Shingyo, Zazen, footing en las pendientes del Fujiyama, baño en las aguas heladas, prácticas de Okido, yoga dinámico japonés, marcha silenciosa en el campo de los alrededores, largas meditaciones, shiatsu, artes marciales, ikebana, chanoyu, sutras, prácticas respiratorias, enseñanzas… y comida.

Desde el primer día, debido a la intensidad de la jornada, el cuerpo estaba dolorido, incluso para un deportista como yo, acostumbrado a ocho horas de ejercicio diarias. El único momento que esperaba con impaciencia era el de la comida, necesaria para reconfortar el cuerpo. Pero la primera vez, novato como era, me consternó. Instalamos las mesas bajas en la misma sala donde habíamos practicado las actividades de la mañana. Unidad de lugar y de acción, ¡como en el teatro! Y, efectivamente, la comida principal formaba parte del entrenamiento ideado por Oki Sensei.

Tenía hambre, y las ganas de comunicarme con mis compañeros de práctica me consumían. Imaginaba una buen almuerzo distendido y apacible. Habíamos recitado un texto, que comenzaba de la siguiente forma: «Prometo comer sólo aquello que conviene a mi cuerpo …». Un pequeño bol de sopa de miso, seguida de una taza con algunos granos de arroz, verduras y alga Wakamé constituían la comida principal del día. ¡El contenido del plato principal podía engullirse en tres bocados! Tenía ganas de hablar pero mis compañeros de prácticas comían con los ojos cerrados y masticaban concienzudamente: ¡50 veces cada bocado, a veces, hasta 100! Para mí, el momento de la comida representaba un tiempo de comunicación calurosa y un placer visceral. Tenía un hambre de lobo, y no confiaba en que esa micro-comida vegetariana pudiera mantenerme durante las semanas siguientes.

Mi vecino de la derecha empujaba con la punta de los palillos un trozo de verdura. Mi vecino de la izquierda retiraba a un lado un grano de sésamo. Sólo cogían aquello que le parecía bueno para su cuerpo.

Treinta años mas tarde, sé que mi promesa, tantas veces recitada, no ha sido siempre respetada. De una manera global, ella me ha mantenido consciente del alimento en sí mismo. Masticándola, hablo incluso con ella: nunca hubiera previsto esta otra forma de convivencia.

De aquí la pregunta que me he planteado y que os quiero plantear:

¿La visión justa de nuestras necesidades y la acción justa de comer

son posibles en nuestra vida de occidentales?

Comer, ¿una práctica budista simple, muy simple, demasiado simple?

¿accesible a todo el mundo?

Os deseo una buena comida, de ésas que hacen felices.


Alain Delaporte-Digard para www.buddhachannel.tv

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