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Antoni Tápies: «No hay una entidad que sea perpetua. Yo me siento libre y cambiante»

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Extracto de una entrevista de la Revista Dharma al artista catalán Antoni Tàpies, en la que habla, además de su vida y su obra, de su relación con el budismo y las filosofías orientales.

¿Es Tàpies budista?
200px-Antoni_Tapies_i_la_fundacio_IDIBELL.jpgEn primer lugar, me siento muy honrado de que ustedes que son especialistas me hayan llamado para hacer una entrevista. No tengo la etiqueta de budista, pero comparto muchísimas de las visiones del mundo de los budistas. Y si hoy día tuviera que afiliarme forzosamente a una sabiduría o religión escogería el budismo zen. O sea que mi simpatía es sincera. Yo nunca he practicado meditación, aunque muchas veces mientras pinto estoy realmente abstraído, absorto en mi trabajo y en lo que siento ante el proceso creativo.

¿Qué visiones budistas comparte?

Me gusta mucho Thich Nhat Hanh, de hecho tengo todas sus obras. Pero con quien realmente me inicié en el conocimiento del budismo fue con los escritos de D. T. Suzuki. Y, en cierta manera, esta simpatía mía por el budismo la he constatado por mi afición a la divulgación científica que se ha hecho en los tiempos modernos: las conclusiones a las que llega la física actual estudiando los átomos, las partículas subatómicas y los constituyentes cada vez menores de la materia, se parece bastante a las concepciones del budismo. Y esto me ha dado la seguridad de que no iba descaminado.

En efecto, ha habido cuadros que los he hecho bajo la influencia total de una idea budista. Lo que pasa es que a veces me salen otras simpatías que también tengo; por ejemplo por el taoísmo: el libro de Lao Tse lo tengo en la cabecera de mi cama. Así que, no puedo ponerme una etiqueta única. O en todo caso sería “aficionado a la filosofía extremo-oriental”.

¿De dónde le viene esta simpatía por lo oriental?
Pues no lo sé. En mi familia había dos mundos que no sé cómo se entendían, pero lo hacían: mi madre era una beata católica tremenda y mi padre era un librepensador que no creía en nada. A mí me llevaron de pequeño a estudiar a los Escolapios, porque era la escuela que teníamos delante de casa y yo sólo tenía que cruzar la calle. Por tanto me influyó en aquella época también el catolicismo. Pero poco a poco dominó en mí la manera de ser de mi padre. (…)

De todas formas no se vayan a pensar que había tantos libros de orientalismo en aquella biblioteca paterna, una docena a lo sumo.

A principios de los cuarenta sufrió usted una tuberculosis y estuvo confinado en cama dos años. ¿Tuvo entonces una experiencia espiritual?

Como no había antibióticos en aquella época las curas eran a base de AT_Mirada_y_ma_2003_200_x_163_.gifreposo. Estuve dos años en la cama, levantándome sólo para ir al aseo y poco más. Me pasaba el tiempo entre la cama y la chaise-longue de la terraza, igual que en la novela de Thomas Mann (Montaña mágica). Esto me facilitó el documentarme. Agoté enseguida los libros que mi padre tenía de orientalismo y yo le encargaba más. Y en cuanto estuve sano y comencé a dedicarme a la pintura, en el primer viaje que hice a París, llené una maleta de libros de tipo filosófico oriental.

Luego vino la época del franquismo. ¿Cómo la vivió?
Como tantos intelectuales y tanta gente que veían la desgracia que era para el desarrollo normal de la personalidad vivir en un régimen tan coaccionante y dictatorial. Yo sufrí un poco también las consecuencias de esto. A mí llegó a detenerme la policía franquista y me encerraron en un calabozo.

¿Qué representa para usted el ego?
Esto deberíamos ligarlo con la idea de identidad, o así lo ve el budismo. El budismo explica que la identidad no es permanente ni una cosa absoluta, la identidad es cambiante. No hay una entidad que sea perpetua. Entonces yo me siento libre y cambiante, no sé si hay un Antoni Tápies. En última instancia es algo en lo que no he reflexionado mucho, no suelo pensar en mí mismo. Yo pienso en mis cuadros, y deseo de todo corazón que vea mi obra cuanta más gente para poder dejar algo útil.

Teresa nos ha mencionado su deseo de que su pintura transmita una energía sanadora.

Así es. En cierta ocasión recibí una carta de una persona que padecía crónicamente del corazón y le había dado un infarto en una exposición. Entonces, en mitad de su crisis cardiaca, caído allí en el suelo, giró la cabeza y vio un cuadro mío: al momento sintió una energía benéfica y apaciguadora que le hizo superar el tremendo malestar y entrar en un estado pacífico. Era un señor de Cuenca. Me he encontrado varios casos, especialmente de gente joven, que me han dicho que la visión de mis cuadros les ha hecho cambiar de vida. Y la lectura de mis textos también. Es muy halagador para mí, y siempre tengo esta ilusión, la de ser útil de este modo a la sociedad.

Cada uno tiene sus medios hábiles, como dice el budismo. En mi caso intento ‘chocar’ la mente del espectador, provocar algo que le haga dar un giro a su mente. Y esto se puede conseguir no describiendo otro mundo feliz, sino estimulando a que el mismo espectador empiece a reflexionar sobre su propia naturaleza, sobre lo que somos. Es buscar unos estímulos que provoquen esta función del cerebro humano de buscar el camino hacia su propia naturaleza interna.

Juega usted con los símbolos para accionar el inconsciente del espectador, es una especie de simbología artística: el símbolo, el color, la numerología, la forma.

Sí, siempre actúo con fórmulas más o menos inconscientes, aquello que llaman el inconsciente colectivo. Pero no lo hago como quien tiene un libro de fórmulas y las aplica. En el curso del trabajo voy probando los colores y todo, hasta que llega un momento en que, no sé por qué, pero yo siento como un choque ‘aquí’ que me dice bueno ya está bien.

También ha afirmado usted que su modo de trabajo le produce gran angustia.
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Sí, porque yo tengo un temperamento aquello que llaman un poco escéptico, que es una palabra con la que a veces la gente se equivoca, piensan que es el que no cree en nada. Un escéptico es el que duda, el que duda de todo. Y esto me produce una cierta angustia; pero reconozco, y acepto, que puede ser bueno, puede ser un estímulo, puede ser beneficiosa para centrarme mentalmente e incluso para encontrar fórmulas apropiadas.

Usted ha escrito: “El artista es más un hombre de conocimiento que un artesano”. ¿Lo es usted?

De un cierto tipo de conocimiento, sí. No soy hombre de conocimiento intelectual, ni excesivamente racionalista. Esto que dicen ‘espiritual’, pero que se tendría que definir para dejar claro de qué estamos hablando. Conocer íntimamente nuestra propia naturaleza. Me han dicho que soy una especie de “chamán”. Parece que algo tengo de eso, sí.

Ponga en palabras su comprensión del término vacuidad, un importante concepto budista.
Tengo un texto donde hago una referencia a la vacuidad, que viene recogido en el volumen “El valor del arte”. Es el que lleva por título “Velázquez o la agitación del vacío” y es una reflexión sobre “Las Meninas”. Lo hice pensando en las faldas que aparecen en el cuadro, que visto de lejos ves unas sedas y unas cosas muy decorativas, pero si te acercas es que no hay nada ahí, hay pinceladitas así sueltas. Y uno se pregunta maravillado: ¡pero cómo es que este mundo se organiza de esta manera que después se transforma en una falda de una menina! Pero no sé si entiendo el vacío, recuerde usted que yo dudo siempre de todo, no se fíe de mis palabras.

Si desea leer la entrevista completa: www.revistadharma.com

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