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La flexibilidad en la educación de los pequeños- Parte 1

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Debido a los innumerables contextos en los que se emplea, el término ‘flexibilidad’ asume diferentes acepciones. La imagen básica que este concepto evoca es la de algo que cede, que se adapta a las varias presiones que puede encontrar en su camino. A menudo, en la cultura materialista este concepto de maleabilidad resulta mal interpretado, acabando por asumir una acepción negativa equivalente a falta de asertividad, de carácter, etcétera. Esto es aún más así cuando se trata de relaciones interpersonales o de negocios, contextos estos en los que prima la capacidad de consecución, normalmente ligada a una aptitud de mando.

Todos estos conceptos (flexibilidad, maleabilidad, suavidad, asertividad) se emplean corrientemente de una manera bastante inexacta, lo que conduce a creencias falaces acerca de valores tales como la paciencia o la ecuanimidad, cardinales por lo contrario en el budismo o en el taoísmo.

Flexibilidad

La importancia de una actitud flexible ante la vida estriba en que representa el pasillo de entrada a la comprensión de las leyes de la vida, lo que exige saber contemplar los hechos con mente tranquila.

La mayoría de nosotros tratamos constantemente de forzar los sucesos, e incluso a los demás, para que nuestra existencia sea como queremos (o como nos han enseñado que deberíamos querer que fuera).

Esta manera de ver la vida y las interacciones con el mundo es necesariamente rígida, puesto que está supeditada a la consecución de objetivos, generalmente avalados como correctos. Por ejemplo, la riqueza material es algo universalmente considerado como positivo y deseable, por lo que dicha meta acaba por representar una prioridad indiscutible. Ahora bien, en ocasiones aunque esa meta sea alcanzada, continúa siendo un sueño durante toda la vida. Vivir rígidamente anclados a ese sueño –se actúe para coronarlo o no– no puede más que ser fuente de dolor.

A este ejemplo de idea fija se podrían añadir muchos otros (el poder, la popularidad y la fama, la fuerza, la belleza), los cuales nos proporcionarían básicamente el patrón de actuación en el cual la mayoría de las personas se mueve. Esto supone un voto de rigidez.

A la rigidez se conecta el deseo de certeza. Quizás ese deseo de seguridad contribuya a la retroalimentación del binomio rigidez-certeza.

En el universo todo cambia y nada es permanente. Por consiguiente, es imposible y grotesco tratar de hallar algo inmutable, capaz de conferir certeza, en el mundo flotante de lo material.

Desdichadamente, en muchísimos casos eso es lo que la sociedad, las familias y las instituciones o la cultura nos enseñan desde pequeños, por lo que no debe extrañar el hecho de que vivamos de ese modo y que hasta lo consideremos normal. Así pues, nacen las reglas, que cuanto más rígidas más parecen abastecer esa tan pretendida certeza. Cuando la gente escucha la palabra de Buda, invariablemente cae en el mismo cliché y pregunta cómo se pueda vivir sin deseos y sin ‘ilusiones’ (ilusiones, nunca mejor dicho).

La flexibilidad, elemento complementario de la rigidez, se sitúa en el extremo opuesto de este panorama existencial responsable de muchos síndromes, sufrimientos y disturbios emotivos. Conocemos la flexibilidad porque existe la rigidez, pero el problema estriba en que el universo de la rigidez no permite –por su propia naturaleza– contemplar la existencia desde un prisma que no sea el suyo. De lo contrario, no sería rigidez. Por lo tanto la persona mentalmente rígida no imagina que podría vivir de otra manera, y acaba por poner la cualidad de la flexibilidad bajo sospecha.

Equilibrio

La flexibilidad mental es lo que nos permite mantenernos en el camino del medio. Mantenerse en el centro supone saber estar en ‘equilibrio’. ¿Se puede hallar, de una vez por todas, un equilibrio válido para todo y para siempre? La respuesta es sin duda negativa. No es posible conseguir ningún equilibrio perenne, ya que esto contradiría la noción misma de equilibrio, correlativa de la de ‘impermanencia’.

Todo cambia y nada es fijo. Así que para poder mantenernos en el centro hemos de variar constantemente nuestro centro particular, para amoldarnos a los cambios. La equivocación en la que caen muchas personas es creer que el equilibrio se refiere a cada situación nueva resultante de un cambio. Esto es causa de fuertes decepciones al ver que, no obstante tratar de equilibrarse y amoldarse a lo nuevo, no logran mantener el centro. La trampa está en que las variaciones del centro, y por ende del equilibrio, no conciernen solamente a las nuevas situaciones, sino a todo el imperceptible proceso de cambio, el cual exige ser constantemente re-equilibrado a fin de poder llegar al equilibrio en la nueva situación.

Atención constante

¿Qué quiere decir todo esto? Que un factor crucial en el proceder radica en la ‘atención constante’. Hemos de prestar atención a todo lo que sucede para poder ver con precisión y ecuanimidad dónde estamos situados y actuar correctamente.

Así pues, los factores relevantes son: flexibilidad, equilibrio y atención constante.

Un último residuo de la rigidez con el que hay que pasar cuentas es su corolario, el ‘apego’. Una persona fuertemente apegada a algo es rígida, así como una marcadamente rígida es fácil que se apegue a todo lo que le agrada.

Ser flexible supone haber elegido el equilibrio y renegado de la rigidez y del apego que ella conlleva. Desapegarse de nuestras supuestas certezas, pautas acostumbradas y paradigmas no es fácil, pero Buda nos demostró que se puede hacer y nos dejó el método para hacerlo. Así que para poderse amoldar a lo cambiante es necesario dejar, abandonar, desapegarse. En otras palabras, supone dejar fluir las cosas, ser flexibles.

Las reglas que tratan de poner orden en el mundo son necesarias, en efecto, pero debido a que no existe la suficiente comprensión por parte de los destinatarios-creadores de dichas normas. Constituyen, tal vez, un mal menor.


Por: Marc Boillat

Fuente: www.revistadharma.com

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