Inicio Budismo El Samadhi, Parte II: Yoga

El Samadhi, Parte II: Yoga

73
0

yoga-5.jpgNecesidad de un gurú

En yoga es clásica la creencia —repetida por los más respetados yoguis en una tradición milenaria— de que solamente se puede alcanzar el samādhi con la ayuda de un gurú y la práctica diaria durante toda la vida de las técnicas de meditación que el gurú enseña al discípulo, y se recomienda practicarlas al menos entre una y dos horas diarias, cosa que el discípulo promete hacer.

Según los adeptos de los gurúes y según los gurúes mismos: «Una vela no se enciende sola, hay que encenderla con otra llama. Nadie puede iluminarse a sí mismo, antes tiene que ser un humilde discípulo de un «maestro iluminado»». Hay un dicho: «La puerta del samādhi es muy baja y nadie puede entrar sin agachar la cabeza», o sea, no se puede entrar con ego. El gurú ha dominado su ego totalmente tras su propia lucha de muchas vidas, y tiene la experiencia para ayudar al alumno a conquistar su propio ego.

La evolución espiritual puede definirse de muchas formas, y una es como la larguísima conquista del propio ego a lo largo de muchas vidas, logrando finalmente el dominio completo de nuestra naturaleza inferior egoista por nuestra naturaleza superior divina. Véase por ejemplo lo que le decía a Yogananda su gurú Yukteswar sobre los estrictos métodos para controlar el ego en el artículo sobre el libro Autobiografía de un yogui en Wikipedia.

Los gurúes dicen que su relación con el discípulo dura varias vidas, pues se necesita más de una vida para llegar al samādhi desde que se empieza a meditar. En cada vida los discípulos se sienten atraídos por su gurú de manera intuitiva y misteriosa, a veces progresivamente y a veces más rápidamente, en algo parecido al «amor a primera vista».

La doctrina clásica del yoga, de los maestros verdaderos y respetados de todas las épocas, no ha cambiado ni puede cambiar. Todos estos maestros, en Oriente y Occidente, poseían una especial sabiduría que no viene de ninguna universidad, ni tiene que ver con la cultura o la intelectualidad, aunque algunos maestros tengan títulos universitarios en tiempos modernos, pues antiguamente los maestros no solían tenerlos. Esta sabiduría se ve no solo en sus palabras y en sus libros, sino también en sus vidas.

Han sido maestros con diversos aspectos, caracteres, idiomas y razas y manera diferente de presentar el mensaje, lógicamente a menudo según la audiencia, la época y lugar, etc., pero el mensaje no ha cambiado a lo largo de miles de años, no se sabe cuántos. Junto a ellos siempre ha habido, hay, y habrá numerosas doctrinas desviadas y deformadas, que con el pretexto de adaptar, modernizar, etc., a veces están en las antípodas del yoga. El mensaje tiene que ser «el mensaje», y no una invención.

Los movimientos que se apartan radicalmente de la doctrina clásica no suelen sobrevivir mucho tiempo a los maestros autonombrados que los crean. Hay también un refrán en yoga que dice: «Cada buscador encuentra al maestro que se merece».

La necesidad de la meditación

Las técnicas de meditación son siempre interiores, siendo inútil cualquier clase de meditación en que intervengan los sentidos y el mundo exterior. El hecho de que para la meditación sea necesaria la concentración a veces se malentiende al revés, como que si hay concentración hay meditación. No siempre que hay concentración hay meditación, pues de lo contrario sería meditación ver la televisión, un partido de fútbol y muchas otras cosas que hacemos con gran concentración, y que no tienen nada que ver con la meditación ni el yoga.

Inutilidad de mantras y ritos

Aunque tienen un valor para mantener y promover la fe en un Creador, todos los ritos son también inútiles para alcanzar el samādhi, y probablemente esta afirmación sea causa de que algunos maestros hayan sufrido ataques de la religión dominante en cada época y lugar.

También es inútil la repetición oral o mental de mantras. El mantra sin duda calma la mente, pero tiene sus límites. El principio psicológico del mantra está presente también en los rezos repetitivos o letanías de las religiones, como el rosario católico, etc., pues todos los rezos repetitivos se pueden considerar mantras, funcionan igual en la mente. Aunque tenemos bastantes ejemplos de los beneficios de la oración, repetitiva o no, es insuficiente para disparar el samādhi. Tampoco hay mantras mágicos para iluminación fácil y rápida. De lo contrario todos los maestros que se esforzaron durante años o vidas habrían cometido un error, y es impensable que haya un método fácil y rápido y los maestros no lo hayan descubierto ni propagado.

Cualquier técnica que se haga pocos minutos al día tampoco es suficiente, es necesario un buen esfuerzo, o en palabras de Sivananda, «una voluntad adamantina». Se recomienda un mínimo de 1 a 2 horas diarias, según el maestro y las circunstancias del alumno, lo que al cabo de algunos años supone miles de horas. Tampoco aquí hay atajos mágicos para perezosos. Muchos prefieren creer que sí, quizá con lo que en inglés se llama wishful thinking, o creencia impulsada inconscientemente por el deseo, y prueban otros métodos rápidos, cómodos o agradables, que son inútiles para alcanzar el samādhi, aunque algunos proporcionen satisfacción emocional. El samādhi no es una emoción.

El samadhi y la fisiología

Según Yogananda, el proceso para llegar al samadhi es calmar la mente y posteriormente ralentizar la respiración, de las 20 respiraciones por minuto habituales en reposo, hasta llegar a pararse totalmente de manera natural, sin necesidad de forzar los pulmones como al bucear. El cuerpo se satura de esta manera de la vitalidad del medio ambiente. Se ralentiza la actividad del corazón, quedando el cuerpo en un estado que Yogananda llama «animación suspendida», una especie de muerte reversible. El cuerpo está técnicamente muerto, convertido en una especie de estatua de carne y hueso. En cambio la conciencia, al estar desconectada del cuerpo por vez primera se expande indefinidamente, desapareciendo el ego o individualidad. En este estado el meditador puede sentir todo lo que lo rodea como su propio cuerpo. El yogui puede reanimar su cuerpo a voluntad, volviendo a la realidad externa y al estado de conciencia habitual, pero recuerda la experiencia.

En el libro Mejda, el hermano de Yogananda cuenta que una vez pidió permiso a su hermano para verle mientras estaba en samadhi. Yogananda le dijo que viniese a su habitación por la noche, donde su hermano lo encontró en posición de meditación, totalmente inmóvil y sin respiración en la oscuridad de su habitación. Al creerlo muerto fue a despertar al padre, que también era yogui, no tan avanzado, pero conocía la forma de reanimarlo sin esperar a que volviese del trance por sí mismo, para que el hermano se tranquilizase y viese que no estaba muerto.

Definición del samadhi según Swami Sivananda

Swami Sivananda da en su libro Concentración y meditación esta precisa y singular definición del samadhi:

Si una persona puede mantener su concentración en el mismo punto durante 12 segundos, ha adquirido la capacidad de la concentración. Si es capaz de mantener la concentración en un punto durante 12 veces 12 segundos (algo más de 2 minutos) adquiere la capacidad y el estado de meditación. Y cuando consigue mantener el estado de meditación durante 12 veces más (o sea, 12 × 12 × 12 segundos, una media hora), se experimenta el samadhi.

Límite y objeto del hatha yoga

Se considera que el hatha yoga —las posturas que flexibilizan el cuerpo y mejoran la salud, y que practican millones de personas, solos o en grupo— no tiene como objeto alcanzar el samādhi. Este yoga es una preparación del cuerpo para mejorar la salud y así hacerlo mejor instrumento para la meditación, pues no es fácil meditar si existe enfermedad o dolor.

El Samadhi, Parte I: Religión




Artículo anteriorEuskal Zen – Tradición Rinzai
Artículo siguienteIslam y Yoga