«A mí el zen me ha salvado la vida». Daniel trabaja de comercial, ronda la treintena y desde hace pocos años es monje zen. Tiene la cabeza rapada, habla pausado y viste ropa deportiva. Su frase despierta curiosidad y sorprende a la vez por su contexto, el bar de la piscina de Villanueva de la Vera, en el vergel del norte de Cáceres. Los niños corretean y vuelan las birras del aperitivo. Es el punto de partida hacia el templo zen del ‘Bosque del Despertar’ (Shorin Ji).
A 20 minutos en coche, por una pista forestal irregular y llena de baches que hacen temer más de la cuenta por los ya de por sí maltrechos bajos del vehículo, se encuentra el campo de verano de la Asociación Zen Taisen Deshimaru, con sede en Madrid. Dos estatuas budistas reciben al visitante en la entrada. Estrechos senderos van aquí y allá. Construcciones de piedra se reparten entre los robles y pinos de la serranía De la Vera, al pie de Gredos. Hay una cocina, un fregadero, una sobera para la leña y varias tiendas de campaña.
En un claro del bosque se alza el Dojo, el templo donde se practica el zazen, la meditación que, según la tradición, comenzó a desarrollar Buda hace 2.500 años. Es la piedra angular de la filosofía zen. Una posición relajada pero en alerta que permite «dejar pasar los pensamientos», como coinciden en explicar los discípulos de Bárbara Kosen, la maestra zen de la Asociación. Nacida en París, fue alumna directa de Taisen Deshimaru, el precursor en Europa del budismo zen, en los años posteriores a la explosión de libertad del 68.
La maestra Barbara Kosen fue discípula de Deshimaru, el precusor del zen en Europa
¿Y qué es el zazen exactamente? «Es una vía para poder desarrollarte como una persona auténtica, conseguir mediante la concentración la unidad del cuerpo y la mente en el tiempo presente; olvidarnos de nosotros mismos aquí y ahora. Los pensamientos deben abandonarnos, que sean como visitantes que entran en un bar y se van», responde esta mujer de 59 años cuyos enormes ojos marrones se acentuan por su rapada cabeza.
Como la explicación resulta de primeras un tanto abstracta, Bárbara intenta en el Dojo, que recuerda a los templos orientales de las películas, con sus puertas corredederas de madera, su estatua de Buda y sus velas, que el periodista aplique sobre un zutón la postura zazen, la que el mismísimo Buda adoptó en su «iluminación»: piernas cruzadas en loto, espalda recta, hombros relajados, barbilla recta, respiración regulada y manos entrelazadas mirando al cielo con los pulgares unidos.
«Con el zazen puedes llegar a la unidad contigo mismo y llegar a tu naturaleza de ser humano. Aprendes a observar tu mente. Cuando respiramos, el cosmos respira con nosotros. Encontramos armonía con la naturaleza, con todo lo que nos rodea», dice Barbara. Al periodista, más atento de apuntar y grabar con su cámara, lo de sentir el cosmos le viene grande ahora mismo.
El maestro Deshimaru
Pocos maestros zen en España han bebido directamente de la sabiduría del río de Deshimaru. Desde 1994 enseña zen a decenas de personas en el Dojo Mokusan de la calle Campomanes de Madrid. Entre sus discípulos, de entre 30 y 50 años, hay profesores, acupuntores, policías, actores, funcionarios, periodistas o comerciales, entre otras muchas profesiones. Todos tienen cabida y todos dicen que les ha cambiado la vida. «A mí el zazen me ha ayudado a llevarme bien con mi padre, con el que tuve graves problemas desde pequeño y a ser mejor en el trabajo. Te aporta concentración y ayuda a la convivencia», dice Andreu, acupuntor, mientras friega los platos tras la comida.
A todos les toca arrimar el hombro. El ‘samu’, algo así como trabajos domésticos, es otra de las prácticas que contempla el zen. Varias horas al día deben dedicarse a ello. Cada uno tiene su cometido. Unos cocinan, otros limpian, otros pintan, otros cuidan el huerto, otros van a comprar la comida al pueblo. «Mi ‘samu’ de hoy es barnizar, no puedo hablar mucho porque hay que estar concentrada», se excusa Ana, profesora, que meticulosamente extiende el barniz sobre una tarima de la cocina.
El estado de concentración del ‘zazen’ debe aplicarse también al ‘Samu’, incluso a su vida diaria, en medio del ajetreo de la oficina. «Al principio empiezas con muchas ideas y objetivos, pero luego se convierte en algo tan normal como respirar», dice Cristian, una de las 16 personas habituales en el templo de Madrid que han comenzado a acudir el fin de semana al campo de verano de Cáceres para empezar un mes entero con largas sesiones de meditación.
Lo parece, pero no son ascetas. «No todo va a ser samu, ¿no?», dice uno de ellos frente al bar que se abrirá días contados por la noche. Allí charlan, hablan sobre el día y sus vidas, como un grupo de amigos de toda la vida. Será una de las pocas distracciones. Aquí no hay tele, ni radio. Los teléfonos móviles no suenan. Están en silencio. Los desayunos, comidas y cenas se realizan en grupo. La maestra junta las manos en señal de respeto y comienza la comida en una alargada mesa en una especie de porche. Apenas se habla. Barbara acuerda con los monjes (grado experimentado tras ser ‘bodyshadbas’ -aprendices-) los horarios y las tareas.
En el plato, ensalada y pollo. «Para hacer zazen la comida no puede ser demasiado pesada porque vas a respirar con el estómago», asegura Ana, cuyo ‘samu’ los primeros diez días será la cocina. También en ésta hay un retrato de Deshimaru. «Aquí también hay que tener una concentración absoluta», explica.
Amable pero firme
Todos se dirigen a la maestra con mucho respeto, que ella les devuelve. Bárbara, que trufa sus frases de metáforas, se muestra amable, pero firme, como un monje de esas cintas sobre el Tibet. «El zazen es lo más importante», repite. Durante este campo de verano realizan también la meditación en un río de una vega cercana. «Este sitio maravilloso te da una oportunidad de fundirte con el entorno», subraya Gema, monje zen con la cabeza rapada.
¿Y por qué te rapaste la cabeza? «Es una forma de mostrarte como eres, de dejar fuera los deseos», responde. «Algunas veces por Madrid la gente se me queda mirando, pensando que tengo cáncer, pero su opinión cambia cuando me ven las cejas…mira, las tengo muy pobladas», bromea Gema.
¿Y qué se siente con el zazen? «Concentrándote y observando, sale todo. Es una limpieza de toda la carga que vamos acumulando», responde. Todos coinciden en que es una forma de integrarse con el resto del Universo. «El zazen no es nada aparte de tí, es algo que une todo, estás tú, los demás, las piedras, la montaña…», añade Daniel, también monje zen. Las frases se repiten en todos los asistentes: «tienes más conciencia, aprendes a disfrutar el momento», «aprendes a vivir con lo que tienes», «te enseña a autoregularte», «te haces menos películas en tu vida», «te desapegas de muchas tonterías».
– Pues esto es un poco como desconectar de todo, ¿no?
– No, no es desconectar; es precisamente conectar con todo.
Responde Ander, que sirve cervezas en el bar, un chiringuito de madera muy playero. Su ‘samu’ es ser camarero. Los ‘clientes’ bromean porque no pone nada de tapa. Hay buen rollo. Hoy, al ser fin de semana previo al maratón de meditación, el bar está abierto y sirve de punto de encuentro tras la cena. Pasarán muchos días hasta que se vuelva a abrir. Ander, al que pedían de chanza un pincho donostiarra, saca finalmente unos cacahuetes en un cuenco. Hacen la función igual.
Son las 23.30 horas. Suena Arcade Fire. Acompaña una amable brisa de montaña. «Bueno, ¿qué te ha parecido la secta?», le pregunta al periodista uno de ellos entre risas. Los interlocutores hablan sin parar de libros que han leído sobre el zen, sobre los templos en el Tibet, sobre esta experiencia que les atrapa más y más. Les apasiona. Disfrutan con ello aunque estén un mes allí semiasilados o precisamente por ello.
«Hay muchas sectas. Hay gente que es de la secta del fútbol, otros de la música, nosotros hacemos zen», añade uno de ellos irónicamente en un comentario bastante razonable, antes de que se apague la música y la claridad de la luna se cuele entre las ramas de los robles mientras las ranas y las chicharras comienzan los primeros compases de su arrullador concierto.
Fuente: www.elmundo.es