La expresión «loca sabiduría» es un oxímoron —una metáfora espiritual en la que se reúnen dos contrarios— que ha sido ampliamente utilizado por diversas tradiciones espirituales y que no es sino un sinónimo para referirse a la liberación o iluminación. Por eso, antes de abordar las cualidades distintivas que asume la loca sabiduría en el budismo, quizá convenga una pequeña digresión acerca de lo que se entiende tanto por locura como por religión.
No debemos olvidar que, cuando se habla de religión, debe distinguirse entre los elementos externos, exotéricos o convencionales de la misma, y los contenidos internos y, aparentemente, de carácter más restringido, que se hallarían más vinculados a lo que se conoce popularmente como mística y contemplación. En ese sentido, la loca sabiduría estaría más conectada con esta vertiente más profunda de la religión.
El eminente psicólogo suizo Carl G. Jung llegó a afirmar que la religión convencional actúa de dique de contención de las tumultuosas aguas de la experiencia mística. Es decir, mientras la religión externa cumple una función eminentemente tutelar y social —ya que impide, por así decirlo, que las personas se absorban perpetuamente en un éxtasis místico descuidando sus quehaceres sociales—, la religión interna, o la mística, suele ser el camino elegido deliberadamente por unos cuantos «locos» que no escuchan los cantos de sirena del mundo. Sin embargo, casi huelga precisar que la experiencia mística o contemplativa constituye el corazón de toda religión y que, sin mística, no habría religión.
Así pues, dado que la loca sabiduría está más allá tanto de los convencionalismos mundanos como de los religiosos, puede resultar obscena para el ojo no avisado. Para el loco sabio todo tiene un mismo sabor. Sin embargo, no se trata de mitificar la locura porque, aunque el sabio puede elegir actuar como un loco, el loco patológico no puede sino acatar los caóticos dictados de su sinrazón. El primero ha superado la lógica y la moralidad convencionales mientras que el segundo no ha llegado todavía al estadio de la lógica y la moralidad. El sabio es capaz de comerse sus propias heces porque trasciende todo apego a su propio yo, mientras que el loco ingiere porquería porque aún no ha llegado a formar un yo sano y maduro. El primero se mueve en los niveles superiores del desarrollo psicológico, mientras que el otro permanece estancado en un nivel regresivo pseudoinfantil. El sabio es un adulto que mantiene vivo al niño que todos llevamos dentro, mientras que el loco es un niño encerrado en el cuerpo de un adulto. De modo similar, el silencio del ignorante y el silencio del sabio se parecen externamente pero son muy diferentes, al igual que el no-pensamiento de un caracol y el no-pensamiento de la mente del mahamudra y el dzogchen.
Al igual que otras tradiciones profundas, el budismo está plagado de afirmaciones que, desde el punto de vista de nuestra realidad cotidiana consensual y nuestra lógica ordinaria, suenan a auténtico disparate como, por ejemplo, que los seres humanos confundimos realidad con apariencia, que tomamos el dolor por placer, etcétera. Pero, sin duda, una de las aseveraciones que más contradicen el sentido común es la de que no existe el yo, algo que ataca frontalmente nuestra propia existencia como entidades independientes
Ha habido sabios que han llevado tan lejos su divina locura que incluso se han granjeado la condena de los acérrimos de la ortodoxia. Porque, entre los rasgos existenciales que comparten los locos sabios y santos de todas las tradiciones religiosas, debe mencionarse la total ausencia de sectarismo, el escaso apego a los formalismos, el poco aprecio al mero conocimiento intelectual y completa la independencia tanto personal como espiritual.
Según Chöchyam Trungpa, la desesperanza —que no la desesperación— constituye la esencia de la loca sabiduría. Por eso, en el camino budista no existe esperanza alguna. Eso significa que si queremos establecer una relación auténtica con el proceso espiritual debemos dejar de lado toda expectativa de alcanzar algo, de mejorar, de cambiar, debemos abandonar, en suma, todas nuestras proyecciones egocéntricas y atender profundamente a lo que verdaderamente somos aquí y ahora, a nuestras luces y sombras, a nuestros deseos y aversiones, al pensamiento y al no pensamiento. La loca sabiduría se resume, pues, «en la completa pérdida de puntos de referencia, en la no dependencia de ninguna energía condicionada por causa y efecto, y en la ausencia de necesidad de una estrategia para actuar».
Pero, a poco que miremos directamente en la naturaleza de las cosas, a poco que veamos sinceramente en nuestro alrededor y abramos nuestro corazón a los hechos duros de la vida como la insatisfacción, el discurrir inevitable del tiempo, la transitoriedad, etc., comenzaremos a dudar de si el budismo no será acaso una de las locuras más grandiosas y saludables que han creado los sabios.
En el aspecto doctrinal, es principalmente a partir del budismo mahayana cuando aparecen los más maravillosos ejemplos de loca sabiduría budista. Uno de los casos más sobresalientes de loca sabiduría es el denominado «voto del bodhisattva», por el cual uno se compromete a no abandonar el mundo de la ilusión hasta que todos los seres, incluido el más pequeño de los insectos, no crucen el océano del sufrimiento. Y esto, a pesar de que, como reza, por ejemplo, en el Sutra del diamante, «no existen seres que salvar». Se trata de la acción pura donde no hay sujeto ni objeto. Es el tipo de acción que acompaña necesariamente a la loca sabiduría.
El afamado Sutra del corazón de la sabiduría es toda una expresión de la loca sabiduría. En efecto, no pueden considerarse sino loca, desde el punto de vista de la lógica convencional, la aseveración de que forma es vacuidad y vacuidad es forma.
¿Y qué podemos decir nuevamente del Sutra del diamante, donde el mismo Buda Shakyamuni expone, en toda su magnitud, el calibre de la profunda y maravillosa loca sabiduría del budismo. De ese modo, haciendo referencia a su propia iluminación el Buda afirma: «Mediante la consumación de la iluminación incomparable el Buda no obtuvo absolutamente nada y, por eso, se denomina la consumación de la iluminación incomparable».
Los acertijos espirituales insolubles, los imprevistos bofetones y los gritos demoledores de los maestros zen también constituyen genuinas muestras de loca sabiduría.
Finalmente, para rubricar la loca filiación del budismo, recogemos este cántico de Milarepa, célebre santo y poeta tibetano, en el que podemos apreciar claramente la progresión espiritual que desemboca necesariamente en la santa y loca sabiduría budista:
El canto de un loco
Los hombres se preguntan: ¿no estará loco Milarepa?
También yo pienso que es posible.
Escuchad ahora, pues, en qué consiste mi locura.
El padre y el hijo están locos
y así también la transmisión de los maestros
y la sucesión de Vajradhara.
También estaban locos mi bisabuelo
Tilopa, el sabio maravilloso,
y mi abuelo Naropa, el gran erudito.
Mi padre, Marpa el Traductor, estaba loco
y así también Milarepa.
El demonio de los cuatro cuerpos iluminados
enloqueció a la sucesión de Vajradhara,
el demonio del mahamudra
volvió loco a mi bisabuelo Tilopa,
el demonio de los cuatro tantras
ha vuelto loco a mi abuelo Naropa,
el demonio de los cuatro mudras
enloqueció a mi padre, Marpa,
y el demonio de mente y prana
me ha vuelto loco a mí, Milarepa.
La comprensión ecuánime es de suyo una locura
y así también la acción espontánea,
la práctica de la iluminación intrínseca,
la realización más allá de la esperanza y el temor
y la disciplina sin pretensión.
Y no sólo estoy loco
sino que aflijo con mi locura a los demonios;
con la instrucción medular de mi maestro
castigo a todos los demonios masculinos,
con las bendiciones de las dakinis
atormento a los demonios femeninos,
con el demonio de la mente gozosa
penetro en la verdad última
y, con el demonio de la realización instantánea,
llevo a cabo todas mis actividades.
Pero no solamente castigo a los demonios,
también sufro penas y enfermedades;
el mahamudra me golpea en la espalda,
el dzogchen aflije mi pecho
y por practicar la respiración del vaso
contraje toda clase de enfermedades.
La fiebre de la sabiduría me atacó desde arriba,
el frío del samadhi me invadió desde abajo,
el sudor del samadhi del gozo me asoló en el medio,
por mi boca vomito las instrucciones medulares,
y me hincho estremecido en la esencia del dharma.
Tengo muchas enfermedades
y he muerto muchas veces;
muertos están mis prejuicios
en la vasta esfera de la visión;
todas mis distracciones y desidias
han muerto en la esfera de la práctica;
mis pretensiones e hipocresías
han muerto en la esfera de la acción;
muertos están todos mis temores y esperanzas
en la esfera de la realización;
y en la esfera de los preceptos
yacen muertos todos mis afectos y ostentaciones.
Yo, el yogui, he muerto en el reino del Trikaya.
Por eso, el día de mañana, cuando este yogui expire,
no será arropado por ningún bello sudario
sino por las sutiles voces de las deidades;
su cadáver no será atado con una cuerda de cáñamo
sino con el cordón del canal central;
el cortejo que lo conduzca al cementerio
no será el de los compungidos hijos
sino el del bendito vástago de la sabiduría;
y no recorrerá un camino de tierra gris
sino el del sendero al despertar…
Autor: Fernando Mora Zahonero
Fuente: http://yoganatural.blogspot.com