Parte 1
Juegos de la edad adulta
Está comprobado que las personas con espíritu lúdico envejecen más lentamente y no ven menguadas sus facultades intelectuales. Al contrario, el estímulo constante de la curiosidad les permite afrontar nuevos retos y reinventarse constantemente.
Según ha demostrado John Byers, experto en conducta animal, podemos decir que “la actividad lúdica nos ayuda a esculpir nuestro cerebro. Cuando jugamos, podemos probar experiencias nuevas sin poner en riesgo nuestro bienestar físico o emocional. Estamos a salvo precisamente porque estamos jugando. (…) Al jugar, imaginamos y experimentamos situaciones totalmente distintas y aprendemos de ellas. Podemos crear unas posibilidades que antes no existían. Establecemos nuevas conexiones cognitivas en nuestra vida cotidiana, aprendemos valiosas lecciones y habilidades sin poner nuestra vida en peligro”.
Buena parte del juego al que nos entregamos los adultos consiste en proyectar cómo va a ser nuestro futuro. Jugamos a imaginar cómo sería la casa en la que nos gustaría vivir, o la persona que desearíamos encontrar como pareja. Nuestra fantasía es una especie de campo de pruebas donde ensayamos situaciones y escenarios.
El problema de los que pierden la capacidad de jugar es que con ella pierden también la alegría de vivir y se estancan en rutinas y pensamientos negativos. Por eso, es importante hacer como los niños, que se toman el juego como lo más importante del mundo.
Según el psiquiatra Erik Erikson: “Es humano tener una larga niñez y de personas civilizadas alargarla aún más. Una niñez prolongada hace del ser humano un virtuoso técnico y mental”.
Estudios realizados sobre la demencia senil apuntan que el juego previene el deterioro mental. Hacer ejercicio físico y jugar al ajedrez, o a otras actividades que pongan en movimiento nuestras neuronas, nos proporciona una mayor resistencia a las enfermedades neurodegenerativas. Por lo tanto, deberíamos incorporar el juego a nuestra vida diaria, igual que nos procuramos una buena y saludable dieta.
Desatender esa parte tan fundamental del comportamiento humano atrofia nuestras facultades y nos hace insensibles. Las personas con una actitud poco lúdica padecen los siguientes efectos secundarios:
Se vuelven rígidas y se aferran a ideas preconcebidas que les hacen chocar continuamente con las personas de su entorno.
Pierden interés por la vida y prestan atención a los aspectos más sombríos de la realidad.
Acusan una falta de empatía con su entorno, ya que el juego es una vía para comunicarnos y darnos a conocer.
Adoptan actitudes vegetativas y les cuesta cada vez más relacionarse con el resto del mundo.
De algún modo, cuando dejamos de jugar empezamos a morir.
Un mundo por inventar
La conclusión es que hay que dejar de tomarse la vida con gravedad y recuperar la frescura del jardín de infancia, cuando nuestro día a día era un mundo por inventar.
Juegos para nuestra vida cotidiana
Además de llevar el espíritu lúdico a nuestro trabajo y a nuestras relaciones personales, estos suplementos diarios en forma de juegos ayudan a vivir con optimismo, curiosidad y empatía hacia los demás:
Anticiparnos a lo que sucederá. Tanto si leemos una novela como si estamos viendo una película, imaginar cómo se desarrollará la trama es un ejercicio mental que mantiene engrasadas nuestra capacidad de deducción y nuestra imaginación. Podemos incluso tomar apuntes con nuestras expectativas.
Elegir un arte para seguir jugando. Tocar un instrumento, pintar un lienzo o participar en una compañía de teatro amateur nos transporta a lo mejor de nuestra infancia. Nos permite sentirnos vivos y moldeables, abiertos a nuevas experiencias y posibilidades.
Renovar nuestro círculo de amistades. Cuando compartimos el tiempo libre siempre con las mismas personas, nuestra capacidad para improvisar y sorprender a los demás va menguando porque las relaciones de largo recorrido se anclan a rituales fijos: unas mismas personas que hacen unas mismas cosas. Por eso, es importante dejar entrar savia nueva para refrescar nuestra vida lúdica y social.
Introducir cambios en nuestra rutina. Algo tan simple como cambiar de ruta para ir al trabajo o variar la manera en la que cocinamos sirve para activar los circuitos de la creatividad y alejar el fantasma del aburrimiento. Es útil revisar periódicamente cómo hacemos las cosas y buscar variantes para que nos resulten nuevas y excitantes.
Apagar el televisor. También el ordenador y el teléfono móvil. Estar permanentemente conectados tiene un efecto hipnótico que adormece nuestra capacidad de jugar. En cambio, actividades estimulantes como leer, conversar o crear –en cualquier arte– nos aportan energía y espontaneidad.
Fuente: www.larevistaintegral.com
Tizuko Morchida, doctora brasileña en Ciencias de la Educación, advierte que “la velocidad de los tiempos actuales ha disminuido el espacio de juego y de placer”, lo cual no deja de ser chocante en una sociedad que ha logrado reducir la jornada laboral a un tercio de nuestro tiempo diario. Si pasamos más o menos ocho horas durmiendo, ¿a qué dedicamos las otras ocho?
Lógicamente tenemos muchas obligaciones domésticas y familiares que consumen gran parte de nuestro tiempo, pero si las realizamos desde la creatividad en lugar de dejarnos arrastrar por la rutina, lograremos imprimir ese flujo placentero a todo lo que hagamos.
Tal como predica el experto en educación Anthony J. D’Angelo, “si la vida no te ofrece un juego que valga la pena jugar, busca otro”.