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El ciclotaxi camboyano, al borde de la extinción

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ciclo_taxi.jpgEl cambio del ritmo de vida en Camboya deja en la cuneta a ese icono que fue el ciclo, su tradicional calesa adaptada a una bicicleta y casi el último vestigio de la época colonial francesa.

Tras casi un siglo sirviendo como taxi en Phnom Penh, los ciclos se ven desplazados de las calles a medida que aumenta el número de vehículos a motor.

«Hay mucha gente que piensa que no son seguros. Cada vez hay más coches y motos y esto ahuyenta a los pasajeros que se espantan con tanto tráfico. Además son más lentos», dice Im Sambath, presidente de la Asociación de Conductores de Ciclo de la capital.

El ciclo consiste en una cesta en la que se sienta el pasajero empujada por una bicicleta de tres ruedas cuyo empleo se popularizó en Camboya hacia 1939 tras triunfar en la vecina Vietnam, cuando ambos países junto a Laos formaban la Indochina francesa.

Se pusieron de moda a raíz de la hazaña deportiva de un francés llamado Coupaud, quien con uno de estos artilugios hizo el trayecto entre Phnom Penh y Saigon en 17 horas y 23 minutos, según recuerda Sambath.

«Entonces no había otro medio de transporte y todo el mundo los utilizaba como taxi», añade.

Pero la épica de su origen trae sin cuidado a los habitantes de la ciudad cuyas necesidades requieren una forma de transporte más rápida que la del ciclotaxi, que por muy atlético que sea su conductor no alcanza la velocidad de una motocicleta de pequeña cilindrada.

Los números cantan y si en 1999 había 9.000 calesas, ahora la cifra apenas llega a 1.400 «con tendencia a la baja», según los datos de la Asociación.

La competencia motorizada no es la única amenaza.

«No hay piezas de recambio, ni fábricas que las hagan. Lo poco que hay es importado de Vietnam, más caro. Al final muchos conductores acaban vendiendo el ciclo estropeado a una chatarrería para al menos sacar un poco de dinero», explica Sambath.

La desaparición del ciclo de las calles no es sólo una pérdida de cierto patrimonio, pues con este desaparece también una de las pocas formas que tienen los camboyanos más pobres para ganarse la vida o llevar a su hogar un dinero extra.

La mayoría de los conductores de ciclotaxi son campesinos de provincias que sólo regresan a sus aldeas para la recogida de la cosecha anual de arroz.

Durante el resto del año su vida es el ciclo, junto al que montan guardia cerca de los mercados, en las estaciones de autobuses o en puntos turísticos, y pasan la noche a la intemperie recostados sobre la cesta en cualquier acera de la capital.

«Antes el Gobierno nos daba un sitio donde dormir. Ahora dormimos en la calle y tenemos que lavarnos en alguna fuente», explica Sen Sokhorn, de 56 años, que empezó a ganarse la vida con la calesa a los 17, cuando Camboya gozaba de una cierta prosperidad que más tarde arruinó la guerra y el régimen del Jemer Rojo.

Como Sokhorn, algunos conductores son propietarios de la calesa.

Otros, en cambio, pagan medio dólar al día de alquiler para disponer de un ciclo con el que ganan apenas de dos a tres dólares por jornada, y a los que tienen que descontar otro tipo de gastos casi fijos.

«La policía nos pide dinero para dejarnos esperar clientes aquí. Al final casi no me queda nada», explica Ni Hen, uno de los que intenta ganarse la vida en Psar Thmey, el mercado central de la ciudad.

El problema de los ciclos, no obstante, no es precisamente la disminución de la competencia sino de la demanda.

«Cuando era joven había más trabajo. Muchos camboyanos, incluso los ricos, utilizaban el ciclo. Ahora a los ricos no les gusta y casi todos los clientes que tengo son señoras mayores que no saben conducir una moto y que van cargadas con la compra», dice Sokhorn.

La Asociación intenta ayudar al colectivo ofreciendo un espacio en el que los conductores pueden asearse, recibir asistencia médica, y pedir apoyo para encontrar clientes.

«Tenemos varias agencias que nos piden ciclos para hacer visitas guiadas por la ciudad. Es el tipo de transporte perfecto para esto porque va despacio y además a los turistas les gusta porque es algo distinto. Pagan hasta 10 dólares por una mañana», dice Sambath.

La reconversión como atracción turística es la esperanza a la que se agarran los conductores aunque algunos se lo toman con menos dramatismo.

«No tengo mucho pero estoy contento con mi trabajo. Me gusta porque soy libre. Si quiero trabajar, trabajo. Y si quiero descansar, descanso. Por eso me hice conductor de ciclo», dice Sokhorn.


Autor: Jordi Calvet

Fuente: EFE

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