Extracto de una entrevista con el fotoperiodista irlandés Nic Dunlop, autor del libro «Tras las huellas del verdugo», publicada en www.periodismohumano.com
02.08.2010. Carlos Sardiña.La semana pasada el tribunal internacional que juzga a los jemeres rojos dictó en Phnom Penh su primera sentencia. El acusado era Kaing Guek Eav, alias Duch, director de Tuol Sleng, el centro de detención de la Kampuchea Democrática en el que fueron torturadas y ejecutadas al menos 14.000 personas. Probablemente Duch nunca habría sido juzgado si el fotoperiodista de origen irlandés Nic Dunlop no hubiera emprendido su búsqueda con la única ayuda de una antigua fotografía y le hubiera localizado en 1999 en la selva del oeste del país, donde el antiguo verdugo vivía en un campamento con una identidad falsa. Son dos historias, la de Duch y la de su descubrimiento, que el propio Dunlop narraría más tarde en su libro The Lost Executioner (publicado en español por la editorial Océano con el título Tras las huellas del verdugo). En la actualidad, Dunlop vive en Bangkok, desde dónde desarrolla su labor profesional en el Sudeste Asiático. Con motivo de la sentencia, hemos conversado con Dunlop sobre Duch, el juicio y los jemeres rojos.
¿Por qué emprendiste la búsqueda de Duch? ¿Qué fue exactamente lo que te motivó a hacerlo?
Todo comenzó con la idea de que no basta con limitarse a condenar a los asesinos, con clamar que aquéllo no debió ocurrir, lo que por supuesto es cierto, sino que es necesario entenderlo. Uno no aprende nada condenando algo. Se pueden condenar los actos de una o varias personas, pero creo que es muy importante comprender cómo esas personas llegaron a cometerlos. Ha de ser posible extraer lecciones de ello. Yo quería entender el punto de vista de alguien que no sólo creía en la revolución y ocupaba un alto cargo, sino que también participó en los peores actos de la revolución, es decir, en los asesinatos. En los años noventa visitaba Tuol Sleng cada vez que viajaba a Phnom Penh como si fuera, en cierto modo, una peregrinación. Y pensaba que si Duch estaba vivo, si estaba dispuesto a hablar y yo podía llegar a conversar con él, podría responder a muchas de las preguntas que nadie había sido capaz de contestar. Para mí no se trataba tanto de encontrar a Duch y llevarle ante la justicia como de hallar una explicación o algo parecido a una explicación.
¿Cómo fue tu primer encuentro con Duch?
Estaba haciendo un trabajo en el oeste de Camboya para una organización que se dedicaba a eliminar minas antipersona y cuando lo acabé, decidí quedarme algunos días más con ellos. Aquella organización trabajaba en una zona que siempre había querido visitar, pero nunca había tenido la oportunidad de hacerlo porque estaba controlada por los jemeres rojos. Es un lugar llamado Samlaut, a unas tres horas de Battambang. Los combates habían finalizado tan sólo unos meses antes, por lo que todavía había cierta tensión. Viajé a la capital del distrito con algunos miembros de aquella organización, que iban a reunirse con soldados de los jemeres rojos para determinar qué zonas había que desminar primero y qué tipo de trampas explosivas, minas y bombas sin detonar había en la zona. Mientras celebraban la reunión, di un paseo por los alrededores para tomar algunas fotografías y cuando estaba fotografiando a un soldado del jemer rojo sentado en una motocicleta, se acercó a mí un hombre pequeño que se presentó como Hang Pin. No tuve ninguna duda de que era Duch, el comandante de S-21. Estuvimos hablando un rato de nimiedades. Aunque le había reconocido de inmediato, no se lo dije y traté de disimular mi sorpresa, ya que no sabía si seguía siendo un verdugo o no, por lo que tenía que ser precavido. Conseguí hacerle una fotografía para compararla con la que llevaba en el bolsillo y mostrársela a otra gente, a otros compañeros. Así que, tras hablar un poco más con él y averiguar dónde vivía, regresé a Bangkok.
Volví algunas semanas después con un amigo, el fotógrafo Stuart Isett, y hablé de nuevo con él. No traté de desenmascararle, pero conseguimos grabarle. Más tarde volví con el periodista Nate Thayer y conversamos con él. Creo recordar que fueron tres las ocasiones en que tratamos de enfrentar a Duch con su pasado diciéndole que creíamos que él también había trabajado para el servicio secreto durante el período de los jemeres rojos, pero él lo negaba. Sin embargo, cuando vio la tarjeta de visita de Nate se dirigió a mí y me dijo: “Nic, tengo entendido que tu amigo ha entrevistado a Pol Pot y a Ta Mok”. Yo le respondí que sí. Fue entonces cuando empezó a hablar. Comenzó a hablar del papel que había desempeñado en las matanzas, de cómo al principio había creído en la revolución, pero hacia el final había ido perdiendo la fe. Creía que probablemente iría a la cárcel, pero dijo que no le importaba, que se tenía que saber la verdad. Le mostramos confesiones de la prisión con anotaciones suyas y nos dijo: “Sí, ésa es mi firma, ésa es mi letra, ésa es la letra de Son Sen, ésa es la de Nuon Chea”, y comenzó a describir la cadena de mando. Aquella fue la primera vez en la historia que un alto cargo de los jemeres rojos admitía que la cúpula de los jemeres rojos aplicaba una política de asesinatos masivos desde 1971. No sé exactamente cuánto tiempo duró la entrevista, pero me pareció mucho. Entonces nos preguntó: “¿Alguien sabe que estáis aquí, que sabéis quién soy?”. Nosotros le respondimos que sólo lo sabíamos nosotros. Entonces nos dijo que debíamos irnos, porque la gente se enfadaría si se enteraba. No conseguimos discernir realmente si nos estaba amenazando o poniendo sobre aviso. Le preguntamos si podría garantizar nuestra seguridad en el caso de que regresáramos de nuevo y se mostró evasivo. Pensamos que había llegado el momento de marcharnos.
Después de aquello desapareció durante varios días. Volví a Bangkok. Escribí la historia y envié las fotografías. Después de que se divulgara la noticia, hubo rumores de que lo habían asesinado, pero me enteré de que lo habían detenido y llevado a Phnom Penh. Y eso fue todo.
¿Por qué crees que comenzó a deciros la verdad sobre su identidad?
No lo sé, y es una pregunta que me hago a menudo. Creo que hay varias razones posibles. La primera es que se había convertido al cristianismo y uno de los elementos centrales del cristianismo es contar la verdad, la confesión. Creo que eso tuvo algo que ver. Asimismo tengo la impresión de que no entendía realmente las implicaciones de lo que estaba diciendo, pero también es probable que no creyera realmente que le fueran a detener porque estábamos a tres horas de Battambang, en una zona controlada por los jemeres rojos. Se hallaba en una zona en la que pensaba que estaba seguro, que estaría protegido. También creo que hay que tener en cuenta que ninguno de aquellos jemeres rojos había figurado nunca en una lista de fugitivos. El que alguien dijera que hay que juzgarles, y lo dijera realmente en serio, es muy reciente. La ONU no comenzó a colaborar con el Gobierno camboyano para juzgar a los jemeres rojos hasta finales de los años noventa. Antes, no le había convenido. Así que quizá se sentía seguro, quizá pensó que podía conseguir ambas cosas al mismo tiempo: decir la verdad y evitar la cárcel. Al fin y al cabo, el problema de Camboya es la impunidad, ¿no?
¿Qué clase de hombre crees que es Duch? ¿Qué clase de hombre encontraste entonces y qué clase de hombre crees que es ahora?
Me resulta bastante difícil decirlo con certeza porque no estuve con él el tiempo suficiente para formarme una idea de su personalidad. Era muy simpático, encantador, abierto, como suele ser la gente en Camboya. No había nada que indicase que fuera un asesino, nada en absoluto. Más bien al contrario: era sumamente amable y uno se sentía cómodo en su compañía. Estaba con un individuo que había estado involucrado en el asesinato de miles personas, pero lo que veía no era un asesino, sino un hombre bastante corriente, un hombre agradable, abierto y amable.
En cuanto al hombre que he descubierto tras escribir mi libro, investigar su vida, asistir al juicio y observarle, es imposible despacharlo fácilmente. No se puede decir que sea un monstruo, pero tampoco puedo decir que me guste demasiado. Puede llegar a ser muy arrogante, puede ser muy… displicente, sí, ésa es la palabra, displicente. Miraba por encima del hombro a sus víctimas. Pero también veo a alguien que parece estar realmente afectado por lo que hizo. Ha pedido perdón durante el juicio, ha reconocido su responsabilidad y ha colaborado con el tribunal y en las investigaciones.
Mi conclusión es que no somos ni buenos ni malos. Somos buenos y malos al mismo tiempo, y todo lo que hay entre ambos extremos. Duch es la antítesis de lo que pensamos que debería ser un jemer rojo. Siempre vemos a los jemeres rojos, o a al-Qaeda, o quizá en tu país a ETA, o en mi país de origen al IRA o al UVF, como simples terroristas y no nos tomamos la molestia de tratar de comprender cómo son.
Es imposible describir fácilmente o ignorar a Duch. Y para mí eso es un gran motivo de esperanza, porque se aleja de la visión del mundo de George W. Bush o de la guerra fría de los años ochenta, de esa visión del mundo según la cual “o estás con nosotros o estás contra nosotros”, en la que el mundo es blanco o negro. No lo es: es gris. Lo más importante de Duch es que es un ser humano, no un monstruo. Si es humano, podemos entenderle hasta cierto punto, podemos reconocernos en él. Y si podemos reconocernos, existe la esperanza de que podamos aprender algo de todo esto, de que estemos más cerca de evitar que se cometan esta clase de crímenes de nuevo. Por eso para mí ésta es una historia muy importante y esperanzadora en muchos sentidos.
¿Crees que el arrepentimiento que ha mostrado durante el juicio es sincero?
Creo que es bastante difícil negarlo tajantemente. Es obvio que siente algo. Es un hombre que vivió gran parte de su vida en un mundo de extremos, de opuestos, el mundo que acabo de describir, un mundo similar al de George W. Bush, un mundo en el que hay gente buena y gente mala y es necesario matar a la gente mala. Duch supervisó a diario la ejecución de miles y miles de personas. Creo que todo este proceso y su estancia en prisión han tenido que afectarle de algún modo.
El veredicto ha suscitado cierta polémica tanto en Camboya como en el resto del mundo. Mucha gente cree que la condena es demasiado leve para los crímenes que Duch cometió. ¿Qué piensas de la sentencia?
Me puse en contacto con el jefe del equipo de la defensa en Phnom Penh después del fallo y le pregunté por el veredicto. Me respondió que si uno analiza este tipo de crímenes en otros lugares del mundo, se da cuenta de que es una sentencia bastante normal. Pero, por supuesto, no importa lo que uno pueda decirles a las víctimas, no va a suponer ninguna diferencia para ellas, esto no va a devolver la vida a toda aquella gente. Ninguna sentencia podría compensar el grado de sufrimiento que Duch ha infligido a tantos seres humanos. Para mí es imposible plantearlo como una especie de problema matemático. ¿Cadena perpetua? ¿Pena de muerte? Eso no, desde luego. ¿45 años? ¿40 años? No cabe duda de que 35 años, o diecinueve, parecen una condena leve. Sin embargo, cuando se valora dentro de un contexto más amplio, no creo que se aleje tanto de las dictadas por muchos otros tribunales internacionales. Es muy difícil encontrar una “fórmula matemática” para hacer justicia. Creo que todo el mundo se iba a sentir decepcionado de todas formas, debido a que las expectativas eran muy altas.
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