Adrián Foncillas. China comía con palillos cuando Occidente usaba las manos. La inevitable leyenda china señala al soldado Da Yu como su inventor. Hará unos 5.000 años, atareado como estaba encauzando ríos para evitar inundaciones, no pudo esperar a que se enfriara la olla y se sirvió el contenido con dos ramitas. El inevitable Confucio, artífice también de la etiqueta en la mesa, los avaló mucho después. «El hombre honorable y recto no permite cuchillos en su mesa», dejó dicho.
El grácil acercamiento a la boca de ligeras viandas con cálida madera es la quintaesencia de la armonía confuciana. Por contraste, atravesar la carne con púas de frío metal antes de serrarla remite a un salvajismo primitivo. De China pasaron al resto de Asia, pero a aquellos viajeros europeos que se apropiaron de cuantos inventos chinos vieron siempre les parecieron en exceso refinados.
El problema germina a mediados de los 80, cuando de Japón llega el hábito de los desechables. Rápidamente empieza la producción en masa a partir de abedules y álamos. Pekín estimulaba su uso entonces por higiénicos, y la epidemia del SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Severo) del 2003 los hizo imprescindibles. Hoy, cuando los utilizan obreros en restaurantes baratos y ejecutivos para el sushi, son ya una amenaza medioambiental.
Los 45.000 millones de pares de palillos –la mayoría para exportar–que produce China al año le cuestan 25 millones de árboles adultos y dos millones de metros cúbicos de bosque. Parecen más si pensamos en la desertización que afecta a la tercera parte del país. Corea del Sur solventó el problema al generalizar los metálicos. Japón, plena y ecológicamente consciente del peligro para sus bosques, recurrió a los chinos.
Ocurre en China que el boyante sector palillero ocupa a 100.000 trabajadores y denigra a los ecologistas como qi ren you tian, aquellos que en la antigüedad alertaban de que el cielo se caía. Dicen que utilizan árboles de crecimiento rápido de especies no amenazadas y que dan empleo en zonas pobres, argumentos que ni siquiera convencieron a la hija de un ejecutivo del sector. Lo contó la prensa local años atrás: «Papá, eres un ser diabólico, un criminal», le espetó la niña después de enterarse en el colegio de las manos paternas manchadas de savia inocente.
Los esfuerzos por acabar con los palillos desechables no han sido escasos ni exitosos. Pekín subió las tasas un 5% en 2006. La Asociación de Cocineros pidió a los restaurantes que los retiraran. Los ha criticado Li Yuchun, la más célebre ganadora del Operación Triunfo chino. Otros famosos aseguran que salen de casa con sus palillos. El Ministerio de Comercio ha ordenado a los entes locales que frenen la producción.
En un restaurante occidental existe la certeza de que ese tenedor ha pasado por un millar de comensales, pero luce entero, como una libreta nueva. Los palillos reutilizables, aún concediendo que han sido lustrados a conciencia, y no es concesión escasa, tienen la madera descolorida y los bordes desgastados. Así que uno acaba por pedir al camarero que le saque los desechables del cajón.
Fuente: www.elperiodico.com