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La gran noticia – Eduard Punset

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La gran noticia


la-alegria-se-contagia_175_x_243_.gifDe verdad, con la mano en el corazón, no intento convencer a nadie. ¿Cuál fue la idea, la persona o el colectivo que más ha contribuido estos años al bienestar de la gente? Empezaré aparcando o apartando los lugares comunes más frecuentes, los que partiendo de una supuesta separación entre objetivos sociales y de mercado o económicos defienden una u otra opción como la más meritoria. Son los mismos que nos siguen dividiendo en gente de derechas e izquierdas o ignaros y medianamente informados. Tanto unos como otros asumen, para tildar de adversario ideológico al contrario, que éste no se ha enterado; que, en definitiva, no sabe. Ahora bien, es inconcebible imaginar que la mitad del país no sepa. Lo lógico es pensar que son ellos los que no saben.

Tampoco han contribuido al bienestar general los que desarrollaron el concepto del hombre como un ser agresivo y violento —”el hombre no es humano”, dijo un gran premio Nobel—. Los símbolos y la prolongación de esta naturaleza pérfida fueron las multinacionales y el imperialismo; su poder, sin embargo, es insignificante comparado con el poder de las ideas, con el poder de la mente… y de las emociones. Como había descubierto el budismo milenario mucho antes que el mundo occidental —”la naturaleza humana es benévola”, declaró el Dalai Lama—, no se puede sobrevalorar el poder de las ideas, de las emociones ni de su gestión.

En muy pocas palabras puede decirse que a las mujeres y los hombres de la calle los va a salvar la irrupción de la ciencia y de la tecnología en la cultura popular. La gente está ya admirando al pequeño grupo de científicos que se ha preocupado por descubrir primero y transmitir después los descubrimientos científicos que importaban a la gente. Por fin, alguien los está amparando para lidiar con angustias que los asediaron durante miles de años: el estrés, el desamor, las prioridades familiares y las peleas fratricidas, los fallos de la memoria, la incapacidad heredada para vaticinar el futuro, la gestión de emociones negativas como el miedo o la rabia y positivas como la belleza o la felicidad.

Les voy apuntar sólo algunos ejemplos de esta avalancha todavía ignorada de descubrimientos científicos en la arena de la vida popular. Hoy hemos comprobado que el trato dado a un menor entre los cuatro y los ocho años determina, en promedio, su vida de adulto. Sabemos ahora que, en promedio —no hay que olvidar nunca esta palabra en ciencia—, es mejor para el primer hijo que la llegada del segundo no se produzca antes de un periodo prudencial. Comprobada está también ahora la transmisión intergeneracional de la ausencia paterna, que adelanta la pubertad de la siguiente generación.

Siempre se había creído que la mente influye en el cuerpo. Por ello, cuando se estaba deprimido, se reflejaba en la cara o en los ojos abatidos. Ahora sabemos que, incidiendo en el cuerpo, se puede cambiar el alma: ir con el cuerpo erguido y sonriendo acaba transformando el ánimo; un poco de ejercicio físico y una buena dieta mejoran la salud. Las emociones no sólo existen, sino que se puede aprender a gestionarlas: cualquier estímulo activa idénticos mecanismos para defenderse del estrés, pero la reacción diferenciada dependerá de nuestra capacidad para gestionar un grado determinado de incertidumbre, la pérdida de control sobre su propia vida o el sufrimiento provocado por el desamor o el atasco de tráfico.

Y a propósito del estrés ahora sabemos que la mujer embarazada puede transmitirlo al feto porque la hormona del estrés, el cortisol, atraviesa la placenta. La ciencia está irrumpiendo en la cultura popular. Ésa es la gran noticia.


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