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La flexibilidad en la educación de los pequeños- Parte 2

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(…)Para transponer nuestro discurso a lo que nos ocupa –la educación de los pequeños, los ciudadanos de mañana– creo que una toma de conciencia en este frente sería auspiciosa a fin de interrumpir (o suavizar) la cadena de creación de futuras personas rígidas, infelices creadoras/seguidoras de reglas fijas, cuya paradójica y utópica función sería la de proporcionar certeza.

La idea de este artículo nació de la observación de varios conocidos que tienen niños pequeños, y de mi propia hija.

La mayoría de los niños simplemente replica lo que sus padres hicieron con ellos. No se cuestionan dónde esté ese centro del que hemos hablado, simplemente actúan de manera mecánica. Repiten las mismas frases, las mismas incoherencias. Aunque lo que les enseñaron sus padres puede haber sido correcto en ‘sus propias’ circunstancias, no sospechan que dichas circunstancias podrían haber –y normalmente han– cambiado en el caso de sus hijos. Se impone, pues, el paradigma cultural aceptado. Esto resulta evidente en las diferentes expectativas que los padres nutren hacia niños o niñas, expectativas que son percibidas claramente por los pequeños, los cuales van gradualmente amoldándose a una imagen fija de sí mismos, proporcionada por sus propios entornos.

En otros casos la rigidez mana de las expectativas de estatus. Por ejemplo, niños pequeños sometidos a incontables reglas de comportamiento que deberían garantizar la interiorización de las exitosas normas de etiqueta que el entorno les exigirá, por lo general reglas inadecuadas a la edad y comprensión de los pequeños. Es obvio que estas constricciones manan de los ideales de sus padres, quienes otorgan un valor desmedido a cosas ilusorias tales como la opinión ajena, el estatus, la apariencia, además de las tendencias del momento.

Otro de los asuntos que actualmente parece tener importancia trascendental es conseguir que los niños duerman solos en sus camas. Muchos padres pueden soportar los llantos desesperados del pequeño con la convicción de que este ‘sufrimiento’ es para el bien de sus hijos/hijas, aunque se podría sospechar que la inconfesada utilidad sea de los padres, quienes, al tener que trabajar los dos, necesitan poder descansar.

No estoy defendiendo ni una actitud ni la opuesta, sino que quisiera llamar la atención sobre la falta de equilibrio que entrañan los patrones predeterminados.

La práctica de ignorar los llantos del niño (aunque se aconseja reasegurarle asiduamente acerca de la presencia de los padres), se funda en la afirmación de que el pequeño crecerá más independiente, en lugar de permanecer apegado a los cariños de sus progenitores.

Me parece que esta teoría confunde ‘independencia’ con ‘retraimiento’, y que desplaza las necesidades de los padres sobre los hijos.

Un niño es por definición dependiente. Su proceso de educación-emancipación es paulatino y lento, supeditado en gran medida al amor y a la seguridad que percibe en su entorno significativo. En un gato, este proceso se desarrolla en pocos meses; en un ser humano hacen falta muchos años antes de que germine cierta independencia psico-física. Es verdad que con el tiempo y la insistencia el niño dejará de sollozar y aceptará ir a dormir solo. Pero me pregunto: ¿es su aceptación fruto de la comprensión y, por ende, del desarrollo de una pauta independiente, o no será más que mera resignación?

Los niños muy pequeños no comprenden la finalidad de una regla. Esa comprensión debe ser ayudada coherentemente con la epigénesis* del pequeño. Así que es verosímil pensar que el niño acepta una regla (innecesaria) simplemente a raíz de una táctica adaptativa, por impotencia, lo que en muchos casos conduce a un retraimiento. Si el niño en cuestión padeció una fuerte decepción (innecesaria) a la que respondió con un retraimiento emotivo, lo dirá el tiempo, tal vez cuando como adulto desarrolle un apego neurótico a ‘lo suyo’, ya sea personas, posesiones o ideas, que le proporcionen la seguridad que instintivamente siente que le faltó.

Este ejemplo, junto con el de otras reglas fijas, tales como impedir que un niño desarrolle naturalmente la habilidad de comer con tenedor a través de intentos y errores y por natural imitación de sus padres, no son más que imposiciones que evidencian cuán faltos estamos los adultos de flexibilidad y equilibrio.

Ciertamente, no se aboga aquí por dejar que los pequeños se desarrollen sin rumbo sobre la base de caprichos egoístas. Pero, en el interior de unos límites serenamente definidos, debe haber flexibilidad. Una flexibilidad que mana de la observación serena y de la escucha interior, lo que vuelve posible equilibrar nuestros mundos internos. Debemos observar a nuestros pequeños, escuchar lo que a su manera nos están diciendo, y saber distinguir las necesidades de los antojos. El hecho de que en ocasiones se le permita dormir con nosotros seguramente no perjudicará su futuro, todo lo contrario. Apegarse a una regla supuestamente buena porque sí, es no saber discernir lo necesario de lo innecesario.

Lo necesario es despertar la ‘sensibilidad’, que, como dijo alguien, es un índice de inteligencia. La sensibilidad es yin, la expresión es yang. En la mayoría de los casos vemos a madres-yin y a padres-yang actuar su papel predeterminado. El equilibrio no consiste en ahogar nuestra otra parte complementaria natural a favor de una imagen fija, sino permitir que brote la totalidad de lo que somos: yin-yang. La inteligencia que nace de la sensibilidad nos permitirá ver la acción correcta, tanto en lo que se refiere a nuestro propio camino evolutivo (como padres, parejas o personas), así como en lo que concierne a las necesidades de quienes dependen de nosotros.

Este cambio nos hará asumir nuestras responsabilidades consciente y tranquilamente, puesto que criar a nuestros pequeños no es solo un deber, sino también un inmenso goce.


Artículo publicado en: www.revistadharma.com

SOBRE EL AUTOR: Marc Boillat de Corgemont Sartorio se acercó al budismo a través de la práctica del chi kung, el yoga y el tai chi chuan, artes de las que es profesor.
Su primer contacto con el budismo fue en 1987, a través del zen rinzai y de retiros y sesshin con el maestro Taino.
En los años siguientes siguió practicando en Escocia, iniciándose también en el budismo theravada en el monasterio inglés de Chithurst de la línea de Achaan Cha.
Actualmente reside en Barcelona y es vicepresidente de la asociación budista china BLIA, en la que ejerce como instructor en el budismo ch’an.
Es autor de varios libros, entre ellos: “El Corcho en el Huracán” (Introducción a la meditación de la Visión Interior), “Las Enseñanzas de un Guerrero” (vol. 1 y 2, a partir de la obra “Musashi”, de Eiji Yoshikawa, acerca del zen en la vida cotidiana) y “Karma. El Destino y la Persona Libre”.
Jurista y periodista de profesión, es doctorado en antropología criminal psicoanalítica.

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