El fascinante poder revelador de la muerte
El Vajrayana utiliza imágenes que se relacionan con la muerte. Favorece el usar en sus rituales artículos hechos con huesos humanos. Hay rosarios para contar mantras elaborados con huesos, trompetas hechas con fémures humanos y tazas fabricadas con cráneos. Esas cosas las utiliza como recordatorios de la muerte, para que uno se acostumbre a la impermanencia. Como la muerte suele ser lo que más tememos, al emplear lo que de ella queda se desarrolla y se simboliza la falta de temor. Además, los artículos hechos con huesos y cráneos son también emblemas del Shunyata, ya que con la experiencia del shunyata el concepto que uno tiene de sí mismo como una entidad fija movida por un ego desaparece. Desde el punto de vista de alguien que no ha atisbado profundamente en la realidad y que todavía se concibe a sí mismo como un ego fijo, la experiencia de Shunyata sólo puede parecerse a una especie de muerte.
Los herukas, figuras coléricas
Con la muerte se asocian las armas y la violencia. Hay figuras de poderosa complexión que tienen expresiones furiosas y blanden hachas, cuchillos, manganas y otros instrumentos medievales de batalla. El Vajrayana hace uso de rituales mágicos y las tradiciones mágicas, tanto de Oriente como de Occidente han empleado simbólica y profusamente las armas de ataque y defensa contra las fuerzas hostiles. El tantra usa espadas, relámpagos y demás, así como la visualización de figuras coléricas, todo para sublimar la agresión y las tendencias violentas y para expresar que el poder de la sabiduría despedaza la ilusión y corta el sufrimiento.
Libro Tibetano de los Muertos
Para que nos demos una idea de cómo son estas figuras coléricas tomemos otra vez el ejemplo de los cinco budas. En el Libro Tibetano de los Muertos se describe la apariencia que encontramos, en el estado posterior a la muerte, de las formas pacíficas de Vairóchana y los demás Budas. Todos ellos son la expresión de la realidad pero si no logramos percibir su naturaleza vacua y sentimos temor entonces, desde una perspectiva más alienada, la realidad comienza a asumir formas amenazadoras. En el octavo día de ese bardo surge el grande y glorioso Buda Heruka. Es una deidad colérica de poderosa constitución, como Vajrapani y tiene un halo de flamas. Su cuerpo es del color del vino, tiene seis brazos, tres cabezas y cuatro piernas. El texto lo describe con todo detalle:
Su cuerpo resplandece como una masa de luz, sus nueve ojos miran a los tuyos con expresión furibunda, sus cejas son como los destellos del relámpago, sus dientes brillan como el cobre, se ríe a carcajadas, gritando “¡Ah, la, la!” y “¡Ja, ja!” y emite fuertes sonidos silbantes que hacen “¡Shuuuuu!”
Se acomoda en un trono sostenido por garudas. Está con su consorte Krodhesvari en un abrazo sexual. Aun cuando su apariencia es extremadamente amenazadora el texto nos insiste en que lo reconozcamos como la forma colérica del buda blanco, Vairóchana.
Apariciones que se suscitan en el lapso de la muerte
Durante los siguientes cuatro días aparecen otros cuatro herukas (Budas con forma colérica), cada uno con su consorte. Sus nombres revelan la relación que guardan con las familias de los cinco budas: Heruka Vajra, Heruka Ratna, etc. Sus cuerpos son de un color que corresponde a su contraparte pacífica, pero en un tono más oscuro. Por ejemplo, el Heruka Karma, que aparece en el doceavo día, es verde, como Amogasiddhi, pero un verde más oscuro.
Aparte de los colores, la otra clave que nos recuerda que estamos viendo las formas transmutadas de los Budas pacíficos son sus emblemas. En sus cuatro brazos extendidos hacia fuera llevan armas o instrumentos que se relacionan con la muerte. Sin embargo, su par central de brazos, con los cuales abrazan a sus consortes, sostienen emblemas que no son amenazadores. En cada caso, en su mano central izquierda tienen una campana, que es el símbolo de la vacuidad, de la cual no son más que otra manifestación. En su mano central derecha cada figura ostenta el emblema de su contraparte pacífica. De esta manera, el grande y glorioso Buda Heruka lleva la rueda dorada de Vairóchana, por ejemplo (aunque el Heruka Karma, en lugar de un vajra doble lo que lleva es una espada, que es otro emblema asociado con Amogasiddhi).
Junto con estas deidades coléricas viene una gran cantidad de figuras femeninas. Son de diversos colores, algunas con cabeza de animal y la mayoría porta signos de muerte. Aparecen así no menos de 58 figuras que forman un mandala con el gran Buda Heruka en el centro. En todos los casos el texto nos alienta a que veamos en sus apariencias la oportunidad de acceder a la sabiduría. Se dice que si logramos ver su verdadera naturaleza vacía nos sentiremos como quien súbitamente reconoce que un león, al cual le tenía pavor, estaba disecado.
6. Samsara y nirvana
En lo que podríamos llamar “budismo básico” el samsara y el nirvana, para cualquier propósito práctico, son una dualidad. Te descubres en el doloroso estado del samsara y emprendes el sendero que te saque de ahí y te lleve a la paz del nirvana. Sin embargo, el vajrayana correlaciona todo lo que hay en el samsara con algún aspecto de la iluminación. Para el tantra los cinco venenos en realidad son una expresión de los cinco Budas. De este modo, samsara y nirvana dejan de ser un completo dualismo. Están comprendidos dentro de una visión superior en la que todo es una expresión de la realidad.
El vajrayana sigue el principio de la magia hermética, “como es arriba es abajo”. Al manipular lo mundano su objetivo es efectuar cambios en el nivel espiritual. Al ver lo mundano como un reflejo de la iluminación le da al mundo una cualidad sagrada. Esto tiene un efecto transformador. Si cada vez que uno ve el color verde recuerda a Tara o si reconoce en su deseo de conseguir un alimento una simple confusión con su deseo de lograr la iluminación el mundo empieza a cambiar. Las correlaciones que establece el tantra entre lo mundano y lo espiritual son vastas y complejas.
7. El tantra parte del punto más alto
Hay un dicho zen: “Si deseas escalar una montaña comienza por la cima”. El vajrayana, riéndose a carcajadas, estaría de acuerdo con esto. Ya hemos visto que el tantra es pragmático. Trata con la experiencia directa. Así que si no tienes una experiencia directa de la budeidad te pide que te la imagines, que “actúes como si la tuvieras”, que te visualices como un Buda o un bodhisatva. Así te vas dando una idea de lo que sería estar lleno de amor y sabiduría. No sólo eso; la imaginación no es nada más fantasía. Para el budismo tu estado mental es decisivo debido al poder que tienen tus acciones. Si aunque sea por unos segundos consigues proyectarte por completo en esa experiencia, si logras ponerte las enjoyadas sandalias de un bodhisatva, entonces durante ese instante y cada vez que lo intentes serás ese Boddhisattva.
El tantra lleva esto a una conclusión lógica en el anuttarayoga. Te conmina a que siempre actúes como si fueras un ser iluminado y que procures ver el mundo como lo percibiría un Buda. Al asumir el estado mental de alguien que ha completado el sendero avanzas con mucha rapidez. Así lo concibe el vajrayana. Esto tiene sus riesgos y es por eso que requiere bases firmes, afianzadas en una práctica previa, pero también tiene tremendas ventajas.
Si estás pensando en ascender a una montaña puedes simplemente sentarte en una piedra cerca de sus faldas y soñar con la vista que podrías tener desde la cumbre o puedes escalar, paso a paso, enfocando tus pensamientos acerca de las dificultades de la escalada en el paso que sigue. Asimismo, puedes subir mientras llevas en la mente una visión imaginativa del magnífico panorama que verás desde la cima. Esto podría ser tan atractivo que te iría llevando hacia arriba, sin que notaras las dificultades del ascenso. En cierto modo, ya estás arriba.
Parte 1
Parte 2
Parte 3
Parte 4
Extracto traducido del libro Meeting the Buddhas, de Vessantara. Windhorse Publications.
Fuente: www.budismo.com