¿Existe el destino? La ciencia responde a esa pregunta con paradojal ambigüedad. Por ejemplo, la Relatividad parece responder afirmativamente a dicha pregunta. No así la mecánica cuántica.
En efecto, según la teoría de Albert Einstein, el Universo es similar a una película de cine. Podemos avanzar cuadro a cuadro, hasta podemos retroceder. Claro, eso lo hacemos como observadores, desde afuera. Si fuéramos personajes de la película no podríamos retroceder en el tiempo. De la misma forma, nosotros vivimos en el tiempo. Es como si viviéramos como personajes de la película.
Bajo esta perspectiva el libre albedrío es sólo una ilusión. Pero esa respuesta no es definitiva. La otra teoría física del siglo XX, la mecánica cuántica parece responder lo contrario. El futuro no solamente no existe con precisión sino que ni siquiera podemos pedirle al presente dicha precisión.
Según la cuántica, la naturaleza es aleatoria. El Universo ya no es una película, es una verdadera ruleta que gira hasta que el observador la detiene y, recién allí, se manifiesta como una certeza: «¡Negro el tres!». Einstein, por cierto, nunca estuvo de acuerdo con esa interpretación de la mecánica cuántica y por ello acuñó su célebre frase «Dios no juega a los dados». ¡Lógico, como ya vimos, para Einstein, Dios más bien escribía guiones cinematográficos!
Descartada la posibilidad que los científicos se pongan de acuerdo, por el momento, sobre la cuestión del destino, abordemos el tema desde una perspectiva mística.
En las tradiciones orientales, por ejemplo, no se habla de destino sino de karma. Karma es una palabra sánscrita que significa acción. Originalmente se empleó en el contexto de la filosofía Vedanta de la India. Desde allí pasó al Budismo y luego al Taoísmo. La idea es muy sencilla: cosecharás lo que tú siembres. Si obras mal sufrirás, si obras bien gozarás. Es cosa de observar la vida de las celebridades para percatarse que este principio se cumple con una regularidad asombrosa. Una y otra vez personas que han hecho sufrir o que han faltado a la ética terminan pagando las consecuencias de sus actos.
Tal vez alguien podría cuestionar esta ley universal argumentando que las mejores personas, las más buenas y justas, no terminan siendo las más opulentas ni las más poderosas; pero esa supuesta crítica sólo pone en evidencia que no se ha comprendido el verdadero alcance de este concepto. El gozo que se cosecha no es la bonanza angustiante del poder ni del dinero, es – en realidad – la auténtica felicidad del que no necesita dinero ni poder más allá de lo justo y necesario para subsistir. Una vez que se comprende esto se constata una vez más que este principio universal se cumple sistemáticamente. En efecto, las personas más bondadosa y, sobre todo, las más santas siempre son felices, aún en medio de la injusticia y la escasez.
Es oportuno mencionar que el karma actúa siempre en dos niveles: el burdo y el sutil. En el nivel burdo, el karma se parece mucho más al concepto de acción-reacción de la física; por ejemplo, si golpeo a alguien con el puño me puedo quebrar los huesos de mis propios dedos. En otro ejemplo, si contaminamos la atmósfera deberemos sufrir las consecuencias del calentamiento global. De la misma forma, si insulto a alguien, probablemente, se enojará conmigo y, eventualmente, aprovechará la primera oportunidad para vengarse. Por el contrario, si le obsequio a alguien un regalo muy bonito o preciado, sin duda esa persona estará muy agradecida y querrá manifestarme su agradecimiento no sólo con palabras sino que en la medida de sus posibilidades. Todos estos son ejemplos del karma burdo, porque sus consecuencias se manifiestan en lo que nos pasa físicamente.
El karma sutil – en cambio – es la huella psicológica, consciente o inconsciente, que me marcará como un estigma o como un galardón, según sea el caso. Al criar a un hijo o una mascota, o incluso al cuidar de una planta, se experimenta la felicidad propia del karma sutil. Por otra parte, al matar o torturar, al robar o mentir, se sufre inevitablemente el peso de nuestro proceder incorrecto. No nos engañemos, el karma sutil siempre se experimenta, ahora bien, en una psiquis sana se sufre a nivel consciente, en una mente perturbada se manifestará sólo a nivel inconsciente o psicosomático.
Curiosamente, de los dos tipos de karma, el más importante es el sutil, ya que no depende de lo que nos pasa físicamente sino psicológica o fenomenológicamente. Depende de nuestra actitud emocional y, en definitiva, mental. Por eso, las consecuencias del karma sutil son mucho más importantes y duraderas que las del karma burdo: lamentamos haber golpeado a esa persona mucho tiempo después de que cesó el dolor de mi propia mano.
En conclusión, en este sentido místico debemos admitir, entonces, que lo que nos pasa es consecuencia de nuestras acciones y, por lo tanto, somos arquitectos de nuestro propio destino. En consecuencia, el destino fatal, impuesto «desde afuera» es – esencialmente – una ilusión.
Puede ser oportuno mencionar que místicos de todas las tradiciones auténticas han conocido desde muy antiguo la facultad adivinatoria que permite prevenir situaciones, generalmente en sueños y de manera imprevista pero también, tras cierto entrenamiento, durante la vigilia e, incluso, deliberadamente. Esta habilidad precognitiva que aparentemente todos poseemos, aunque sólo se exhibe en algunos, parecería contradecir al libre albedrío pero un análisis más riguroso nos hace ver que no es así. No hay contradicción ya que la clarividencia no es fatalista. Un sueño o una tirada del Tarot, por ejemplo, puede advertirnos que algo malo nos podría pasar. Pero esa advertencia cobra justamente el rol de evitar que ello ocurra. La anticipación mística no atenta contra el libre albedrío, por el contrario lo expande, nos permite ser más libres al estar prevenidos de las consecuencias de determinadas decisiones. En definitiva, desde una perspectiva completamente mística, nuestro albedrío es indiscutiblemente libre.
Por: Eduardo Bastías
Extractado y adaptado de un artículo del mismo autor publicado originalmente en revista Uno Mismo
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