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Budismo y Neurociencia: La teoría de los Skandas

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sidarta-2.gif Durante milenios el pensamiento occidental relegó al budismo a la categoría de la mitología y de las creencias primitivas. El desarrollo de las ciencias durante el siglo XX nos abirió los ojos y hoy día podemos entender cabalmente algunas de sus concepciones epistemológicas para descubrir que el budismo alude a un conjunto de conocimientos que poco a poco han empezado a incorporarse en nuestra cultura cosmopolita.

Como es sabido, el Buda histórico, Sidharta Gautama, quien nació aproximadamente el año 563 antes de Cristo, sostenía haber alcanzado un estado de despertar en el que la realidad se manifestaba como ilusoria y conminó a sus seguidores a practicar la forma de meditación que él había desarrollado, la cual incluía, por cierto, una moral. Esa es la razón por la cual el budismo es percibido hoy principalmente como una religión, porque conlleva la práctica moral y el estudio de una ética; sin embrago, en sus orígenes, el budismo fue algo más parecido a lo que hoy denominamos una ciencia, particularmente una ciencia de la mente y de la cognición.

Recientemente, durante la segunda mitad del siglo XX, occidente y, por lo tanto, el mundo global, ha desarrollado una ciencia de la mente radicalmente diferente de la ciencia reduccionista tradicional que nos ha permitido redescubrir las profundas ideas de la ciencia budista. Se trata de la cibernética y, particularmente, de la línea denominada de segundo orden. Para quienes se han adentrado en la filosofía budista existe un concepto abstruso, enigmático y polémico, el concepto de shuñata (shunyata), traducido típicamente como vacío o vacuidad. Tan polémico ha sido que el cibernetista y neurobiólogo budista y chileno, recientemente fallecido, Francisco Varela sostuvo que la mejor traducción para shuñata era en realidad sobreabundancia, descartando así – de la manera más extrema – la interpretación tradicional del término sánscrito. Por otra parte, la importancia que esta concepción tiene es gravitante. ¿Cómo podemos aproximarnos a un concepto tan importante pero tan escurridizo? Una salida de la que hoy disponemos es la ciencia.

La física moderna, especialmente la mecánica cuántica y la cibernética nos permiten aproximarnos a una comprensión no sólo metafórica sino que plena de esta idea central de las más avanzadas escuelas de filosofía budista. Según Francisco Varela, la palabra shuñata se empleaba en la antigua India para denotar el vientre preñado de una madre. Nos preguntamos entonces, por qué extraña razón shuñata se traduce tradicionalmente como vacuidad. Ocurre que el Buda empleó este término para explicar lo siguiente: aquello que tomamos por la realidad, tal como se nos aparece por medio de nuestros limitados sentidos, carece de existencia en sí, su característica es shuña. Al traducir entonces las ideas de Buda a las lenguas europeas se pensó, originalmente, que el budismo era una filosofía nihilista, es decir que negaba la existencia de la realidad, relegando de esta forma – casi automáticamente – al budismo a la categoría de mitos y supersticiones primitivas. Esa es sin duda la razón por la que shuñata ha sido traducida desde tiempos muy remotos como vacuidad o vacío, porque se entendía que la filosofía del Buda implicaba la negación de la realidad como entidad robusta y maciza.

El desarrollo de las ciencias durante el siglo XX nos ha abierto por fin los ojos y hoy día podemos entender cabalmente esta concepción epistemológica para descubrir que el concepto de shuñata alude a un conocimiento que poco a poco ha empezado a generalizarse en nuestra cultura cosmopolita.

Buda sostuvo casi cien años antes de Demócrito una idea similar a su concepción atómica de la realidad, aunque aplicada estrictamente al ámbito antropológico. Esto se debe a una política que el propio Buda expresaba: el ilumninado conoce muchísimas más cosas de las que enseña, pues sólo enseña aquello que es útil para contribuir al despertar definitivo de sus discípulos, solía decir. La idea de Buda es que el yo, como tal, no existe, ya que aquello que denominamos compulsivamente mi yo está permanentemente cambiando y se trata de un simple concepto que emerge en cinco etapas analíticas que él denominó skandas. Decía, entonces que el yo, se podía entender como una sucesión de personalidades (vijñana) individuales.

Aquí la idea es muy simple: uno mismo se percata fácilmente que su personalidad va cambiando con el tiempo e, inclusive, muchas veces, hasta se yuxtaponen: mi personalidad como esposo, mi personalidad como hijo, mi personalidad como jefe, entre otras. En efecto, recordemos que la palabra personalidad fue introducida al lenguaje cotidiano por el psicoanálisis. Jung sostenía que la persona era la máscara o careta con que enfrentábamos las diversas situaciones que se nos plantean. En definitiva, a su vez, cada una de estas personalidades yuxtapuestas y cambiantes se componen de múltiples disposiciones emocionales (samskhara), todavía más efímeras, aunque no por eso inofensivas. Por ejemplo, si veo un hermoso reloj de pared que me gustaría comprar pero lo encuentro muy caro para mi presupuesto, desarrollaré una disposición emocional negativa (consiente o inconciente). Si acumulo muchas de estas emociones negativas, se manifiestan luego como una sintomatología o incluso una patología: estrés. Así pues, cada una de nuestras múltiples personalidades se puede visualizar como emergiendo de la interrelación entre las efímeras disposiciones emocionales que tenemos durante el transcurso de nuestras vidas.

Pero estas emociones que dan origen a nuestras personalidades no podrían surgir si no tenemos procesos cognitivos que nos permitan construir objetos de pensamiento. En el ejemplo del reloj estos objetos de pensamiento son el reloj por una parte y el dinero por otra. En consecuencia, cada disposición emocional involucra a su vez construcciones mentales que el Buda denominó samjñas. Pero esta cadena continúa, ya que la construcción cognitiva de objetos no es posible ??? evidentemente – sin una percepción sensorial (vedana) previa. En el caso del reloj, para poder decir que existe siquiera el reloj es necesario que yo lo haya visto. Si me gustó mucho es posible incluso que haya persuadido al dependiente para que me dejara tocarlo, ya que de esa forma le otorgo más realidad a mi construcción cognitiva, que ahora tiene un apoyo visual y otro kinestésico. Si luego escucho su tic tac, tengo la imagen completa de lo que denomino un objeto real.

El Buda sostenía que esa sensación (visual, auditiva, kinestésica, olfativa o gustativa) de la cual emergía la percepción de un objeto tampoco era el fundamento último de la realidad, sino que sólo era posible debido a la interacción de realidades físicas incognoscibles pero que existían en la medida que originaban cualquier percepción (rupas). De esta forma el yo aparece como un espejismo de espejismos en cinco niveles sucesivos de propiedades emergentes y, en definitiva, el observador emerge de las observaciones (sañña) que hace.


Por Luis Eduardo BastíasIngeniero Civil Informático Investigador en Ciencia Cognitiva Universidad Canada West.

Fuente: www.atinachile.cl




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