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Encuentros íntimos con Vicente Ferrer (2/2)

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Un karma-yogui del siglo XX

ferrer.jpg–Para armonizar la sociedad –pregunté–, ¿no tendríamos antes que armonizarnos interiormente cada uno de nosotros?

–Me cuesta poner mi fe en la sociedad –aseveró–. Creo en las personas, pero estas se hallan en una sociedad cuyos sistemas les impiden ser buenas. El cristianismo, por ejemplo, no puede florecer en un capitalismo salvaje, por lo difícil que es practicarlo en tales condiciones. Los sistemas sociales influyen muchísimo en la desarmonización del ser humano porque la sociedad es más inarmónica que el hombre.

Hizo una pausa y se quedó pensativo. Nos miramos intensamente a los ojos y nos cogimos las manos. Agregó:

–No esperar recompensa nos hace muy libres. La acción buena es superior a todo; de nubes para abajo, es lo único de lo que no podemos dudar, porque incluso los malvados tienen momentos de bondad. Después de haber leído tanto, la “acción buena” es, para mí, lo único esencial. Pero no lo es la acción sin cabeza, sino la acción lúcida.

Le sentí entonces como un verdadero karma-yogui que hace lo mejor que se puede hacer en cada momento y circunstancia, con amor y lucidez, sin encadenarse a los resultados. Era sin duda un gran karma-yogui viviente y se lo hice saber. Insistió:

–No esperar recompensa, sí, nos hace muy libres. La acción debe ser lúcida y bondadosa.

Rememoré a ese otro karma-yogui llamado Vivekananda que decía: “A los pobres no les deis mantras, sino pan”. Y también: “A Occidente hayque predicarle espiritualidad y a la India, trabajo”.

–¿Mente o corazón? –dejé en el aire.

–Aquí –sonrió tiernamente– sí que aplico la filosofía advaita: la unidad. Mente y corazón. Cuando rezo, que es pocas veces, solamente pido dos cosas. Una es que me den un corazón de carne; no quiero tener un corazón de piedra. La otra es misericordia. Todo lo demás ya no importa; pertenece al mundo del intelecto. He filtrado todo lo leído y he podido extraer lo esencial. Del catecismo lo único que me interesa son las obras de misericordia. Hay una bondad total y esa presencia superior, como quiera que la llamemos, da igual si somos agnósticos o no, nos confiere valor.

Esbozó una sonrisa significativa y bella y sus ojos se posaron en los míos. Este hombre –pensé– ha dejado la senda de las normas, el camino reglado, para seguir con libertad el de la acción desinteresada. Es una persona profundamente religiosa en el sentido más pleno de la palabra. Pero sabe bien aquello que dicen los karma-yoguis: “Las manos en la obra y la mente en el cielo”.

Trascendencia y bondad

–¿Es la tuya una religiosidad cósmica? –pregunté al recordar la aseveración de Mircea Eliade de que en la India se comprende la verdadera religiosidad cósmica.

–En la India he descubierto tantas cosas de su filosofía, de su religión, de la simplicidad de las personas, de la suma pobreza acompañada también de tomarse las cosas como un tranquilo “ya veremos qué ocurre, pero vamos adelante”… Pero hay una presencia, este Ser que puede ser Noser (como en el budismo), porque la palabra Dios… Si dices que crees en Dios casi te desacreditas.

Rió. Siempre tuvo un gran sentido del humor. Ambos teníamos una sintonía muy viva, nos entendíamos bien. Había seguido sus huellas a lo largo de los años y por eso fue una sincronicidad extraordinaria que él, mucho antes de hacerse tan famoso, pasara a conocerme sin previo aviso.

–Este ser infinito –dijo– necesariamente ha de ser bondadoso y requiere de otros seres. Pero al ver todo el mal que existe en el mundo te quedas de piedra. No hay respuestas para ello; no puedes tratar de convencer a nadie. Pero para mí, esa bondad está allí (señaló con la mano hacia el espacio), y cualquier cosa que ocurre en el mundo la pongo a prueba con esa bondad. Hay cosas que no encajan, pero otras sí lo hacen, como el canto de los pájaros, la lluvia amable o esas nubes que evitan que nos achicharremos. Todo eso encaja perfectamente con la bondad. Pero para el que sufre de verdad quererle demostrar la bondad es casi un insulto. ¿Cómo le dices a un leproso que hay una presencia que va ordenando las cosas? Pero que haya cosas que no encajan no va a llevarme a negar esa bondad, esa presencia divina. Sí, hay sufrimiento, pero “aquello” está ahí.

india.jpg–Supongo que la vida te ha llevado a afrontar numerosas incertidumbres religiosas…

Permaneció unos instantes reflexionando y al final, con voz calmada, me explicó:

–La vida para mí es como tejer un enorme tapiz en el que va quedando grabada nuestra vida. Luego, al final de la existencia, lo miramos y, claro, lo vemos muy burdo y nos decimos que no está bien. Pero en realidad lo que vemos es solo el reverso del tapiz. Y entonces descubrimos que ha habido “alguien” que ha ido hilando tus mismas puntadas con hilos de oro. Y así, cuando uno da la vuelta al tapiz, ve que su vida no ha estado tan mal, que ha tenido belleza, sentido. Solo que creer en Dios es una carga muy pesada (suspiró levemente) porque en la vida uno se encuentra con muchas paradojas y contradicciones, y con que hay sufrimiento, mucho sufrimiento. Y no podemos comprender su razón. Por eso entiendo que lo importante no es tratar de entender ese sufrimiento, sino ponerle remedio.

Le miré. Pensé que él sí sabía combinar de maravilla la acción, la contemplación y, seguramente, la actitud meditativa y ecuánime en aquello que llevaba a cabo. Dentro de él había un místico que había sabido convertir la mística en acción para aliviar el mal, como dice la regla de oro de todos los karma-yoguis.

–Hay que remediar el sufrimiento –insistió–. Y creo que la mejor terapia consiste en fijarse siempre en lo mejor, en poner el acento en las cosas buenas. Por ejemplo, disfrutar cada amanecer, paladear el sentirse contento, disfrutar de la buena salud, deleitarse con la música, sentir la emoción de la belleza que se desprende de la ecuación de Einstein, pensar en el amor de la madre… Cuando lo haces te das cuenta de que todo lo bueno encaja con la existencia de ese “algo”, de esa presencia. Lo que tenemos que hacer quienes no sufrimos tanto como otros es intentar no atender la razón del sufrimiento y tratar de remediarlo. El sufrimiento es el reto más grande que hay para todo aquel que crea en esa presencia o bondad infinita. Hay que llevar a cabo la acción buena y diestra.

Hizo una pequeña pausa y agregó: –Hay muchas teorías sobre la “presencia”, pero mi convicción es que, aunque uno no sepa quién es realmente, sí sabe que hay algo divino en su interior. A partir de ahí, de las nubes para abajo lo que hay que hacer es ayudar a los demás. Mira –me tomó la mano y clavó en mí su mirada traslúcida y amistosa–, yo creo que la bondad es el motor de la vida y se manifiesta en la perfecta armonía entre el amor a nosotros y el amor a los demás. Y que la desarmonía surge cuando empezamos a amarnos más a nosotros mismos que a los demás, siendo ese desequilibrio, esa desarmonización interior, lo que causa las enfermedades.

Hablamos luego sobre el yoga. Me dijo: “Están encantados con tu clase de yoga”. Y aseguró que él creía mucho en el karma-yoga y que consideraba que el yoga, que practicaba hacía tantos años, es terapéutico.

Insistió:

–Las psicologías orientales tienen métodos para meditar que son muy necesarios y a los que habría que acostumbrarse en Occidente. Fueron unos días de paz, lejos del mundanal ruido. Con noches para meditar, sentir la bondad primordial en el alma, deleitarse con las exquisitas comidas de Ana y hablar con los voluntarios. Años después volví a encontrarme varias veces con Vicente, a quien entrevisté para varios programas de radio. Todavía no era muy conocido, al menos su imagen. Tanto es así que un atardecer mi compañera Luisa le llevó en taxi a la estación para que cogiera el tren nocturno a Barcelona. Iba vestido con suma sencillez y nadie reparó en él, que era como un lirio flexible y resistente moviéndose entre la multitud. Después vendrían los reconocimientos, los premios, los innumerables programas televisivos, pero nunca dejó de ser aquel hombre sonriente, humilde, parco en palabras, delgado y con esa barbita plateada que también poseen tantos encantadores y conmovedoramente hospitalarios campesinos de la India.

Parte 1


Fuente: www.masalladelaciencia.es

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