Contesta al otro lado del teléfono agotado tras un arduo día de inventario «árbol por árbol» en la húmeda y calurosa selva camboyana. Más de la mitad de este pequeño y desconocido país asiático está cubierto por bosques sobre los que pende la amenaza de la deforestación. Y Brais ayuda a combatirla dentro de un proyecto de cooperación financiado por el Gobierno español. La red de ONG locales, la Administración y la universidad de aquel país también están implicados en este plan de choque.
«Se trata de poner en valor el bosque camboyano y evitar que sea arrasado para el comercio ilegal de maderas de lujo con las que luego se hacen muebles para occidente», explica este ingeniero forestal y apasionado viajero nacido en Santiago pero de sentimientos vigueses por sus vínculos familiares, sus amistades y el Celta.
Las selvas están habitadas por comunidades que sobreviven gracias a los productos naturales que obtienen de ellas para consumo propio y pequeñas transacciones comerciales. «Las empresas extranjeras, sobre todo, chinas y vietnamitas, les dan muy poco dinero por la madera y queremos que tengan derechos sobre los bosques. El objetivo fundamental es su conservación, pero resulta difícil concienciarles del valor incalculable que tienen para las futuras generaciones.
Desconocen la expresión desarrollo sostenible y es lógico porque tienen graves problemas como la falta de educación, la corrupción o la malaria», reconoce.
Brais llegó en mayo a la capital de Camboya, Phnom Penh, y desde allí recorre en todoterreno cientos de kilómetros por caminos imposibles hasta llegar a zonas como Rata Nakiri, donde se centra su trabajo en la actualidad, para establecer los límites de los bosques con GPS y dejar registro de cada uno de los árboles.
Los exuberantes paisajes son «maravillosos» y el joven lamenta que cuando envía fotos tomadas en plena faena a sus amigos y familiares éstos piensen que está allí «de vacaciones». «Tenemos que llevar botas para que no nos piquen escorpiones o serpientes y repelentes para evitar que los mosquitos nos infecten de malaria o dengue. Además las selvas están llenas de minas antipersonas que se llevan por delante a centenares de víctimas cada año. Los camboyanos plantan fuego a los bosques para que estallen y agravan todavía más la deforestación», revela.
Ante tal cantidad de «enemigos», se considera afortunado, pues hasta el momento solo ha padecido el ataque de unos parásitos intestinales que le obligaron a guardar cama .
En los últimos meses, Brais ha recopilado más de cuatro mil imágenes que reflejan un país que todavía se resiente, y mucho, del genocidio perpetrado por Pol Pot y sus jemeres rojos, responsables de la aniquilación de dos millones de camboyanos entre 1975 y 1979.
El pasado julio, un tribunal internacional condenaba al responsable de Tuol Sleng, una antigua escuela reconvertida en centro de torturas y en la que catorce mil personas, incluidos niños y mujeres, perdieron la vida. Sin embargo, muchos de quienes apoyaban la revolución de Pol Pot continúan en libertad e incluso forman parte del actual gobierno.
«Para mí es incompresible, pero los hijos de los jemeres siguen estando en puestos de relevancia. El gran cáncer del país es la corrupción y a eso hay que sumarle la falta de educación. Pol Pot aniquiló a los intelectuales y profesores y ahora hay una generación perdida», lamenta.
Sin embargo, ellos prefieren pasar página a su pasado más reciente. «Son budistas y partidarios de olvidar, por eso no sale de mí preguntarles. A veces hacen algún comentario y uno de mis compañeros camboyanos del proyecto me contó que dos hermanos suyos habían muerto en el frente y otra hermana, debido a una enfermedad curable».
A pesar de que sobreviven con dos dólares al día, los camboyanos son muy amigables: «Siempre tienen una sonrisa en el rostro y tratan de ayudarte aunque la mayoría no habla inglés. Me encantan los niños. Te ven y se acercan para decirte ´Hello, what´s your name?´ y se van corriendo. Ya he salido dos veces en la prensa, cuando España ganó el Mundial y en la fiesta de mi treinta cumpleaños. Todos los extranjeros nos disfrazamos con los pijamas típicos que aquí utilizan a todas horas».
Fuente: www.farodevigo.es