Esta cultura legendaria vuelve a conquistar Europa. Miles de personas experimentan con una vida más simple y se reencuentran con un legado histórico valioso, lleno de enseñanzas. Por Claudina Navarro y Manuel Núñez
Cruzamos la empalizada de troncos y nos reciben amablemente tres vikingos. El anciano está apoyado en una piedra grabada con dibujos de serpientes y runas. La mujer y el hombre joven y fuerte charlan. Deciden que será él quien nos guíe en nuestra visita a Foteviken, una aldea vikinga, situada en Höllviken, pueblo de la península de Falsterbo, en el suroeste de Suecia. No estamos en un parque temático ni en ningún otro tipo de atracción. Hemos entrado en una auténtica reserva para personas que han decidido vivir como vikingos. Han renunciado a las comodidades modernas y han apostado por la autenticidad y la libertad con que vivió el pueblo marinero. Además, invitan a todas las personas que quieran experimentar otra forma de vivir. Cada año cientos de jóvenes se acercan a Foteviken, montan su tienda de campaña y viajan mil años hacia atrás en el tiempo. Y lo hacen en el marco de un programa de la Unión Europea de investigación histórica y divulgación.
Para comprender la reserva vikinga de Foteviken hay que remontarse hasta 1987, cuando se fundó la Asociación SVEG, dedicada a la investigación arqueológica marina en la península de Falsterbo. Pocos años después, los miembros de la asociación empezaron a trabajar con la idea de revivir un pueblo vikingo, convirtiéndose ellos en sus primeros habitantes. En el año 2001 se vieron preparados para reconstruir una comunidad vikinga. Cada uno asumió un lugar en la estructura social y comenzó a desarrollar sus habilidades como carpintero, constructor, músico, tejedor, marinero, alfarero, orfebre, herrero… Reprodujeron también la estructura social con sus guerreros, hombres y mujeres libres, comerciantes y esclavos (éste es el estatus de los novatos en la comunidad), e instituciones como el consejo de ancianos. Pero más sorprendente que la existencia en la actualidad de una comunidad es que no sea la única. Los vikingos han resucitado en forma de movimiento cultural.
Han fundado una Sociedad Vikinga Internacional cuyos 10.000 miembros se han reencontrado con un estilo de vida muy alejado del actual. Sólo unas decenas viven permanentemente en poblados, pero todos aprovechan los fines de semana y el verano para reunirse y comportarse como auténticos vikingos. Organizan mercados en diferentes lugares del territorio vikingo –países escandinavos y bálticos, Dinamarca, Islandia y Alemania– para vender el fruto de su trabajo y reencontrarse con los camaradas. Mujeres, hombres, ancianos, jóvenes y niños comparten experiencias y conocimientos.
No son freakies, todo esto no es para ellos un mero entretenimiento excéntrico. Son personas que no han aceptado que la historia quede confinada como cosa ajena en los libros, los museos o las universidades. Al contrario, creen que la cultura vikinga forma parte de su identidad y quizá de una manera más íntima que la actual cultura tecnológica, estresada y superorganizada.
Confianza vikinga
Quizá entre los actuales vikingos quede un vago recuerdo, transmitido de generación en generación, de los buenos tiempos vividos. Un curiosísimo estudio científico, realizado por investigadores de la Universidad de Aarhus (Dinamarca), muestra que la gente que actualmente ocupa las regiones donde vivieron los vikingos históricos son más felices y confían más en el prójimo que en los pueblos vecinos. El nivel de confianza en las regiones vikingas de Dinamarca y Alemania es un 50 por ciento más alta que en el resto de ambos países. La confianza en los demás es también una característica de Islandia, Noruega y Suecia. Los autores del estudio creen que la causa está en las costumbres de los vikingos, que supieron establecer lazos de lealtad entre las personas sin necesidad de recurrir a las garantías de un orden legal.
Por tanto, ser vikingo en la actualidad no tiene nada que ver con hacer el bárbaro. Nuestro guía, Stefan Nordgren, el comerciante del pueblo, sin dejar de blandir, orgulloso, su enorme espada de hombre libre, se esfuerza por borrar de nuestras mentes modernas todos los prejuicios acumulados. “No somos gente bruta; somos amantes de la libertad y la buena vida”, asegura. Y es que hay enormes malentendidos sobre los vikingos. Para empezar, nunca se han puesto cascos con cuernos. Ésta fue una imagen que popularizaron primero los poetas románticos del siglo XIX, a partir del hallazgo de un único y curioso gorro con un cuerno incrustado que en realidad perteneció a alguien que vivió 1.500 años antes que cualquier vikingo. Luego, los dibujos animados y las películas han insistido en el cornudo tópico. Por otra parte, no eran saqueadores ni piratas, al menos no principalmente. De hecho, su origen se remonta al año 2000 adC, pero no aparecen en la escena europea hasta el siglo VIII, cuando aprovechando su destreza como navegantes establecieron colonias desde Noruega a Irlanda y de Islandia a Rusia. Eran comunidades “democráticas”, donde los hombres libres elegían a sus nobles y reyes. Es cierto que arrasaron monasterios o que en el 844 saquearon Sevilla, que hostigaron las costas gallegas y asturianas y que en 861 llegaron hasta Pamplona y se llevaron al rey de Navarra, que fue devuelto a cambio de 60.000 piezas de oro… También que hubo barcos mercenarios al servicio del emperador de Bizancio –¡que llegaron hasta Bagdad!– y tripulaciones piratas. Es igualmente verdad que los francos, a las órdenes de Carlomagno, pasaron a cuchillo a miles de vikingos. No eran tiempos de diplomacias.
Todo eso fue hace más de 200 años. Ahora estamos en el año del Señor de 1134 y el bueno de Stefan nos asegura que la mayoría de vikingos son agricultores y trabajadores que basan sus relaciones en los acuerdos y la reciprocidad. Además, destaca que hombres y mujeres son iguales en dignidad.
En la cabaña
Nos muestra su casa para certificar su grado de civilización y bienestar. Huele a humo, pero no parece la cueva de un bandido. Hay una cama formidable de troncos de madera, cubierta con magníficas pieles de reno. Un sillón igualmente sólido, con sus confortables pieles. Un rincón con bancos y un juego de mesa junto a la ventana. De pronto, Stefan nos mira de reojo y nos aclara, por si albergamos alguna duda, que es totalmente falsa la leyenda sobre su falta de higiene personal: adoran los peines y se bañan todos los sábados, algo que no hacen muchos pueblos vecinos, y no quiere señalar a nadie. Luego, Stefan
–uno de los pocos vikingos que posee dos casas– nos lleva a su tienda. “Mirad lo que tengo aquí. Nos gusta disfrutar de la comida rica y para eso traemos especias de Oriente”. Es verdad, los olores de los polvos y las semillas recuerdan a los de un surtido bazar turco.
El movimiento vikingo, representado por 65 líderes de 23 naciones, proclamó el 28 de junio de 2001 las Leyes de Foteviken. La más importante reza así: “Nadie, sea nativo o extranjero, vikingo o no vikingo, hombre o mujer, cristiano o pagano, de piel blanca, amarilla, roja u oscura, puede ser condenado por su religión, creencias, sexo o características físicas. Ahora alguien pregunta: ¿Es Foteviken un lugar seguro para que viva toda esta gente? La respuesta es sí, para siempre”. No podía ser de otra manera. En el siglo XII, los vikingos habían sido penetrados por el cristianismo, que convivió por mucho tiempo con los dioses locales. Stefan nos muestra un rincón de la aldea donde conviven la cruz cristiana con los troncos donde se ofician los sacrificios a las deidades nórdicas (actualmente no son sangrientos). Los vikingos no conocían el miedo a la muerte: el fin de la vida en la tierra significaba disfrutar del paraíso, el Valhalla, donde guerreaban, comían, bebían y holgaban eternamente.
Además del respeto a la libertad religiosa, en las comunidades actuales han establecido una serie de normas de convivencia que siguen a rajatabla vikingos procedentes de todo el mundo. Sí, de todo el mundo, incluso desde España. Con sus maravillosas naves, los vikingos llegaron en el siglo XII hasta Oriente Próximo, pero la globalización los ha llevado hasta Japón, donde hay un buen número de vikingos de ojos rasgados. Vengan de donde vengan, en las aldeas vikingas no se puede fumar. No está permitido ningún objeto posterior al siglo XII: ni teléfonos, ni relojes, ni carritos de bebé. No se puede utilizar maquillaje, ni gafas de sol, ni zapatos o ropa moderna. Se puede beber alcohol, pero sólo con cuernos y jarras de barro. El plástico está prohibido y no comen hamburguesas. Quienes actualmente infringen alguna de estas normas pueden ser expulsados al mundo no vikingo por decisión de la asamblea. Continuamos el paseo por Foteviken. Cada una de las casas se ha construido utilizando los conocimientos obtenidos de hallazgos arqueológicos. Algunas tienen un tejado verde que haría las delicias de un arquitecto ecológico del siglo XXI. Vemos también el huerto, el cercado con animales y un jardín de plantas medicinales. Stefan saluda a un camarada de casi dos metros de altura y panza prominente que está preparando la comida en un gran caldero frente a su casa. Ante nuestros ojos se levanta un edificio de madera más grande que los demás. Dentro hay bancos, armas y enormes escudos redondos y multicolores colgados de las paredes. Sirve tanto de parlamento como de sala de fiestas.
Lo vemos pero no lo acabamos de creer. ¿Se creen realmente todas estas personas que son vikingos? Tenemos la oportunidad de preguntárselo a una chica. Se llama Cathy, es norteamericana y contesta con una sonrisa: “vistiendo estas ropas y en el entorno de la aldea, donde no encuentras nada inventado en los últimos mil años, no te queda más remedio que ser un vikingo. En realidad, creo que todos llevamos un vikingo dentro, es decir, una persona que quiere valerse por sí misma y ser libre. Por otra parte, tengo otra vida ahí fuera. Es verdad. Mi parte de chica moderna aprovecha las dos semanas de estancia aquí para aprender métodos de vida sostenible. Otras personas tienen otras motivaciones, pero entre todos creo que podemos transmitir a la sociedad actual cosas de la vida vikinga que son interesantes”. Ahora lo tenemos mucho más claro.
Fuente: www.larevistaintegral.com