Inicio Interreligioso Por qué en Japón el cristianismo es «extranjero» – Parte 1

Por qué en Japón el cristianismo es «extranjero» – Parte 1

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Aniquilamiento de sí, divinización de la naturaleza, rechazo de un Dios personal. Los pilares de la cultura japonesa explicados por el embajador del Sol Naciente ante la Santa Sede.

por Sandro Magister

sintoismo.jpgROMA, 19 de agosto del 2010 – Ya en una ocasión este año chiesa ha puesto en evidencia la extrema dificultad que encuentra el cristianismo para penetrar en Japón.

Es una dificultad que se refiere también a otras grandes civilizaciones y religiones asiáticas. El cardenal Camilo Ruini – cuando era vicario del Papa y presidente de la conferencia episcopal italiana – indicó varias veces la principal razón de esta impermeabilidad en el hecho que en Japón, en China, en India falta la fe en un Dios personal.

Es por este motivo – agregaba – que el desafío lanzado a los cristianos de las civilizaciones asiáticas es más peligroso que el de otra religión monoteísta, como el Islam. Mientras el Islam, en efecto, estimula a los cristianos a profundizar y revigorizar la propia identidad religiosa, las civilizaciones asiáticas, «empujan más bien en el sentido de una ulterior secularización, entendida como denominador común de una civilización planetaria».

Por lo que se refiere a Japón, una autorizada confirmación de este asunto viene de una conferencia tenida el 1 de julio pasado en el Círculo de Roma por el embajador japonés ante la Santa Sede, Kagefumi Ueno.

La conferencia – reproducida casi completa más abajo por gentil concesión de su autor – pone en evidencia con rara claridad el abismo que separa la visión cristiana de la cultura y religiosidad del Japón.

El embajador Ueno se define de orientación budista-sintoísta. Y en la conferencia habla no como diplomáticos sino como «pensador cultural», como en efecto lo es. Su centro de interés es desde hace muchos años las civilizaciones y las culturas. Sobre este tema ha escrito numerosos ensayos y ha hablado en varios congresos.

Un ensayo suyo publicado poco antes de llegar a Roma como embajador, hace cuatro años, lleva por título «Contemporary Japanese Civilization: A Story of Encounter Between Japanese ‘Kamigani’ (Gods) and Western Divinity».

Una síntesis de su conferencia en el Círculo de Roma se publicó en «L’Osservatore Romano» del 14 de agosto.


Cultura y religiosidad en el Japón moderno

por Kagefumi Ueno

Creo que hay hasta tres elementos que caracterizan la religiosidad japonesa como filosóficamente distinta al cristianismo.

Las tras palabras clave son «sí», «naturaleza» y «absolutización»

En primer lugar, sobre el concepto de «sí» hay una muy nítida distinción entre la visión budista-sintoísta y la monoteísta occidental.

Segundo, al concebir la naturaleza el oriente y el occidente difieren sustancialmente. Mientras los japoneses ven la naturaleza como divina, los cristianos no comparten la misma reverencia.

Tercero, en cuanto a los juicios de valor, por su mentalidad religiosa los japoneses en general tienen una propensión mucho menor que los occidentales a absolutizarlos.

Disolver el «ser»

Primer elemento: uno mismo. ¿Cómo difiere el concepto religioso tradicional japonés del «sí mismo» de la visión occidental? Para decirlo con palabras simples, los budistas-sintoístas creen que, con el fin de alcanzar la verdadera libertad espiritual, ellos deben «expulsar» todo «karma» (deseo), «ego», «interés», «esperanza» y también a «sí mismo». Aquí el término «expulsar» es sinónimo de abandonar, renunciar, disolver, vaciar, anular, reducir a nada. En otras palabras, el estado final de la mente, la genuina libertad de pensamiento, o la realidad última pueden ser obtenidas sólo después de haberse expulsado a sí mismo o luego de haber disuelto la propia identidad. Uno mismo y la identidad deben ser absorbidos en la Madre Naturaleza o universo.

En cambio, las religiones monoteístas parecen estar basadas sobre la asunción de que los seres humanos son «miniaturas» del divino. Los humanos son definidos por reflejar la imagen divina. Ellos, por tanto, están llamados a ser «divinos» al menos «mini-divinos». Para acercarse al divino están destinados a purificar, consolidar, elevar o llevar a la perfección el propio ser. Nunca debe ocurrir, pues, que expulsen su ser. El vaciarse del propio ser es considerado inmoral o pecaminoso.

En breve, los monoteístas están llamados a maximizar, a llevar a la perfección a sí mismos. Por lo tanto, son «maximalistas». Con esta idea en mente, no se requiere una especial imaginación para entender que un «ser mini-divino» maximizado o llevado a la perfección es inviolable o sagrado.

Al contrario, los budistas-sintoístas están llamados, con el fin de alcanzar la realidad suprema, a minimizar, es decir a expulsar su ser. Por lo tanto ellos son «minimalistas». También la dignidad o el honor de cada uno es algo a lo que no deben atarse. Jamás se miran a sí mismos como a «mini-divinidades». No ocurre jamás que se deban perfeccionarse a sí mismos para llegar más cerca de lo divino. Un deseo semejante es un tipo de «karma» que deben expulsar.

Insisto, los budistas-sintoístas creen que uno no se debe atar a ningún deseo u obsesión, incluida la exaltación del ser. Cada uno debe ser completamente desapegado del deseo de exaltarse a sí mismo.

Hasta aquí he hecho una especie de ejercicio intelectual, asumiendo que las diferentes religiosidades comportan diferentes conceptos de «ser». Con este propósito, la imagen que me he hecho es que el «ser» de los occidentales es semejante a una gruesa, sólida, brillante esfera de oro que debe ser constantemente lustrada, pulida y consolidada, mientras el «ser» de los budistas es semejante a un aire o fluido sin forma, elástico, difícil si no imposible de sacar lustre o de pulir.

Según la religiosidad japonesa, a lo que se debe renunciar no está limitado al «karma», a los deseos y al «ser». Es necesario estar desapegado también a todo pensar lógico. En definitiva, para los japoneses, la religiosidad es un ámbito en el cual el «logos» en cuanto «religiosidad», el pensamiento lógico y la aproximación deductiva también deben ser expulsados.

En particular, para la tradición budista Zen, también valores opuestos como el bien y el mal son algo que se debe trascender. En el sentido más profundo de la religiosidad budista, en el estadío último del espíritu no hay ninguna santidad, ninguna verdad, ninguna justicia, ningún mal, ninguna belleza. También la esperanza es algo a lo que uno no debe atarse, algo a lo que es necesario renunciar. La libertad última está dada por la absoluta pasividad.

Los japoneses creen también que deben desapegarse del deseo de tender a la eternidad. En el universo no hay nada eterno ni absoluto. Cada ser es sólo «efímero», es decir como una nada. Cada ser es sólo «relativo». La realidad última está en el «vacío», en la «nada» en lo «ambiguo».

He aquí algunas citas tomadas de budistas Zen y en particular de la obra de Daisetsu Suzuki, para ver cómo la filosofía oriental nos dice que se debe estar desapegado del «logos»:

– «Muchos es uno. El uno es muchos».

– «Ser es no ser».

– «El ser es ‘mu’, nada. ‘Mu’ es ser».

– «La realidad es ‘mu’. ‘Mu’ es la realidad».

– «Toda cosa está en el ‘mu’, surge del ‘mu’, es absorbida en el ‘mu'».

– «Una vez desapegado de la visión racional, se trascienden conceptos opuestos como bien y mal».

– «En el sentido más profundo de la religiosidad budista, no hay ninguna santidad, ninguna verdad, ninguna justicia, ningún mal, ninguna belleza».

– «La libertad última está dada por la pasividad absoluta».

– «Al final, el espíritu será como un árbol o una piedra».

Venerar a la madre naturaleza

Segundo elemento diferente: la naturaleza. Para los occidentales, la divinidad está en el Creador en vez que en la naturaleza, la cual es producida por él. Al contrario, para los budistas-sintoístas la divinidad está en la misma naturaleza, desde el momento que se carece del todo de la idea de un Creador que haya creado el universo de la nada. La naturaleza ha sido generada por sí mismo, no por una fuerza extranatural. Lo divino impregna la naturaleza. Y por lo tanto impregna también los seres humanos.

La divinidad de la Madre Naturaleza abraza cada cosa: hombres, árboles, hierbas, rocas, fuentes y así sucesivamente. Para los budistas-sintoístas la realidad suprema no existe más allá de la naturaleza. En otras palabras, la divinidad es intrínseca a la naturaleza. […]

Para los japoneses, los hombres y la naturaleza son una sola realidad inseparable. Los seres humanos son parte de la naturaleza. No hay ninguna distinción o barrera conceptual entre las dos cosas. Una sensación de distancia entre las dos es considerada insignificante o inexistente.

A este punto quisiera comentar una fórmula de moda, la «simbiosis» (o convivencia) con la naturaleza», que es frecuentemente considerada una fórmula pro-ecologista. A mí me parece que este concepto por el contrario incluye un matiz de arrogancia, de «humanocentrismo», ya que confiere a los hombres una posición a la par con la naturaleza. Según la religiosidad tradicional japonesa, los hombres deben ser súbditos de la naturaleza. Es la naturaleza, no los hombres, la que debe ser protagonista. Los hombres deberían ser humildes actores que no pueden pretender una consideración a la par con la naturaleza. Deben escrupulosamente escuchar las voces de la naturaleza y humildemente aceptar lo que la naturaleza manda. De allí que la fórmula «convivencia con la naturaleza» suena demasiado humanocéntrica para el pensamiento tradicional japonés.

Sobre este telón de fondo, en términos de amor y respeto por la naturaleza o los animales, la cultura japonesa es profunda y rica. En su tradición y también hoy, los japoneses tratan la naturaleza o los animales de una manera muy respetuosa. Casi con un espíritu religioso.

Por ejemplo, muchos dirigentes de policía en todo el país acostumbran oficiar una ceremonia para dar gracias a los espíritus de perros policías fallecidos, o para aplacar sus almas una o dos veces al año en los santuarios dedicados a ellos.

Algo similar ocurre en los tradicionales poblados de cazadores de ballenas. Ellos acostumbraban oficiar ceremonias religiosas para dar gracias a los animales o para consolar o aplacar los espíritus de las víctimas, las ballenas. Algunos todavía lo hacen. Y al hacerlo, funcionan como balanza espiritual entre los hombres y los animales que son sus víctimas.

Del mismo modo, en algunos hospitales hay asociaciones que celebran anualmente unos rituales llamados «hari-kuyoo», para dulcificar los espíritus de las «agujas», especialmente las de las inyecciones.

En los campos, la gente venera los árboles majestuosos, las grandes rocas, cascadas o fuentes transformándolas en templos sintoístas con festones blancos llamados «shimenawa». Además, muchas montañas, comenzando por la Fuji, y numerosísimos lagos en Japón son considerados sagrados.

La religiosidad o mentalidad de los japoneses ahora descrita – que algunos estudiosos llaman panteísta o animista – está claramente y vitalmente incorporada en muchas obras culturales japonesas, sean estas de literatura, de poesía, de pintura, de incisión u otras, independientemente de la terminología que se pueda usar.

Por ejemplo, Higashiyama Kaii, un gran pintor de paisajes, dijo una vez en una entrevista televisiva que, conforme maduraba, se fue haciendo consciente de que la naturaleza a veces le habla. Él percibe su voz y advierte sus sentimientos. Y por lo tanto – agregó – su obra de pintor de paisajes no ha sido hecha por él, sino por la propia naturaleza.

De modo semejante, Munakata Shiko, famoso tallador de madera, dijo en televisión que cuanto su alma está en paz él realiza su obra de tallado como inspirada por el espíritu de la madera que está tallando. Por lo tanto – agregó – no es él sino el espíritu de la madera quien hace el verdadero trabajo. […]

Parte 2


Fuente: http://chiesa.espresso.repubblica.it

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