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La colina de los 446.444 budas

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Po-Win-Taung.gifLa tristeza del rey Bandawa inundaba su corazón. Loco de pena por la muerte de su querida reina Sagamé, tuvo una visión: la de un santuario dedicado a preservar el sueño de su amada esposa y en el que los dos pudieran alcanzar el nirvana. Y así ordenó a sus súbditos construir un enorme templo budista en el que 446.444 budas esculpidos en las laderas de las montañas velarían el descanso de los amantes. Así fue, y Sagamé se convirtió en Po Win Shin Ma, la divinidad de la colina de Po Win.

Así narra la leyenda el origen del santuario de Po Win Taung, perdido en el corazón de una región semidesértica de Myanmar (Birmania) sembrada como a voleo de islotes rocosos, cactus y extraños árboles que contribuyen a su aire mágico.

El santuario real, inmenso, se extiende en un área de 50 hectáreas, en las que los macizos roquedos se parecen a colmenas horadadas por todas partes. Los islotes de arenisca encierran un millar de templos, grutas y galerías trogloditas, con entradas superpuestas en varios niveles. Entre las colinas, un dédalo de callejuelas y de escaleras talladas en la roca conduce a las diferentes cuevas sagradas.

El primer testimonio conocido en lengua occidental que hace referencia a este fascinante lugar es el de J. George Scott, autor del Gazetter of Upper Burma and the Shan States, un inventario geográfico en cinco volúmenes de todas las aldeas y ciudades de las regiones del norte y del este de Myanmar, publicado en la ciudad capital, Rangún, en 1901. El texto relata la leyenda de los reyes Bandawa y Sagamé, pero apenas menciona las grutas reales. Dos décadas más tarde, en 1920, apareció un artículo del epigrafista francés Charles Duroiselle, The Rock-cut Temples of Powun-daung, ilustrado con fotografías en blanco y negro. El trabajo ofrecía información más detallada sobre el estilo y una estimación de la antigüedad de las grutas. A pesar de los esfuerzos divulgadores del investigador, no aclaró el misterio que rodea las grutas. No se sabe quién organizó y financió las excavaciones de las cuevas y de dónde son originarios los pintores.

Por el lado birmano, la mención más antigua -según los propios registros de Duroiselle- es un manuscrito de hojas de palmera que data de 1799. El documento menciona que en 1797 un grupo de aldeanos de la región excavó una gruta y compartió los gastos de la expedición. Hoy, el lugar es mencionado en numerosos estudios recientes sobre la pintura, la escultura y el arte birmano, pero hasta la fecha no se ha publicado ningún artículo ni ningún libro en lengua occidental sobre el yacimiento. Se sabe, eso sí, que la zona nunca ha sido abandonada desde sus orígenes y que no han cesado de excavarse nuevas grutas hasta mediados del siglo XX.

¿Por qué con bibliografía conocida desde 1901 no se ha investigado a fondo el lugar hasta ahora? Si Po Win Taung sigue siendo poco conocido y mal estudiado por parte de los expertos, se debe a esencialmente a que Myanmar permaneció durante muchos años cerrada a los extranjeros, que obtenían de las autoridades un visado para sólo siete días. Hoy lo conceden para cuatro semanas.

El tesoro escondido

Po-Win-Taung3.gifLa ubicación del lugar, al margen de los grandes circuitos turísticos, y las dificultades de acceso, preservan a Po Win Taung de una avalancha de visitantes que terminaría por arrasar con todo. No llegan más de dos autocares de turistas por día, que se encuentran con un paisaje que sorprende por los contrastes y los tesoros escondidos.

En esta región de altas temperaturas, las cavernas excavadas por el hombre preservan el frescor. Una vez cruzadas las estrechas entradas se desemboca en unas salas amplias, en las que por la claridad del exterior apenas pueden vislumbrarse las siluetas de las estatuas. Cuando pasa el tiempo necesario para acostumbrarse a la oscuridad, lo que se ve maravilla. El visitante queda estupefacto ante las paredes cubiertas de pinturas de colores extraordinariamente preservados. Una frase en birmano, a modo de subtítulo, acompaña a lo largo de grandes bandas horizontales un escenario que se repite sin cesar: «El príncipe abandona su palacio a lomos de elefante y se dirige a hacia al bosque para obtener la iluminación».

El relato está sembrado de detalles de la vida palaciega. Cortesanas que tocan el arpa birmana y dan masajes a su príncipe, un vigilante que fuma el narguile mientras discute con un viajero. Reinas de cuellos gráciles y complejos peinados que lanzan miradas sorprendidas y adoptan poses desinhibidas. La riqueza de los detalles evoca la laboriosidad con que los miniaturistas se han tomado su trabajo.

La atracción principal, sin embargo, son los miles de budas de todos los tamaños, esculpidos, lacados y pintados. Son las divinidades cargadas con ofrendas que pueblan este santuario troglodita. Hay una docena de ellos recostados, esculpidos en rocas de color rosa y dorado, que alcanzan los 20 metros. El rostro apacible del maestro de los mofletes redondos está atravesado por las vetas de roca con sus sutiles matices. En algunos casos la estatua ha perdido una pierna o un brazo, que yacen semienterrados en el polvo.

po_win_taun.gifAunque en el yacimiento no exista ninguna prueba tangible sobre la veracidad de la leyenda que atribuye al rey Bandawa el origen del santuario, los aldeanos mantienen con vida el culto al Po Win Sin Ma, el espíritu tutelar de las grutas. Todas las mañanas, una señora coloca en una cavidad del acantilado una estatua dorada que cabalga a lomos de un tigre. Es la estatua de la Madre protectora de la colina de Powin. Rezando su rosario a lo largo de todo el día, la vieja mujer birmana protege a la reina. Los peregrinos llevan flores, velas y, a veces, introducen algún billete entre los pliegues rojos del ídolo. Por la noche, la guardiana envuelve en un paño a Po Win Shin Ma y vuelve a casa con su estatua. Desde hace 45 años, las dos mujeres nunca se han separado.

A pesar de la layenda, la hipótesis más probable sobre la creación del santuario de Po Win Taung es la fe ferviente de los fieles de Buda. Con el fin de conseguir los méritos que aseguren un buen karma (una buen reencarnación) y acercarse así al nirvana, los fieles excavaron cientos de pequeños templos. Según fuese la prosperidad de los donantes, la gruta era más o menos ricamente engalanada. Con el paso de los siglos, la colina se convirtió en esta extraordinaria colmena poblada de paneles sagrados. Las primeras grutas excavadas en Po Win Taung datan del período en el que la ciudad de Ava (a unos veinte kilómetros de Mandalay) era la capital del reino birmano, entre 1635 y 1752. Hay también budas de estilo Mandalay esculpidos entre la segunda mitad del siglo XVIII y finales del siglo XIX. La influencia de los colonizadores británicos, presentes hasta 1941, también puede verse en las fachadas, de inspiración europea. Las últimas cuevas excavadas en los macizos de la colina de Po Win datan de 1935.

Son 789 las grutas excavadas en las laderas de los macizos que se superponen en tres niveles. Si se incluyen las de Shwe Ba Taung, a un kilómetro de distancia, la cantidad de cuevas llega a 947. Las más recientes, de la primera mitad del siglo XX, imitan la arquitectura clásica europea. Las más antiguas -siglo XVII y XVIII- tienen entradas altas y estrechas (1,80 m. x 50 cm.). Otro elemento que agrega belleza al paisaje son los relicarios blanqueados con cal ubicados en la cima de los macizos, coronados por sombrillas doradas y por lámparas para iluminar las celebraciones budistas.

Este santuario, considerado el más importante yacimiento rupestre del sudeste asiático, nunca ha sido objeto de una estudio arqueológico serio. Christophe Munier, diplomado en lenguas orientales e historiador del arte rupestre budista de esta zona del mundo, está comenzando a traducir íntegramente los textos de las pinturas. La misteriosa historia de Po Win Taung está, pues, por descubrir. Y habría que hacerlo rápidamente. Porque la erosión ya ha destruido algunas cuevas, borrando las pinturas y reduciendo a polvo algunas estatuas.

El fenómeno de la erosión actúa desde el interior de las estatuas colocadas en las partes bajas del acantilado, donde la humedad es mayor. Las estatuas están hechas de gres y laqueadas por fuera. Aunque la laca es un material extremadamente resistente, la humedad que daña el gres provoca que la laca se cuartee. Algunas estatuas, sin embargo, son regularmente relaqueadas y pintadas por las familias de los donantes. Esta tarea se lleva a cabo sobre todo durante los festivales budistas anuales, y añaden méritos espirituales a quienes la realizan.

El mayor peligro, no obstante, procede de los saqueadores que han comenzado a realizar su tráfico ilegal desde que Myanmar abrió sus puertas al turismo. Al igual que otros lugares budistas de Asia, la avidez occidental conduce a los indígenas a saquear su propio patrimonio a cambio de un puñado de dólares. Si sigue aumentando el turismo sin control, es probable que, antes de que se llegue a estudiar a fondo este complejo de grutas, muchas desaparezcan.

Ladrones y fiestas

Dada la enorme extensión del yacimiento -unas 50 hectáreas-, el saqueo es fácil. Si de día es casi imposible de controlar -cualquier visitante, previo pago de unas 500 pesetas, puede hacerse acompañar por un campesino del comité de conservación de Po Win Taung, que es el encargado de guiar a los turistas por todas las grutas-, de noche, el saqueo es más fácil. Incluso una carretera permite a los vehículos llegar a la zona, estacionarse ante la gruta elegida y hacerse con las piezas arqueológicas. Aunque, en cierto sentido, el lugar se protege a sí mismo: los budas esculpidos en la roca o están demasiado erosionados para ser robados (se romperían en mil pedazos si se les separase de las paredes) o bien son demasiado grandes y pesados (en general suelen medir unos 2 metros).

budas.gifLos únicos susceptibles de ser robados son los más pequeños, que miden entre 50 y 70 centímetros, y los más sólidos. Los robos se hacen especialmente visibles en estos casos, porque los numerosos budas están rodeados de una aureola pintada en las paredes. Una vez robado, la aureola enmarca el vacío y muestra las señales de los golpes de buril utilizado para separar de la pared la espalda de la estatua. Y es que, para proporcionar la ilusión de una espalda redonda, los escultores sólo dejaron una pequeña parte del dorso de las figuras sujeta a la pared. Este recurso, además, les garantizaba una mayor solidez y estabilidad.

En Po Win Taung estos saqueos son especialmente crueles y perjudiciales cuando se llevan a cabo en las grutas cubiertas de pinturas, ya que el robo mutila la armonía de las cuevas, pintadas en cada centímetro de exquisitos detalles. Celosos de su patrimonio cultural y religioso, los habitantes de la aldea y los miembros del comité de mantenimiento se ocupan de almacenar las cabezas y los miembros de los budas que se rompen en las grutas.

Pero los dolores por las mutilaciones que sufren las esculturas se atenúan, al menos en parte, cuando llega la hora de la fiesta. Al igual que en todas las ciudades de Myanmar, en Po Win Taung tiene lugar, todos los años por estas fechas, la Fiesta de las Luces. La celebración se efectúa durante la luna llena del octavo mes del calendario birmano, es decir en octubre (los meses birmanos van del 15 al 15 de cada mes. Todas las fiestas son lunares y sus fechas, por lo tanto, son variables). Los festejos, que duran alrededor de diez días, congregan a miles de birmanos de toda la región. En el recinto de Po Win Taung, uno de los principales lugares santos del noroeste birmano, es especialmente importante. Durante el festival, centenares de hombres y mujeres se instalan en alguno de los diez monasterios de la zona. Otros acampan fuera, en tiendas improvisadas construidas para la ocasión. Equipos de monjes que se relevan por turnos recitan oraciones en pali (lengua del canon budista Theravada) sin interrupción, día y noche.

Uno de los eventos más tradicionales, y que genera los mayores entusiasmos, es el concurso de farolillos. Con sus miles de velas, linternas e iluminaciones en las grutas y a lo largo de los caminos laberínticos que conducen a ellas, la Fiesta de las Luces es sin ninguna duda de las más pintorescas del país. El festejo comienza cinco días antes de la luna llena y alcanza su paroxismo durante los dos días anteriores y durante el día de la luna llena, que marca el punto culminante y el último del festival.


Con la colaboración de Christophe Munier, Historiador del Arte Rupestre del Sudeste Asiático y Diplomado en Lenguas Orientales.

Fuente: www.elmundo.es

Fotografías: Robin Thom / flickr

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