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El cura de Santa María de Han Jai

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fermin_riano-2.gifFermín Riaño cumplió ayer 50 años. Las dos últimas décadas las ha pasado en Han Jai, en la provincia tailandesa de Udon Thani. Es uno de los cinco misioneros diocesanos españoles en un país de mayoría budista y que sólo permite la presencia de 30 misioneros extranjeros de otras religiones.

¿Cómo llega un chico de Sabugo a ser párroco de una localidad de 1.500 habitantes, 75 católicos, a poca distancia de la frontera tailandesa con Laos? Según él mismo cuenta, todo fue un proceso sin demasiado misterio: educado en el seno de una familia religiosa, cursó sus estudios en Sabugo, en el Carreño Miranda y luego empezó Químicas en la Universidad de Oviedo. «La química me resultaba muy atractiva, pero pensé que la vida era más para mí. Más que como un padre de familia químico, me veía como un discípulo de Jesús sirviendo a una comunidad de creyentes».

Así que, junto con otros catorce jóvenes, a los 19 años entró en el seminario. De ellos, nueve celebrarán este año las bodas de plata como sacerdotes. «Por aquel entonces, ni me planteaba ir de misiones». Fue algo más tarde, cuando «trabajaba por la Ley de Objeción de Conciencia», contra la obligatoriedad del servicio militar, cuando conoció «la pobreza en personas de la parroquia de Ventanielles, en Oviedo». Por aquel entonces, recuerda, conoció también a curas asturianos que estaban en Benin y Guatemala, que le hicieron ver que su labor sacerdotal y en favor de los pobres se podía desarrollar «no sólo en Asturias, también en otros lugares».

Pero el definitivo empujón se lo dio la canonización del primer y, por ahora, único santo asturiano, San Melchor de Quirós, junto a otros mártires de la Iglesia vietnamita. «Hablamos entonces de la posibilidad de retomar esa vinculación entre Asturias y Asia», recuerda Riaño de un propósito en el que se embarcaron cuatro jóvenes sacerdotes. «Lo más habitual eran las misiones a África o América, pero vimos que había esa posibilidad a través del Instituto Español de Misiones Extranjeras». Aún así, sólo él llego al continente asiático. Y allí sigue.
«No puedes plantearte una estancia de cinco o diez años. Eso es un viaje, no llegas a conocer de verdad una cultura tan distinta. Es como los chinos que están aquí, y que en cinco aún no se han enterado de lo que es la fabada», apunta. Él había llegado a Bangkok en 1991, tras un periodo de formación previo en Madrid y Londres. En la capital tailandesa empezó a familiarizarse con el idioma tai, con su alfabeto de origen sánscrito, sus 45 consonantes y 28 vocales… Al cabo de un tiempo de adaptación, llegó a la provincia de Udon Thani, «que significa Príncipe de la paz», cerca de la frontera con Laos, a orillas del Mekong.

En aquel lugar tiene su parroquia, Santa María de Han Jai, «’Corazón valiente’, porque hay que ser valeroso para vivir allí», afirma del origen atribuido al topónimo de su pueblo, en plena montaña y al que se llega por una pista de tierra. El templo, cuenta, está ubicado junto a un cañaveral de azúcar y frente a un templo budista. La casa rectoral, cubierta con uralita, consta de dos habitaciones, la cocina y un baño. Ese es el centro de operaciones de su misión tailandesa.

«En veinte años claro que cambia tu percepción de lo que estás haciendo. Pero es que en ese tiempo también ha cambiado la de la propia Iglesia», afirma acerca de una labor, la suya, que ya no tiene como objetivo irrenunciable ‘evangelizar infieles’, ni liderar proyectos de cooperación al desarrollo. «Este año, por ejemplo, hemos hecho una traída de agua para el pueblo, pero en colaboración con la comunidad budista. Ellos ponían el boquete y nosotros la tubería», cuenta. Hoy en día, explica, «tienes muchas ONG en las que cooperar y realizar trabajos sociales en los países más pobres, si es lo que quieres; nuestra labor es otra, aunque también puedas participar en proyectos de ese tipo».

Su misión, afirma «no es la que se planteaba antes en las misiones de la Iglesia, no se trata de llevar la experiencia de la fe a otros lugares, sino también recibir y traer aquí las experiencias de esos lugares». Riaño recuerda cómo se dio un antes y un después en la imagen de Juan Pablo II rezando junto a líderes del resto de grandes religiones. «Ese fue el marco que acabó por dar sentido a lo que nosotros, en las misiones, sólo intuíamos», afirma.

Eso hace que, hoy en día, cuando cada tres años regresa a Asturias para disfrutar de tres meses de ‘vacaciones’, muchos le digan que se trae «mucho de budista» desde Tailandia. Y nadie se ha de extrañar: «La persona que busca la trascendencia, que busca el sentido más profundo de la vida, valores como la paz, la misericordia, la verdad, la justicia…, esa persona, da igual que piense en Dios, en Alá o en la trascendencia budista…, tiene una fuerza interior que la hace indudablemente mucho más cercana al que es como ella, que a la que vive en el puro materialismo».

Su día a día, de hecho, es una muestra de esa cercanía entre personas de distintas religiones. «En la parroquia son 75 católicos, pero la habitual es que vengan muchos budistas», afirma acerca de una atracción de los fieles del budismo tailandeses hacia el cristianismo similar a la que en Occidente se da hacia el Dalai Lama.

De regreso, el interés es recíproco. Cuando regresa a Asturias, en el Arzobispado le preguntan tanto por el número de bautizados como por la espiritualidad budista, cuenta de una autoridad religiosa asturiana que le ha autorizado a quedarse «de por vida» en su parroquia. Y eso le llena de ilusión. Envejecer allí, a orillas del Mekong, en una cultura muy espiritual que venera al anciano, es algo que le ilusiona. Sólo hay un pero. «Nosotros, los curas, vivimos la vocación, pero la familia la sufre», cuenta al ser preguntado por cómo han vivido sus padres y hermanos sus decisiones.


Fuente: www.elcomerciodigital.com

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