La vida monástica es maravillosa para algunas personas, más no para todas, y no debería serlo. Esta existe para un pequeño grupo de individuos que están atraídos hacia la idea de una vida totalmente dedicada al Dharma a través de la renuncia a asuntos mundanos y por medio de una ética pura. Como todos sabemos, la sociedad moderna está basada principalmente en la codicia y promueve que la felicidad depende de la adquisición y la satisfacción del deseo, en nuestros días el sexo y la violencia están en todos lados. En contraste, la sangha es un grupo de monásticos que basan su vida en la renuncia, pureza, dominio de uno mismo y disciplina, todos esto con la aspiración de reducir las necesidades y deseos. Lo que hacen estas personas va completamente en contra del mundo actual.
Los Centros de Dharma no están inmunes a la idea de que “más es mejor”. Tradicionalmente en el Oriente, la sangha tenía la tarea de preservar y transmitir el Dharma. Debido a que las personas de aquellas sociedades eran seguidores del Dharma, respetaban a la sangha; ellos amaban a la sangha y se sentían muy orgullosos de sus monásticos. Sin embargo, en el Occidente, la situación es diferente en parte por que en tiempos modernos muchos de los eruditos y maestros de meditación que transmiten el Dharma son laicos. Esto no significa que la sangha es innecesaria para el mundo moderno. Debido a que la sangha preserva un modo de vida basado en los principios del Dharma, los monásticos son un ejemplo vivo que la moderación y la simplicidad pueden traer felicidad y paz. Ellos nos recuerdan que se puede vivir con mínimas posesiones y sin sexo, familia o seguridad, estar feliz y satisfecho. Los monásticos deben tener el tiempo para dedicarse al estudio y la práctica sin tener problemas materiales de ganar para vivir y problemas emocionales debido a involucrarse en relaciones personales basadas en el apego. La sangha tiene libertad (ambas, tanto físicas como emocionales) que generalmente no es posible a aquellos que llevan una vida laica.
Desafortunadamente, debido a nuestras actitudes modernas que provienen de nuestros antecedentes protestantes y materialistas, muchos de los Budistas Occidentales sienten que teniendo relaciones cercanas, familia y una profesión es una forma superior de practicar el Dharma. Teniendo estas cosas, que son en su mayoría objetos de nuestro apego, sigue siendo un plan deseable para muchos Budistas Occidentales. También como que brinda una buena oportunidad de practicar el Dharma integrándolo a la vida diaria. Por lo tanto, en el Occidente, los miembros de la sangha son vistos como personas que evaden la realidad, neuróticos y parásitos, como personas incapaces de enfrentarse al el reto de relaciones íntimas. La renuncia es mal entendida y menospreciada, de hecho, algunas personas la consideran ligeramente perversa (pensando que debido a que no puedes tener éxito en el mundo, renuncias a él, básicamente por que él ha renunciado a ti).
Un verdadero monástico vive sin seguridad, dependiendo de la generosidad no solicitada de los demás. Esto no es ser un parásito, eso es vivir con confianza y con fe. Jesús dijo: “Dad sin pensar en qué comeréis y vestiréis el día siguiente”. En un sentido, eso es lo que significa ser un miembro de la sangha: No estamos demasiado preocupados con nuestra existencia física y tenemos confianza que el Dharma nos dará suficiente para nuestras necesidades principales. Tenemos confianza que si nosotros practicamos sinceramente, no pasaremos hambre; que tendremos no solo apoyo material, sino apoyo en todos los sentidos.
Sin embargo, en los círculos de Dharma Occidentales, la sangha vive en una especie de limbo. No nos mantienen los laicos, ni los lamas tampoco. Aún cuando los monásticos trabajan para centros y por eso son mantenidos, ellos continúan siendo en muchas maneras ciudadanos de segunda clase. No se les brinda buenas comodidades y se les trata como inferiores a los huéspedes que pagan, que tienen mucho dinero y pueden mantener los centros. Hay muy poco respeto o apreciación a los miembros de la sangha que han dedicado su vida entera al Dharma. Los centros principalmente están adaptados a la gente laica y los monásticos son hechos a un lado y considerados poco importantes. O abusan de ellos y se espera que abran centros antes de que tengan el suficiente entrenamiento o experiencia. La gente espera que tengan capacidad aunque tengan poco entrenamiento, mientras que son seres humanos imperfectos como otros.
Los miembros de la sangha occidental también necesitan ser entendidos y apreciados, pero muy rara vez esto sucede. Debido a que no viven frecuentemente en comunidades monásticas sino en centros de Dharma o por su cuenta, ellos no pueden hacer las cosas que los laicos pueden. Y aún así, tampoco cuentan con las condiciones necesarias para vivir una vida monástica. Ellos pierden el placer de una vida en familia, y al mismo tiempo, tienen pocos de los gozos de una verdadera vida monástica.
Algunos se sienten solos; también se sienten incapaces de integrar los ideales de desapego viendo a otros como personas que pueden ser amados. Se sienten inseguros acerca del significado de amistad en el contexto del Dharma y sienten que si son cariñosos se están involucrando demasiado, lo cual no es muy conveniente para uno monástico. Debido a que no tienen el ejemplo de practicantes maduros o de vivir en una comunidad monástica, no entienden como balancear la introspección necesaria para la práctica del Dharma amistosamente y con afecto hacia otros, que son también importantes para la práctica. Así su práctica puede tornarse estéril y pueden sentirse extraños con personas a su alrededor. Algunos sienten que vestir túnicas los hace verse extraños de los demás, la gente actúa de una forma artificial con ellos, dándoles un cierto rol, y no los ven como seres humanos que tienen problemas y buscan apoyo moral y amistad. Algunos se sienten destacados por vestir túnicas en las calles occidentales por las personas los miran fijamente y algunos les gritan “Hare Krishna!”. Debido a que otros actúan de manera diferente hacia ellos, sienten que no pueden ayudar a las personas de manera eficaz.
Los monásticos occidentales reciben muy poco apoyo de los lamas. Su Santidad, esto es cierto. Nada parecido en las sociedades tradicionales de Asia en donde los laicos aprecian y mantienen a la sangha, en el occidente, con nuestra tradición de democracia e igualdad, no es así. Los laicos occidentales no son animados a respetar a la sangha, al menos no a la sangha occidental. Los lamas no enseñan a sus estudiantes laicos que esta es parte de su práctica. Así los laicos ven a los monásticos occidentales y piensan “Bueno, ¿Y quiénes son ellos?” y tienen poca simpatía y aprecio hacia lo que ellos tratan de hacer. Los lamas cuidan bien de su propia sangha Tibetana. Construyen monasterios y entrenan a los monjes. Cuando los Tibetanos se ordenan, cuentan un sistema de manutención, existe un monasterio al que pueden ingresar y la sociedad respeta su decisión de vivir una vida monástica. Para la sangha occidental, esto en gran parte no existe. Los lamas ordenan personas, que arrojan al mundo sin entrenamiento, preparación, ánimos, manutención, o guía, y se espera que sigan con sus votos, hagan su práctica, y establezcan centros de Dharma. Esto es muy duro y me sorprende como tantos monásticos de la sangha occidental permanezcan así por tanto tiempo, pero no me sorprende cuando dejan los hábitos. Comienzan con mucho entusiasmo, con mucha confianza y una devoción pura y gradualmente su inspiración disminuye. Se desaniman y desilusionan, y nadie los ayuda. Esto es cierto, Su Santidad. Es una situación muy difícil, que nunca había ocurrido con anterioridad en la historia del Budismo. En el pasado, la sangha estaba firmemente establecida, alimentada y cuidada. En el occidente esto no está pasando, verdaderamente desconozco el por qué. Existen algunos monasterios, en su mayoría de la tradición Theravada y unos cuantos de las demás tradiciones, que lo están haciendo bien, pero ¿Qué hay para las monjas? Francamente no existe nada.
Para terminar con una mejor nota, hago plegarias por que esta vida de pureza y renuncia que es tan rara y preciada en el mundo, que es la joya de la sangha, no sea arrojada al lodo de nuestra indiferencia y desprecio.
(En este punto, Su Santidad el Dalai Lama permaneció en silencio. Luego colocó sus manos sobre su cabeza y se lamentó, mientras la audiencia sentada se quedó sin habla. Después de unos minutos, levantó el rostro y dijo, “Sois bastante valientes”)
Fuente: www.bengungyal.org