Inicio Post del día Alegrándonos por el mérito – Guendun Rinpoche

Alegrándonos por el mérito – Guendun Rinpoche

65
0
Guendun Rinpoche
Guendun Rinpoche

La manera más eficaz de acumular mérito es alegrarnos del bien realizado por los demás. Pensamos en todas las acciones positivas cometidas por los Budas, los bodisatvas, por monjes y monjas, hombres y mujeres, por todos, por todo lo que se ha hecho a favor de la Iluminación, y nos alegramos por ello. Nos asociamos con ello si mentalmente nos regocijamos por tales acciones genuinas de forma que participamos completamente de las mismas, obteniendo por este motivo tanto mérito como ellos. Ésta es la forma suprema de acumular mérito.

Alegrarnos de las virtudes de los demás, regocijarnos por su práctica y por sus acciones positivas es la mejor manera de acumular mérito. A menudo, nos invaden los celos porque alguien practica mejor que nosotros, porque dedica más tiempo, porque parece entender el Dharma más fácilmente que nosotros, etc. Este tipo de pensamientos provocados por los celos nos hacen sentir incómodos y son sumamente negativos. De la misma manera que alegrándonos por las acciones positivas de otros nos asocia con ellos y nos conduce a la Iluminación, el abrigar resentimiento, celos y enfado al percatamos de las acciones positivas de los demás, nos separa de la Iluminación. Este tipo de emociones son obstáculos potenciales para nuestro progreso hacia la Iluminación porque, un día, madurarán nuestra práctica se verá interferida.

En la vida cotidiana, nos hallamos en esta situación muy a menudo. Vemos a los demás practicando y esto nos irrita. Nos sentimos celosos, como cuando tenemos envidia del éxito ajeno. Nos irritan las personas demasiado inteligentes y que lo entienden todo, mientras que nosotros no entendemos nada; alguien que haya dicho algo fuera de lugar; alguien que hace las cosas de una determinada manera cuando cualquiera sabe que se han de hacer de otra; y así sucesivamente. Todas las malas intenciones que desarrollamos se convierten en obstáculos para nuestra práctica.

En lugar de fijarnos tanto en lo exterior y decir: “No hizo bien; no debería haber dicho eso”, sería mejor que nos examináramos interiormente y nos dijésemos: “Si esto causa me una impresión desagradable, es señal de que hay algo que no va bien en mí. Si las palabras de esa persona me irritan, es porque, de algún modo, mi orgullo se siente herido. Significa que mi orgullo —eso que me hace decir: “Debes hacerlo así y no así”— se ha visto ofendido; o quiere decir que se me han despertado los celos”.

¿Qué podemos hacer? Tenemos que centrar la atención en nosotros mismos y decirnos: “Tengo celos y he de librarme de ellos. También debo abandonar las ideas fijas, y los fuertes apegos”. De esta manera, trabajamos sobre nuestros propios defectos y, al final, lo que ocurra en el exterior deja de tener mucha importancia.

Si no actuamos de esta manera, seremos incapaces de reducir nuestros defectos, de dominar nuestras emociones, y la situación de inmediato se vuelve intolerable. ¿Qué ocurre si no trabajamos interiormente? Las emociones continuarán aumentando cada vez más, los celos en particular. A medida que las emociones crecen en nuestro interior, vamos adquiriendo más destreza para percibir las faltas de los demás en el exterior y empezamos a vernos sumidos en un estado de dolor constante. Nos hiere todo lo que los demás dicen o hacen, vemos negatividad por todas partes, lo criticamos todo, y antes o después esto se manifiesta y empezamos a expresarlo en palabras, nos vemos compelidos a actuar y nos comportamos agresivamente con los demás. Finalmente, damos el último paso y activamente les causamos un gran sufrimiento. Obviamente, nos devolverán agresión con agresión y entraremos en un reino infernal de odio y tormento interminables.

El problema es que tenemos unos ojos que por naturaleza miran hacia el exterior y por esto vemos las faltas de los demás. Pero esos mismos ojos son incapaces de mirar hacia dentro y ver lo que está sucediendo en nuestro interior. Tenemos una tendencia natural a mirar hacia fuera y criticar, juzgar y evaluar lo que vemos en el exterior. Hay un proverbio tibetano que dice: “Es fácil de ver la mosca en la nariz de la otra persona, pero ignoramos el caballo en la nuestra”.

Podemos contrarrestar esta incapacidad de nuestros ojos físicos para mirar hacia nuestro interior desarrollando el ojo de la sabiduría. Contrariamente a nuestra visión normal que mira hacia el exterior, el ojo de la sabiduría mira hacia dentro y puede ser usado para la introspección. Cuando empezamos a mirar hacia dentro, comprendemos que no somos tan inteligentes como pensábamos y la confianza en nosotros mismos resulta conmocionada. Nos vemos como somos, nuestro orgullo y presunción disminuyen, las emociones relacionadas con el orgullo también decrecen y experimentamos una mejora general. Esto necesariamente conduce a mejorar las relaciones con los demás ya que proyectaremos nuestras propias ideas sobre ellos en menor medida y las pequeñas faltas que veíamos en ellos dejan de preocuparnos. Experimentamos una definida mejora en nosotros mismos y en nuestra relación los demás.

Sin este examen interior que nos permite ver nuestras propias faltas, nunca podremos corregirlas. Si nuestra cara estuviera sucia, nunca nos daríamos cuenta. Todos los demás verían que tenemos una gran marca en la frente, pero nosotros no podríamos verla a menos que nos miráramos en un espejo cuyo reflejo nos mostrara nuestra cara sucia. Esta mirada interna hacia nosotros mismos para ver lo que somos realmente, nos permite comprender que nuestra cara está sucia y limpiarla, convirtiendo una falta en una cualidad.

Por eso, cuando empezamos a practicar realmente el Dharma, hemos de experimentar un importante cambio de perspectiva que implique cuestionarnos a nosotros mismos. Sin esta condición, es imposible cambiar: todo parece ir bien —no nos miramos a nosotros mismos—, estamos bien, no hay ningún problema y de esta manera no hay nada que cambiar. Entonces, un día, surge una duda: “Puede que haya algo que hacer”. Escuchamos el consejo del Dharma y empezamos a observarnos más detenidamente y en este proceso, descubrimos muchas cosas desagradables. Ésta es, necesariamente, una experiencia perturbadora. Surge un tiempo en nuestra práctica en el que no nos sentimos bien: cuando comprendemos lo que realmente somos. Éste es el momento en que nos miramos al espejo y descubrimos la suciedad de nuestra cara. Es parte del camino. El reconocimiento de lo que realmente parecemos; es un momento de honestidad y gran valor. Sólo a partir de ahí, podremos verdaderamente trabajar sobre nosotros mismos.

budismocaminodeldiamante.org




Artículo anteriorLa práctica del Zen – Taisen Deshimaru
Artículo siguienteEl polémico templo de los tigres