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¿Qué sabe el Dalai Lama de yoga?

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lisa_miller.jpgPor Lisa Miller, Newsweek. 27-07-2010. No soy muy aficionada a la espiritualidad insulsa, así que en la clase de yoga no suelo prestar atención al preludio, cuando el profesor lee en voz alta —como es la costumbre— un pasaje inspirador sobre el cual meditar. Sin embargo, recientemente, me sobresalté cuando el profesor eligió un párrafo sobre la compasión de “El arte de la felicidad”, el gran bestseller del Dalai Lama. “Espere un minuto”, pensé. “¿Acaso el Dalai Lama no es un budista tibetano? ¿Y acaso el yoga no es una práctica hindú? ¿Y acaso budistas e hindúes no estuvieron en guerra por motivos de tierras y dioses durante miles de años? El Dalai Lama podrá ser considerado en todo el mundo como un santo, pero no es un experto en cuestiones humanas.

Dieciséis millones de estadounidenses practican yoga, de acuerdo con la revista Yoga Journal, y en 2008 gastaron casi US$ 6.000 millones en clases y pantalones elásticos. Sin embargo, aparte del “Om” y el ocasional “Namaste”, los estadounidenses pocas veces reconocen que el yoga es, fundamentalmente, una antigua práctica religiosa hindú, cuyo objetivo es conseguir la liberación espiritual al unir nuestra alma con la esencia de lo divino.

En su versión occidental, el yoga es una mezcolanza: zen y budismo tibetano, retórica de los 12 pasos, filosofías de autoayuda, dietas de depuración, ejercicio, fisioterapia y masajes. Sus raíces hindúes han sido arrasadas por el moderno encaprichamiento hacia todo lo oriental —y por nuestra creciente predilección por las prácticas espirituales despojadas de las cargas sectarias de las religiones—. La ingenua confusión de religiones orientales no es nueva: en 1845 Ralph Waldo Emerson dijo que el Bhagavad-Gita (un texto hindú) era “el muy renombrado libro del budismo”.

Sin embargo, últimamente, ese malentendido se volvió menos inocente. Algunos de los proveedores mejor conocidos —y más empresariales— del yoga reconocen haber separado conscientemente el hinduismo del yoga para hacer más aceptable este último. “Lo expurgué porque existe mucha basura [en el hinduismo]”, explica Deepak Chopra, el gurú de la Nueva Era cuyo más reciente libro, coescrito con Marianne Williamson y Debbie Ford, es “The Shadow Effect” (“El efecto sombra”). “Tenemos que desarrollar una espiritualidad secular que no deje de abordar nuestras ansias más profundas… La mayoría de la religión es cultura y mitología. Lea cualquier texto religioso y verá que hay muchas tonterías. Sin embargo, la experiencia religiosa es hermosa”.

El yoga genéricamente espiritual podría estar bien para la mayoría de los occidentales —e incluso ser preferible para aquellas personas que deseen obtener los beneficios del ejercicio meditativo sin ningún conflicto evidente con sus propias creencias religiosas—. Pero para algunos hindúes estadounidenses, equivale a una especie de limpieza étnica. En el blog “Sobre la Fe” de The Washington Post (en el cual yo colaboro), el urólogo pediátrico Aseem Shukla arremetió contra Chopra el mes pasado respecto al carácter “edulcorado” del yoga. Shukla, que también dirige la Fundación Hindú estadounidense, piensa que si él no ayuda a que sus hijos estadounidenses de nacimiento se sientan bien con respecto a su religión, nadie lo hará. Y así lo dice, con fuerza y frecuentemente, a cualquier persona que quiera escucharlo: “El yoga se originó en el hinduismo. Es poco sincero decir lo contrario. Un poco de crédito no sería nada malo, y ayudaría a que los hindúes estadounidenses se sientan orgullosos de su herencia”.

En todas las religiones, desengaño y la enemistad yacen en esta lucha entre aquellos que quieren unificar y trascender, como Chopra, y aquellos que quieren proteger la identidad y el carácter único de su tradición, como Shukla. Mi amigo Stephen Prothero, catedrático de religión de la Universidad de Boston, acaba de escribir un libro, titulado “God Is Not One” (“Dios no es uno”), en el que sugiere que lo bueno de cualquier religión (por ejemplo, del hinduismo, el yoga) se acompaña necesariamente por lo malo (los sistemas de castas).

Muchas veces, al considerar la religión como una fuerza universal única y feliz, nos cegamos ante las tensiones de graves consecuencias para las personas en la historia. “Estados Unidos —afirma— tiene una asombrosa capacidad de banalizar todo. Eso es lo que hacemos. Banalizamos las cosas y luego las vendemos. Si una persona es hindú, puede ver cómo la hermosa y antigua tradición del yoga se convierte en ese horrible vehículo materialista para vender ropa. Puedo comprender su disgusto”.

Sin embargo, para Prothero, Chopra tiene razón en algo. El impulso estadounidense pluralista, creativo y materialista permite que la religión crezca y cambie, adquiriendo formas nuevas e inimaginables. “Es imposible evitar que las personas se apropien de elementos de su religión, como lo es prohibir que la gente use y transforme el yoga. Pero es necesario honrar y dar crédito a la fuente”, añade Prothero.

Coincido con esa conclusión. Se puede leer al Dalai Lama en la clase de yoga. Incluso podemos escuchar el Sermón de la Montaña. Pero es necesario, creo, saber de dónde proviene el yoga y respetar esos orígenes.


Fuente: www.elargentino.com




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