Inicio Interreligioso Dios ahora: la diversidad religiosa en España

Dios ahora: la diversidad religiosa en España

64
0

gran_Jose_Miguel_Vila.jpgSociedades que hasta hace poco tenían escaso contacto con otras, o lo tenían restringido a las culturas vecinas más próximas, ven y sienten hoy cómo el paisaje social cotidiano se va transformando velozmente, cómo la multiculturalidad es quizás la expresión del cambio de paradigma que se nos muestra con una visibilidad más creciente. Pueblos que han sufrido, como los pueblos de España, un largo proceso de homogeneización cultural (una sola lengua, una sola religión, una sola cultura) se encuentran ahora ante un panorama inédito en el que la diversidad cultural, lingüística y religiosa plantea numerosas interrogantes.

En ese contexto de cambio sociocultural, José Miguel Vila ha desarrollado un profundo trabajo de indagación en diversas tradiciones espirituales, las más significativas, que afloran en la España de nuestro tiempo, una España que empieza a reconocerse como multicultural y multirreligiosa. Tras la amena e interesante lectura de su libro, donde junto a mi propio testimonio he encontrado las opiniones y expresiones de otros y otras creyentes, lo cual me ha aportado claves muy interesantes, hoy tengo el privilegio de ser su entrevistador en exclusiva para Webislam.

Tu libro aborda precisamente esa diversidad religiosa y cultural que es, como decimos, una de las características de la sociedad contemporánea. Me gustaría que nos hablases de las conclusiones que has obtenido durante su elaboración, por ejemplo qué aspectos (cuestiones, ámbitos, procedimientos) de la experiencia religiosa resultan ser comunes a las diversas tradiciones y cuáles serían, en cambio, aquellos otros que pueden suscitar problemas a la hora de plantear un diálogo constructivo.

Pensadores como Confucio en el lejano Oriente o Sócrates en la vieja y occidental Grecia, apuntaban hace ya más de 20 siglos la idea de que es imposible que tras una conversación persuasiva el hombre no se sienta incitado a la búsqueda de la verdad. Esa circunstancia es hoy tan cierta como ayer y, seguramente, como lo será el día de mañana. El problema está quizás en que no todos hablamos de lo mismo cuando apelamos al concepto “verdad”. Para poder hablar, dialogar con el otro, primero hay que aprender a escucharlo y esa es, precisamente, la propuesta que hago desde Dios Ahora.

Me he acercado a diez personajes que podrían encuadrarse bajo el adjetivo de místicos -dos por cada una de las cinco grandes religiones vivas en el mundo – en este momento histórico- con el ánimo de diseccionar, objetiva y fríamente, sus relaciones con lo que nosotros llamamos Dios, Alá o Yahvé, desde las tres religiones monoteístas o religiones del Libro, y que otros llaman Shiva, Vishnu o Buda, desde una concepción politeísta o sencillamente psicologicista de lo espiritual, pero una concepción tan respetable como cualquiera de las otras.

Si algo hemos debido de aprender los seres humanos después de tantos y tantos siglos es a entender, primero, que mi verdad es tan respetable como la de los demás. Y, en segundo lugar, que ellos tienen tanto derecho como yo a poder expresarla pública y razonadamente.

Desde mi modesta opinión, en España y hablando en general, la libertad de pensamiento, de expresión y de manifestación es hoy una realidad empírica y contrastable día a día. Y creo también que esa libertad se extiende al ámbito de la religión de modo casi ejemplar y que, por muchos defectos que a unos y a otros -aunque por razones bien distintas- nos parezca que tiene la regulación legal de la libertad religiosa, aún con sus múltiples aristas llenas de defectos formales, no hay más que mirar alrededor, en cualquiera de los cinco continentes, para concluir que no en todos sitios es posible, desgraciadamente, la convivencia y el respeto entre creyentes como, de uno u otro modo, se da en la sociedad española actual. En muchos casos, además, esas diferencias se saldan con el altísimo precio de la vida.

Carlos Díaz, profesor de Filosofía, Historia y Fenomenología de las Religiones en la Universidad Complutense de Madrid, y prologuista de mi libro, afirma en algún momento de las líneas que ha escrito que “Quien no quiere dialogar es un fanático, quien no sabe dialogar es un tonto, y quien no se atreve a razonar es un esclavo”. Desgraciadamente, me parece que todavía hay más fanáticos, tontos y esclavos de los que a muchos nos gustaría que hubiera. Pero también es verdad –y esta es la óptica positiva que a mí me gusta aplicar- está en la mano de todos poder contribuir a cambiar esta realidad que tanta sangre nos ha costado a todos a lo largo de los siglos.

A ver si de una vez por todas, entre todos, desterramos ese viejo aserto que dice que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra.

¿Cómo crees que está viviendo la sociedad española el fenómeno de la multiculturalidad y la diversidad religiosa?

Utilizando el lenguaje escolar, podríamos decir que “progresa adecuadamente”. Aunque, bien es verdad que, inicialmente, echó a andar con una mezcla de recelo, preocupación, y miedo que unos años después, se han ido transformando en curiosidad, interés y, por último, en respeto. A éste último sólo se ha podido llegar gracias al conocimiento que da el diálogo, la relación con el próximo (el prójimo, como se dice en el cristianismo) y el convencimiento de que hay necesidad de adaptarse a los cambios.

Y esto que tú me preguntas ahora circunscrito únicamente al ámbito religioso, para mí puede extenderse a cualquier otra faceta de la actividad humana: la escuela, el ocio, la convivencia en la calle y en las casas, etc.… Personalmente, prefiero hablar de interculturalidad más que de multiculturalidad. Esta conlleva, sí, la existencia de diversas sensibilidades y culturas (es evidente que somos muchos y muy distintos), pero aisladas unas de otras, sin contacto mutuo por miedo a “contaminarse”, mientras que la interculturalidad lleva implícito el diálogo, la mezcla, en definitiva, la aceptación del otro por ser quien es, un semejante, y no sólo por estar donde está, a mi lado. En definitiva, todos tenemos mucho que aprender de todos.

¿Existen problemas y cuestiones específicos de algunas Comunidades Autónomas?

A mí no me constan. Todos son encuadrables en las categorías que he tratado de enunciar genéricamente con mis afirmaciones anteriores. En todo caso, si los hay, ya he apuntado los que, para mí, son los mejores caminos para resolverlos: la comunicación, el diálogo y el respeto.

En las respuestas de tus entrevistados hay una insistencia en la necesidad de actualizar valores humanos universales, pero no mediante una ‘regeneración ética’, sino más bien como una consecuencia de la experiencia trascendente. ¿Cuáles serían esos valores que comparten la casi totalidad de tus entrevistados?

Permíteme que vuelva a citar otra vez unas líneas que Carlos Díaz rescata en su prólogo y que creo que pueden suscribir cualquier hombre o cualquier mujer de buena voluntad, incluso -y con esto voy un poco más allá- sea o no creyente:. Me refiero a estas palabras:

”Haz todo el bien que puedas

Por todos los medios que puedas

De todas las maneras que puedas

En todos los sitios que puedas

A todas las horas que puedas

A toda la gente que puedas

Durante todo el tiempo que puedas”.

Pero una máxima así enunciada que posiblemente sea suscrita por todos y cada uno de los judíos, cristianos, musulmanes, hinduistas, budistas, zoroastristas, etc. lo mismo no es tan bien acogida por aquellos que hacen un uso espúreo, generalmente con fines políticos, de la religión. Es aquí donde surgen los primeros problemas de entendimiento entre aquellos que profesamos una religión -en mi caso, la cristiana- con quienes profesan otra distinta. Lo que individualmente no constituye un problema más que “instrumental” –la religión personal- pero abocado a un mismo fin –la búsqueda de Dios, de la verdad, la felicidad, el estar bien consigo mismo y con los demás- puede convertirse en una barrera insalvable… Y otro tanto puede decirse de la letra de la doctrina y de la interpretación -a veces diametralmente opuesta- que se hace de ella no siempre con fines honestos y transparentes.

A la vista de los contenidos de tu libro, Dios Ahora ¿Qué elementos positivos piensas tú que pueden aportar las diversas tradiciones religiosas a las sociedades que hoy sufren la globalización y más concretamente a la sociedad española?

El ciudadano español, la ciudadana española –en general, los ciudadanos del mundo entero- deben de admitir que hay personas que no piensan, que no sienten, que no se relacionan con Dios, del mismo modo que ellos y paralelamente, al menos, deben de interiorizar también que esas otras posiciones u ópticas personales de los otros son tan sinceras, honestas y reales como las nuestras. Y, por tanto, tan dignas de respeto, claro está.

¿Crees que existe un verdadero reconocimiento del ‘otro’, en cada una de esas tradiciones, del ‘otro’ en su condición de creyente?

Desgraciadamente no siempre. En el epílogo de Dios, ahora he escrito estas líneas que creo que resumen meridianamente mi postura al respecto. Al hablar de mi experiencia tras la elaboración del libro subrayo que “Nos hemos encontrado visiones tan distintas como distantes, de la vivencia religiosa y de la relación del hombre, individual o socialmente considerado, con Dios, con lo sobrenatural, pero todas ellas -así lo hemos podido ver- son igualmente honestas, sinceras, respetables y fundamentadas a la hora de formular su particular conclusión: no es por ahí por donde deben discurrir esos afanes legítimos del hombre por ser más él mismo cada día, al tiempo que intentarlo con sus semejantes. La vía, el camino -la religión- que cada uno de ellos inicie o decida es tan respetable como las demás alternativas. Pero ésta es, precisamente, la gran asignatura pendiente entre todas las grandes religiones, aunque -bien es verdad-, más de unas que de otras, porque su coexistencia pacífica es el último signo que puede alumbrar la ceguera de aquellos que no comparten la idea de Dios. El diálogo, la comprensión y el respeto mutuos, entre todas ellas y en todo momento y lugar, han de ser constantes, para que todos sepamos de todos. Pero, al mismo tiempo, que nadie intente imponer por la fuerza nada a nadie”.

A tu juicio ¿Qué estrategias serían las más adecuadas, desde el poder político, para favorecer la convivencia interreligiosa e intercultural y cuáles otras, por el contrario, dificultan esa convivencia?

Entramos en un terreno muy difícil y delicado. Pero quizás por esa misma razón se trata de un terreno apasionante y cada día más necesario. Nadie duda de la bondad de la existencia de órganos reguladores de la convivencia política, como pueda ser la ONU. Otra cosa es la efectividad o idoneidad de las reglas con las que se rige.

Se me ocurre así, de pronto, que quizás habría que intentar constituir a nivel mundial una suerte de foro internacional de carácter religioso (algo parecido a lo que es la ONU en el terreno político) para poder exigir a las sociedades la misma libertad religiosa que exigen fuera de su círculo de influencia.

No se trata de imponer la verdad que, aunque para mí pueda ser la única, no deja de ser mi verdad. Se trataría más bien de exponerla, de proponerla, que todos sepamos de todos y nos respetemos en el mismo nivel… La violencia, la imposición por la fuerza de determinados postulados, creencias o lo que sea, no puede contribuir nunca a la búsqueda de la verdad.

En todo esto, por debajo de todo esto, lo que late es una profunda egolatría, un claro individualismo que hace que sólo yo me sepa en posesión de toda la verdad y se la niegue al otro. Pero –y voy una vez más un poco más allá-, aunque así fuera, no tengo ningún derecho a imponérsela. Debo admitirlo, incluso con su error. Esa es la verdadera tolerancia.


Fuente: www.webislam.com

Artículo anteriorUn monasterio budista rehabilita toxicómanos con meditación
Artículo siguienteCursos de Casa Asia para otoño 2010 (Barcelona)