Entrando en auto a la capital de Taiwán, Taipei, uno pensaría que el espacio verde no existe entre la vasta extensión de la ciudad y los gases de los autos. Con las bocinas sonando y un horizonte marcado por los edificios antiguos y modernos por todas partes, las posibilidades de encontrar tés orgánicos puros se ven desalentadas. Sin embargo, encontrar tales raros tés era nuestra razón para ir a Taiwán. Excavando en mi bolsillo, saqué un pequeño pedazo de papel arrugado. Garabateado en él hay un nombre apenas legible, “señor Lee”, y un largo número de teléfono con muchos guiones y ceros. Me aferré a él con mi vida, ya que esta persona cultiva el preciado té orgánico.
Al día siguiente mi marido y yo nos despertamos y nos reunimos con nuestro intérprete, una dama corpulenta con un comportamiento muy determinado. Yo sabía que nos podía llevar a un lugar donde crecen los mejores Oolongs y tés verdes, ambas estábamos seguras de eso, por eso yo tenía mucha fe. La mujer nos llevó a través de muchas estrechas y sinuosas esquinas a paso rápido como un soldado del ejército en una misión. Pasamos zumbando una comida humeante deliciosa en los puestos “ambulantes” (“ambulante” es el nombre usado para los vendedores de comida callejeros en Asia).
Vimos pequeños panecillos cocidos en pequeños hornos y todos los tipos imaginables de carne puestos en varillas para ser asados. Jugos frescos y frutas son puestos en montones para ser degustados. El olor de los mariscos flota en el aire. Nuestra guía regateaba por un par de panecillos parecidos a almohadas rellenos con vegetales, mientras nos decía que debíamos apurarnos o perderíamos el autobús. Corrimos detrás de ella, zigzagueando dentro y afuera del tráfico detenido, y saltamos una cinta mediana mientras su mano volaba de un lado al otro haciendo señas a un bus para que nos espere. El bus espera y saltamos a bordo justo cuando la puerta chirriante se cerró detrás de nosotros.
En el autobús antiguo con asientos de vinilo muy usados, casi todos los lugares estaban ocupados, pero nos las arreglamos para encontrar lugares separados para sentarnos. La guía nos decía que estábamos de suerte porque nos esperaba un viaje de tres horas. Después de algún tráfico apretado, finalmente navegamos por nuestra ruta hacia las afuera de la ciudad y empezamos nuestra subida en las montañas. El autobús lentamente traquetea subiendo los empinados, estrechos caminos en dirección a Taoyuan. Mientras observaba a mi esposo que miraba por la ventana hacia afuera con una especie de expresión de fatalidad y peligro, yo esperaba llegar antes del anochecer. Después de un rato echo un vistazo por el vidrio sucio y hermosos paisajes comenzaron a abrirse con árboles verdes exuberantes y cascadas que fluyen brillantes. Pasamos al lado de pequeños edificios y pueblos, todos parecen ser el mismo, aunque únicos. Con niños jugando y campesinos labrando, la vida parece moverse en un ritmo más lento mientras subimos cada vez más alto. Pronto me olvido de Taipei y el smog.
Mi libro casi cae al suelo mientras el bus se detiene en forma imprevista. Siento una palmadita en mi hombro y oigo la voz de la mujer al mando diciendo, “¡vamos!”, hemos llegado a la ciudad del té!
El tiempo en la ciudad del Té
Eran las 11am cuando nos bajamos tambaleando del autobús. Si bien habíamos dejado Taipei a las 8pm, nos atrapó el tráfico saliendo de la ciudad. Podríamos haber optado por un taxi pero eso hubiera sido muy caro, y en el autobús teníamos la posibilidad de mezclarnos con los residentes y experimentar su forma de vida. Ahora, aquí estamos en el medio de una aldea bulliciosa mientras veo a nuestro autobús irse traqueteando con una gruesa cola negra y humeante.
Nuestro guía nos da una orden y la seguimos con una marcha sostenida sobre un enorme puente de madera. Pasamos al lado de muchas casas de cemento de distintos colores, y entonces doblamos por unas pocas calles pequeñas. Mirando un pedazo de papel con una dirección escrita en caracteres taiwaneses, nuestra guía hizo una pausa en una puerta, entonces sacudiendo su cabeza de frustración, nos dirige a marchar hacia otro edificio con grandes puertas de vidrio y grandes caracteres escritos en ella. “Aquí es -dice- la casa de té del señor Lee”. Mientras entramos, el olor del té llenaba nuestras narices como un fino perfume; una pareja madura nos saluda con muchas sonrisas y reverencias: el señor Lee y su esposa.
Su familia ha cultivado el té por cuatro generaciones y el señor Lee es un verdadero maestro del té. Por toda la pieza se observaban grandes tambores de metal de alrededor tres pies de alto que contenían numerosos tipos de té, como el Dragon Well Green Tea y preciosos floridos Oolongs. Este es el trabajo de toda la vida del señor Lee. Su esposa comienza a instalar el Gongfu, o ceremonia del té, para que nosotros probemos los frutos de su trabajo. Mientras el agua caliente se vierte en las tazas y los diferentes aromas surgen, empezamos a entender que el té es un gran negocio en Taiwán. Con tantos lugares para el té y casas de té, la competencia es feroz, así es que un propietario debe tener un excelente té para sobrevivir.
Lee nos explica el proceso de fermentación de cada té. Los verdes toman menos tiempo de fermentación y los Oolongs un poco más, mientras que los tés negros fermentan más tiempo lo que les da el sabor más fuerte. Todos los tés pueden crecer de flores o frutas para darles el sabor de aquellas plantas, ya que el té es muy sensible y puede absorber los atributos de otras plantas. Por eso es que, al cultivar los tés premium, es importante no estar en un ambiente contaminado y estar en las montañas altas. Cada té desarrollado en cada año tiene un sabor diferente y huele tal como los vinos finos. Algunos tés, como los más puros, pueden ser costosos dependiendo del año en que fermentaron. Cada té requiere una temperatura distinta del agua. A los verdes y blancos les convienen 102 grados (F) menos que el punto de ebullición, mientras que a los tés oolongs y negros les sienta el agua muy caliente hirviendo.
Hablando de agua, seguro que usted querrá buena agua de cascada en su té ya que el agua puede aflorar o romper un té. Aunque el té sea maravilloso, el agua mala puede arruinarlo. El señor Lee escoge el agua de cascada de la montaña para todas las degustaciones de su té. Cuando le preguntamos acerca de la agricultura orgánica, sonriendo nos explicó que él nunca ha certificado formalmente porque no puede entender por qué tiene que pagar un precio tan alto por un pedazo de papel que “verifica” una práctica que su familia ha llevado a cabo por mas de 100 años. Mientras bebemos y probamos muchas variedades de té, saboreamos más que nada los oolongs ya que ellos tienen capas variadas de sabores y olores que, si se perciben cuidadosamente, cambiarán con cada paso. Un oolong de alta calidad puede ser remojado hasta 20 veces con un rango amplio de experiencias aromáticas y de sabor que se revelará con cada sorbo.
Después de probar muchas diferentes pequeñas tazas de té y sentir la cabeza un poquito liviana, decidimos visitar el campo de té. El señor Lee nos llevaba por un camino a través de un sendero hacia dentro de un vasto y espeso campo. Estos pequeños arbustos de té auténtico llamados Camelia Sinensis son mas pequeños que algunos de los árboles originales chinos que pueden crecer 50 pies de alto o mas y vivir por mas de 1.000 años. Mientras mas alta es la elevación, mas pequeño el arbusto; menor la variedad de arbustos, mas llenos de maravillas y misteriosos sabores. El señor Lee nos enseña que es mejor elegir las dos hojas que nacen de cada tallo del arbusto. Estos son los más sabrosos, además son más fáciles de alcanzar y cultivar. El señor Lee elige todo su té a mano, lo cual asegura calidad superior y reduce la posibilidad de errores tales como perder esas dos hojas superiores.
Adiós a los Lee
Comienza a llover y hacer frío, así es que nos detenemos en un restaurante pequeño en la ladera del cerro para comernos un bocado. Todos los lugareños conocen al señor Lee y lo saludan con muchas sonrisas. Ellos nos dan asiento rápidamente y nos traen platos de comida taiwanesa humeante, caliente. Es una de las mejores comidas asiáticas que hemos comido, hecha con amor y servida con té, por supuesto. Con las panzas llenas, nos volvemos contoneando a la casa del té para hacer nuestras órdenes. Ordenamos Verdes y Oolongs. Descubrimos los aceites de té y las tazas y las añadimos en la mezcla. Nos damos la mano y cambiamos reverencias con el señor Lee y su esposa. Nuestro intérprete se da media vuelta y nos marchamos de vuelta por la puerta hacia la lluvia. Oigo el traqueteo de un bus corriendo mas cerca y sé que es hora de despedirse de las montañas del té de Taiwán.
Por: L. Sim