Bienestar, un asunto de ser menos
Ricardo Sasaki
Que todo el mundo debería buscar el bienestar o la felicidad es algo en lo que todos estamos de acuerdo; el problema comienza cuando no matizamos la idea con precisión. Limitarnos a buscar la felicidad sin preocuparnos de dónde encontrarla, es someternos durante años, o quizá la vida entera, a buscarla donde no está. Me viene a la cabeza una sugerente historia sufí que habla de Nasruddin buscando sus llaves una noche. Llega su amigo y, deseoso de ayudar, se pasa un rato buscando las llaves debajo de la lámpara donde Nasruddin también está buscando. Tras un tiempo se vuelve hacia Nasruddin y pregunta: «¿Estás seguro de que has perdido las llaves aquí?». Nasruddin contesta: «No, las perdí en aquella esquina oscura, pero aquí tenemos más luz!».
La búsqueda de la felicidad debe hacerse con sabiduría. Si deseamos ser felices o estar bien, pero lo buscamos en estados transitorios o lugares equivocados, el resultado será una frustración constante. Curiosamente, como seguidores de Dhamma, sabemos que no hay felicidad en las cosas ni los estados mundanos. La felicidad no viene de ahí. Y con solo un pequeño pensamiento inteligente, cualquiera verá que las cosas son transitorias, y que cuando cambian, la felicidad que habíamos basado en ellas también se desvanece. Sin embargo, parece que no queremos saber, preferimos creer que si conseguimos esto o aquello, la felicidad o el bienestar estarán a la vuelta de la esquina.
Si aspiramos a la felicidad desde la base de un pensamiento sabio, está claro que nuestra aspiración debería estar dirigida a aquello que no está sujeto a las idas y venidas de la vida. Aunque la promesa de felicidad está presente en las principales religiones del mundo, la simple participación pasiva e irreflexiva en un camino religioso no es suficiente. La mayor parte de las religiones actuales están bajo la influencia de la ideología moderna, que va en contra de los principios religiosos. Aunque Jesús dijo que se debía buscar el tesoro del reino de Dios donde no llegasen el polvo ni la herrumbre, los devotos modernos intentan encontrar o construir un reino de Dios, un lugar placentero y feliz, precisamente en este mundo en el que vivimos, y los sacerdotes y clérigos a menudo corroboran este punto de vista.
El rebaño se reúne bajo promesas de satisfacción inmediata. Los devotos traen poder, influencia y, por supuesto, dinero. E incluso cuando la religión (condicionada por el consumismo espiritual del mundo moderno) manifiesta que la felicidad se encuentra en el mundo «del más allá», es un mundo cuya imagen encaja perfectamente con los deseos materialistas de los seres de aquí abajo. ¿Qué religión conocemos que afirme que la felicidad es la no adquisición mental de estados transitorios?
Incapaces de crear una imagen concreta del objeto de nuestra búsqueda espiritual, acabamos en una imitación de la búsqueda verdadera, y mientras pensamos que avanzamos, realmente vamos hacia abajo, hacia otra versión de la atadura a la multiplicidad representada por objetos sensoriales. Comprometidos con una religión o camino espiritual, pensando que nos protegerá de los malos deseos que vienen del mundo exterior, hemos creado –no sin la ayuda de nuestros representantes religiosos, también confundidos sobre el verdadero propósito de la búsqueda y su objeto– una versión religiosa de la misma búsqueda del placer y la gratificación con la que estábamos comprometidos antes de ser convertidos.
A medida que las tendencias de la ideología occidental moderna se introducen cada vez más en las religiones tradicionales (dejando aparte las sectas modernas, que son fruto de esas mismas tendencias) y sus representantes van incorporando esas tendencias a sus discursos, la búsqueda espiritual inicial de la gente joven (y mayor) acaba neutralizada y diluida por el entorno religioso presente, que no es sino otra versión de los errores comunes de la mente no espiritual.
Así como dije al principio que buscar el bienestar o la felicidad es algo en lo que todos estamos de acuerdo, esa misma búsqueda de bienestar puede convertirse en una trampa, incluso cuando nuestro foco haya dejado de ser la felicidad causada por la adquisición de bienes materiales. Nuestras mentes todavía pueden ser atraídas por la codicia que pide cualquier cosa que se le antoja. ¿Convencidos de que no es sabio desear las cosas materiales y las posesiones? Entonces deseemos bienestar, crecimiento interior, desarrollo espiritual, poder personal o cualquier palabra nueva que nuestras mentes puedan inventar. ¡La «rueda del deseo» vuelve a girar!
Por esta razón, para mí el bienestar o la felicidad están relacionados con vivir frugalmente. Vivir frugalmente a nivel material y mental. La simplicidad es uno de los aspectos fundamentales de la vida genuina. Los antiguos ponían especial énfasis en esta virtud. Era un medio y un objetivo en la vida de muchas personas. Estar contento con poco va directamente a la raíz del problema del sufrimiento, que afecta a tantas vidas, a la vez que cuestiona las bases sobre las que estructuramos nuestro ego.
Hay una especie de codicia en el mundo actual que nos empuja a estimarnos a nosotros mismos y a los demás según la cantidad de lo que tengamos o produzcamos. Esto genera una necesidad psicológica de permanecer activos y en movimiento constante, y de ahí surgen la ansiedad y la tensión. Por otra parte, la simplicidad tiende a poner más valor en el flujo de la vida y menos en el tener y el querer.
Como medio, la simplicidad es capaz de mostrarnos nuestros apegos más profundos. Como fin, es una reintegración en el curso de la vida, en la esencia de la naturaleza, que no entiende de «mío» ni «tuyo». La práctica de la simplicidad es una manera de devolver al mundo todo lo que habíamos cogido en la creencia errónea de que era nuestro.
Investigad vuestras vidas y veréis qué es lo realmente necesario! Vivir con sencillez es estar contento con aquello que es importante y esencial. Y eso no es tanto. Saber distinguir lo necesario de lo superficial es un gran paso en el camino hacia la simplicidad.
En la simplicidad podemos incluso encontrar un territorio común con todas las religiones teístas, como podemos ver en las palabras de Frithjof Schuon cuando dice que mediante «…la vertu de simplicité l’homme est libéré de toute crispation inconsciente à base d’amour propre; il a, vis-à-vis des êtres et des choses, une attitude parfaitement originale et spontanée, c’est-à-dire dépourvue de tout artifice; il est libre de toute prétention, ostentation ou dissimulation; en un mot, il est sans orgueil; cette simplicité ne sera toutefois pas une humilité affetée, mais une absence de préjugés innés, donc un effacement naturel du ‘moi’ –du ‘coeur durci’ des Ecritures–, effacement naïf par lequel l’homme s’apparentera symboliquement à l’enfance. Toute méthode spirituelle exige avant tout une attitude de pauvreté, d’humilité, de simplicité ou d’effacement, attitude qui est comme une anticipation de l’Extinction en Dieu». [1]
Hace veintiséis siglos, el Buddha solía decir que había cuatro requisitos para una vida feliz: un refugio, algo de ropa, una comida frugal y medicinas cuando eran necesarias. Ajahn Buddhadāsa, un monje buddhista contemporáneo, dijo que había un quinto requisito: mientras que los cuatro primeros hablan de nuestra existencia corporal, nuestra vida mental necesita una filosofía de vida, una espiritualidad, un conocimiento de cómo son las cosas, un conocimiento de las leyes de la naturaleza y los deberes que surgen al conocer esas leyes. En resumen, un camino. El Buddhismo lo llama Dhamma.
En realidad solo necesitamos estos cinco requisitos. Recordémoslo. Ajahn Buddhadāsa también sugirió algo parecido como una especie de mantra constante: «Nada que tener, ningún sitio a donde ir, nadie que ser». ¡Qué importante es recordarnos que no necesitamos tener, ir o ser algo para ser verdaderamente felices justo ahora!
>> Traducido desde el inglés por el equipo de traducción del «Insight Dhármico Colectivo».
Nota
[1] «…la virtud de la simplicidad el hombre se libera de toda tensión inconsciente basada en el amor propio; adopta, con relación a los seres y las cosas, una actitud perfectamente original y espontánea, es decir, desprovista de todo artificio; se libera de toda pretensión, ostentación o disimulación; en una palabra, se libera del orgullo. Esta simplicidad no será, sin embargo, una humildad fingida, sino una ausencia de prejuicio innata, o sea, un desvanecimiento natural del ‘yo’ –del ‘corazón endurecido’ de las Escrituras–, desvanecimiento inocente por el cual el hombre se acercará simbólicamente a la infancia. Todo método espiritual exige, ante todo, una actitud de pobreza, humildad, simplicidad o anonadamiento, actitud que es como una anticipación de la Extinción en Dios».
Ricardo Sasaki, «Bienestar, un asunto de ser menos», Insight Dhármico Colectivo, www.cdinsight.org, 2004. Traducción: Equipo del IDC. Nota: Alejandro P. de León, Buenos Aires, 2005. Revisión: 19-Nov-2006.
Fuente: http://appamadanet.webs.com