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Taoísmo: relatos de sabiduría – Parte 1

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Relatos procedentes de los escritos de Lie-Tzeu


pinturac_300_x_252_.jpgEn el país de Ts’i, un tal Kouo era muy rico. En el país de Song, un tal Hiang era muy pobre. Un día, el hombre pobre fue a preguntarle al rico qué había hecho para enriquecerse de aquel modo. “Robando”, le contestó el rico y continuó diciendo: “no había pasado un año desde que empecé a robar, cuando ya tuve lo necesario, a los dos años obtuve la abundancia, a los tres, la opulencia y así me convertí en un hombre notable”.

Aunque Hiang no entendió el auténtico sentido del al término robar, se marchó sin pedir más explicaciones, no sin antes despedirse lleno de alegría y reconocimiento. Inmediatamente se puso manos a la obra. Saltando tapias o abriendo boquetes en las casas, se apoderaba de cuanto podía. Sin embargo, pronto fue arrestado, entonces tuvo que devolverlo todo e incluso perdió lo poco que poseía anteriormente. Feliz por haber salido por haber salido del embrollo sin otras consecuencias, se dirigió rápidamente a la casa de Kouo para pedirle cuentas, convencido de que había sido víctima de su engaño. Cuando lo vio llegar de aquel modo, Kuou, le preguntó asombrado: “Pero, ¿qué hiciste?”. Cuando Hiang le hubo contado sus maneras, Kouo se rió y le dijo: “¡Ah, no fue con este tipo de robo con el que me enriquecí! Al contrario, según el tiempo y las circunstancias, he ido robando las riquezas del cielo y la tierra, de la lluvia, de los montes y los valles. Me apoderé de aquello que había hecho crecer y madurar, de los animales salvajes de las praderas, de los peces y de las tortugas acuáticas. Todo cuanto tengo, lo robé a la naturaleza, pero, y eso es importante, antes de que fuera de alguien. Sin embargo, tú robaste lo que el cielo ya había entregado a otros hombres”.

Hiang se marchó descontento, convencido que Kouo seguía engañándole. Por el camino se encontró con un gran Maestro que iba de camino con sus discípulos y le contó su caso. “¡Pues claro!, le contestó el Maestro, si reflexionas bien, toda apropiación es un robo. Incluso el ser, la vida, es el robo de una parcela de la armonía del ying y del yang, cuánto más el hecho de apropiarte de un ser material. Pero hay que distinguir entre robo y robo. Robar a la naturaleza es el robo común que todos cometen y que no es castigado. Robar a alguien, es el robo particular que los ladrones cometen y que es castigado. Todos los hombres viven de robar al cielo y a la tierra y no por ello son castigados”.


Antiguamente, cuando Lie-Tzeu era aún un discípulo, necesitó tres años para desaprender a juzgar y a calificar con palabras; entonces, por primera vez, su maestro Lao-chang le honró con una mirada. Al cabo de cinco años, ya no juzgaba ni calificaba ni con la mente; entonces, Lao-chag le sonrió por primera vez. Al cabo de siete años, cuando hubo olvidado la distinción entre el sí y el no, de la ventaja y el inconveniente, por primera vez su maestro le hizo sentar junto a él, en su estera. Pasados nueve años, cuando hubo perdido cualquier noción de lo correcto o incorrecto, del bien o el mal con respecto a sí mismo y a los demás, cuando se volvió completamente indiferente a todo, entonces la comunicación perfecta se estableció para él entre el mundo exterior y su propio interior. Cesó de servirse de los sentidos (pero lo conocía todo por la ciencia superior y universal). Su espíritu se solidificó a medida que su cuerpo se disolvía, sus huesos y su carne se licuaban (volviéndose éter). Perdió cualquier sensación del asiento sobre el que estaba sentado, del suelo sobre el que sus pies se apoyaban; perdió cualquier conocimiento de las ideas formuladas, de las palabras pronunciadas; alcanzó aquel estado en el que la razón inmóvil no se conmueve por nada.


Relatos extraídos del libro de L. Wieger, «Les Pères du système taoïste», donde se recogen las enseñanzas de Lao-Tzeu y de sus seguidores (VI-IV a C). Selección de C. del Tilo.

Fuente: www.arsgravis.com

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