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Carta del Santo Padre Benedicto XVI a la Iglesia Catolica en la Republica Popular China

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CARTA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

A LOS OBISPOS, PRESBÍTEROS PERSONAS CONSAGRADAS Y FIELES LAICOS

DE LA IGLESIA CATÓLICA EN LA REPÚBLICA POPULAR CHINA

benoit_XVI.gifSaludo

1. Venerables hermanos Obispos, queridos presbíteros, personas consagradas y fieles laicos de la Iglesia católica en China: « En nuestras oraciones damos siempre gracias por vosotros a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, desde que nos enteramos de vuestra fe en Cristo Jesús y del amor que tenéis a todo el pueblo santo. Os anima a esto la esperanza de lo que Dios os tiene reservado en los cielos […]. Desde que nos enteramos de vuestra conducta, no dejamos de rezar y de pedir que consigáis un conocimiento perfecto de su voluntad, con toda sabiduría e inteligencia espiritual. De esta manera vuestra conducta será digna del Señor, agradándole en todo; fructificaréis en toda clase de obras buenas y aumentará vuestro conocimiento de Dios. El poder de su gloria os dará fuerza para soportar todo con paciencia y magnanimidad » (Col 1,3-5.9-11).

Estas palabras del apóstol Pablo son muy apropiadas para expresar los sentimientos que tengo hacia vosotros como Sucesor de Pedro y Pastor universal de la Iglesia. Sabéis bien lo presentes que estáis en mi corazón y en mis oraciones cotidianas, y lo profunda que es la relación de comunión que nos une espiritualmente.

Objetivo de esta Carta

2. Deseo, pues, haceros llegar a todos vosotros las expresiones de mi fraterna cercanía. Intensa es la alegría por vuestra fidelidad a Cristo Señor y a la Iglesia, fidelidad que habéis manifestado « a veces también con graves sufrimientos », ya que Dios « os ha dado la gracia de creer en Jesucristo y aun de padecer por él » (Flp 1,29). No obstante, existe preocupación por algunos aspectos importantes de la vida eclesial en vuestro País.

Sin pretender tratar todos los detalles de problemas complejos bien conocidos por vosotros, quisiera con esta Carta ofrecer algunas orientaciones sobre la vida de la Iglesia y la obra de evangelización en China, para ayudaros a descubrir lo que el Señor y Maestro, Jesucristo, « la clave, el centro y el fin de toda la historia humana », quiere de vosotros.

PRIMERA PARTE

SITUACIÓN DE LA IGLESIA

ASPECTOS TEOLÓGICOS

Globalización, modernidad y ateísmo

3. Dirigiendo una mirada atenta a vuestro pueblo, que se ha distinguido entre los demás pueblos de Asia por el esplendor de su milenaria civilización, con toda su experiencia sapiencial, filosófica, científica y artística, me complace poner de relieve cómo, especialmente en los últimos tiempos, ha conseguido alcanzar también significativas metas de progreso económico-social, atrayendo el interés del mundo entero.

Como ya subrayaba mi venerado Predecesor, el Papa Juan Pablo II, también « la Iglesia católica, por su parte, observa con respeto este sorprendente impulso y esta clarividente proyección de iniciativas, y brinda con discreción su propia contribución a la promoción y a la defensa de la persona humana, de sus valores, su espiritualidad y su vocación trascendente. La Iglesia se interesa particularmente por valores y objetivos que son de fundamental importancia también para la China moderna: la solidaridad, la paz, la justicia social, el gobierno inteligente del fenómeno de la globalización ».

La tensión hacia el deseado y necesario desarrollo económico y social, y la búsqueda de modernidad coinciden con dos fenómenos diferentes y contrapuestos, pero que se han de valorar igualmente con prudencia y con espíritu apostólico positivo. Por una parte se advierte, especialmente entre los jóvenes, un creciente interés por la dimensión espiritual y trascendente de la persona humana, con el consiguiente interés por la religión, particularmente por el cristianismo. Por otra, también se ve en China la tendencia al materialismo y al hedonismo, que desde las grandes ciudades se están difundiendo dentro del País.

En este contexto, en el que estáis llamados a actuar, deseo recordaros lo que el Papa Juan Pablo II subrayó con voz potente y vigorosa: la nueva evangelización exige el anuncio del Evangelio [5] al hombre moderno, con la conciencia de que, igual que durante el primer milenio cristiano la Cruz fue plantada en Europa y durante el segundo en América y en África, así durante el tercer milenio se recogerá una gran mies de fe en el vasto y vital continente asiático.

« ¡Duc in altum! (Lc 5,4). Esta palabra resuena también hoy para nosotros y nos invita a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro: “Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre” (Hb 13,8) »[7]. También en China la Iglesia está llamada a ser testigo de Cristo, a mirar hacia adelante con esperanza y a tomar conciencia —en el anuncio del Evangelio— de los nuevos desafíos que el pueblo chino tiene que afrontar.

La Palabra de Dios nos ayuda, una vez más, a descubrir el sentido misterioso y profundo del camino de la Iglesia en el mundo. En efecto, « una de las principales visiones del Apocalipsis tiene por objeto este Cordero en el momento en que abre un libro, que antes estaba sellado con siete sellos, y que nadie era capaz de soltar. San Juan se presenta incluso llorando, porque nadie era digno de abrir el libro y de leerlo (cf. Ap 5,4). La historia es indescifrable, incomprensible. Nadie puede leerla. Quizás este llanto de san Juan ante el misterio tan oscuro de la historia expresa el desconcierto de las Iglesias asiáticas por el silencio de Dios ante las persecuciones a las que estaban sometidas en aquel momento. Es un desconcierto en el que puede reflejarse muy bien nuestra sorpresa ante las graves dificultades, incomprensiones y hostilidades que también hoy sufre la Iglesia en varias partes del mundo. Son sufrimientos que ciertamente la Iglesia no se merece, como tampoco Jesús se mereció el suplicio. Ahora bien, revelan la maldad del hombre, cuando se deja llevar por las sugestiones del mal, y la dirección superior de los acontecimientos por parte de Dios ».

Hoy, como ayer, anunciar el Evangelio significa anunciar y dar testimonio de Jesucristo crucificado y resucitado, el Hombre nuevo, vencedor del pecado y de la muerte. Él permite a los seres humanos entrar en un nueva dimensión donde la misericordia y el amor, incluso para con el enemigo, dan fe de la victoria de la Cruz sobre toda debilidad y miseria humana. También en vuestro País, el anuncio de Cristo crucificado y resucitado será posible en la medida en que con fidelidad al Evangelio, en comunión con el Sucesor del apóstol Pedro y con la Iglesia universal, sepáis poner en práctica los signos del amor y de la unidad (« que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros […]. Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado »: Jn 13,34-35; 17,21).

>Disponibilidad para un diálogo respetuoso y constructivo

4. Como Pastor universal de la Iglesia, deseo manifestar viva gratitud al Señor por el sufrido testimonio de fidelidad que ha dado la comunidad católica china en circunstancias realmente difíciles. Al mismo tiempo, siento como mi deber íntimo e irrenunciable y como expresión de mi amor de padre, la urgencia de confirmar en la fe a los católicos chinos y favorecer su unidad con los medios que son propios de la Iglesia.

Sigo también con particular interés los acontecimientos de todo el pueblo chino, hacia el cual manifiesto un vivo aprecio y sentimientos de amistad, llegando a formular el deseo « de ver pronto establecidas vías concretas de comunicación y colaboración entre la Santa Sede y la República Popular China », ya que « la amistad se alimenta de contactos, de comunión de sentimientos en las situaciones alegres y tristes, de solidaridad y de intercambio de ayuda »[9]. Y en esta perspectiva mi venerado Predecesor añadía: « No es un misterio para nadie que la Santa Sede, en nombre de toda la Iglesia católica y, según creo, en beneficio de toda la humanidad, desea la apertura de un espacio de diálogo con las Autoridades de la República Popular China, en el cual, superadas las incomprensiones del pasado, puedan trabajar juntas por el bien del pueblo chino y por la paz en el mundo ».

Soy consciente de que la normalización de las relaciones con la República Popular China requiere tiempo y presupone la buena voluntad de las dos partes. Por otro lado, la Santa Sede está siempre abierta a las negociaciones que sean necesarias para superar el difícil momento presente.

En efecto, esta penosa situación de malentendidos e incomprensiones no favorece ni a las Autoridades chinas ni a la Iglesia católica en China. Como declaraba el Papa Juan Pablo II recordando lo que el padre Matteo Ricci escribió desde Pekín[11], « tampoco la Iglesia católica de hoy pide a China y a sus Autoridades políticas ningún privilegio, sino únicamente poder reanudar el diálogo, para llegar a una relación basada en el respeto recíproco y en el conocimiento profundo »[12]. Que China lo sepa: la Iglesia católica tiene el vivo propósito de ofrecer, una vez más, un servicio humilde y desinteresado, en lo que le compete, por el bien de los católicos chinos y por el de todos los habitantes del País.

Además, por lo que atañe a las relaciones entre la comunidad política y la Iglesia en China, es bueno recordar la luminosa enseñanza del Concilio Vaticano II que declara: « La Iglesia, que en razón de su función y de su competencia no se confunde de ningún modo con la comunidad política y no está ligada a ningún sistema político, es al mismo tiempo signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona humana ». Y en este sentido añade: « La comunidad política y la Iglesia son entre sí independientes y autónomas en su propio campo. Sin embargo, ambas, aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social de los mismos hombres. Este servicio lo realizan tanto más eficazmente en bien de todos cuanto procuren mejor una sana cooperación entre ambas, teniendo en cuenta también las circunstancias de lugar y tiempo ».

Por tanto, la misión de la Iglesia católica en China no es la de cambiar la estructura o la administración del Estado, sino la de anunciar a Cristo, Salvador del mundo, a los hombres apoyándose —para el cumplimiento de su propio apostolado— en la potencia de Dios. Como recordaba en mi Encíclica Deus caritas est, « La Iglesia no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado. Pero tampoco puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia. Debe insertarse en ella a través de la argumentación racional y debe despertar las fuerzas espirituales, sin las cuales la justicia, que siempre exige también renuncias, no puede afirmarse ni prosperar. La sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino de la política. No obstante, le interesa sobremanera trabajar por la justicia esforzándose por abrir la inteligencia y la voluntad a las exigencias del bien ».

A la luz de estos principios irrenunciables, no puede buscarse la solución de los problemas existentes a través de un conflicto permanente con las Autoridades civiles legítimas; al mismo tiempo, sin embargo, no es aceptable una docilidad a las mismas cuando interfieran indebidamente en materias que conciernen a la fe y la disciplina de la Iglesia. Las Autoridades civiles son muy conscientes de que la Iglesia, en su enseñanza, invita a los fieles a ser buenos ciudadanos, colaboradores respetuosos y activos del bien común en su País, pero también está claro que ella pide al Estado que garantice a los mismos ciudadanos católicos el pleno ejercicio de su fe, en el respeto de una auténtica libertad religiosa.

Comunión entre las Iglesias particulares en la Iglesia universal

5. Iglesia católica en China, pequeña grey presente y operante en la vastedad de un inmenso Pueblo que camina en la historia, ¡cómo resuenan alentadoras y provocadoras para ti las palabras de Jesús: « No temas, pequeño rebaño; porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino » (Lc 12,32)! « Vosotros sois la sal de la tierra […]. La luz del mundo ». Por tanto, « alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro a Padre que está en el cielo » (Mt 5,13.14.16).

En la Iglesia católica en China se hace presente la Iglesia universal, la Iglesia de Cristo, que en el Credo confesamos una, santa, católica y apostólica, es decir, la comunidad universal de los discípulos del Señor.

Como vosotros sabéis, la profunda unidad, que vincula entre sí a las Iglesias particulares existentes en China y que las pone también en íntima comunión con todas las demás Iglesias particulares esparcidas por el mundo, se basa, además de en la misma fe y en el Bautismo común, sobre todo en la Eucaristía y en el Episcopado[15]. Y la unidad del Episcopado, del cual « el Romano Pontífice, como sucesor de Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible »[16], continúa a lo largo de los siglos a través de la sucesión apostólica y es también fundamento de la identidad de la Iglesia de todo tiempo con la Iglesia edificada por Cristo sobre Pedro y sobre los otros Apóstoles.

La doctrina católica enseña que el Obispo es principio y fundamento visible de la unidad en la Iglesia particular, confiada a su ministerio pastoral[18]. Pero en cada Iglesia particular, para que ésta sea plenamente Iglesia, tiene que estar presente la suprema autoridad de la Iglesia, es decir, el Colegio episcopal junto con su Cabeza el Romano Pontífice, y nunca sin él. Por tanto, el ministerio del Sucesor de Pedro pertenece a la esencia de cada Iglesia particular « desde dentro »[19]. Además, la comunión de todas las Iglesias particulares en la única Iglesia católica y, por tanto, la comunión jerárquica ordenada de todos los Obispos, sucesores de los Apóstoles, con el Sucesor de Pedro, son garantía de la unidad de la fe y de la vida de todos los católicos. Para la unidad de la Iglesia en cada nación es indispensable, pues, que cada Obispo esté en comunión con los otros Obispos, y que todos estén en comunión visible y concreta con el Papa.

Nadie es extranjero en la Iglesia, sino que todos son ciudadanos del mismo Pueblo, miembros del mismo Cuerpo Místico de Cristo. La Eucaristía, garantizada por el ministerio de los Obispos y de los presbíteros, es vínculo de comunión sacramental.

Toda la Iglesia en China está llamada a vivir y manifestar esta unidad en una espiritualidad de comunión más rica que, teniendo en cuenta las complejas situaciones concretas en que se encuentra la comunidad católica, crezca también en una armónica comunión jerárquica. Por tanto, Pastores y fieles están llamados a defender y salvaguardar lo que pertenece a la doctrina y a la tradición de la Iglesia.

Tensiones y divisiones dentro de la Iglesia: perdón y reconciliación

6. Dirigiéndose a toda la Iglesia con la Carta apostólica Novo millennio ineunte, mi venerado Predecesor, el Papa Juan Pablo II, afirmaba que un « aspecto importante en que será necesario poner un decidido empeño programático, tanto en el ámbito de la Iglesia universal como de las Iglesias particulares, es el de la comunión (koinonía), que encarna y manifiesta la esencia misma del misterio de la Iglesia. La comunión es el fruto y la manifestación de aquel amor que, surgiendo del corazón del eterno Padre, se derrama en nosotros a través del Espíritu que Jesús nos da (cf. Rm 5,5), para hacer de todos nosotros “un solo corazón y una sola alma” (Hch 4,32). Realizando esta comunión de amor, la Iglesia se manifiesta como “sacramento”, o sea, “signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad del género humano”. Las palabras del Señor a este respecto son demasiado precisas como para minimizar su alcance. Muchas cosas serán necesarias para el camino histórico de la Iglesia también en este nuevo siglo; pero si faltara la caridad (agapé), todo sería inútil. Nos lo recuerda el apóstol Pablo en el himno a la caridad: aunque habláramos las lenguas de los hombres y los ángeles, y tuviéramos una fe “que mueve las montañas”, si faltamos a la caridad, todo sería “nada” (cf. 1 Co 13,2). La caridad es verdaderamente el “corazón” de la Iglesia ».

Estas indicaciones, que atañen a la naturaleza misma de la Iglesia universal, tienen un significado particular para la Iglesia en China. En efecto, vosotros no ignoráis los problemas que ella está afrontando para superar —en su interior y en sus relaciones con la sociedad civil china— tensiones, divisiones y recriminaciones.

A este respecto, ya el año pasado, hablando de la Iglesia naciente, recordé que « la comunidad de los discípulos desde el inicio experimenta no sólo la alegría del Espíritu Santo, la gracia de la verdad y del amor, sino también la prueba, constituida sobre todo por los contrastes en lo que atañe a las verdades de fe, con las consiguientes laceraciones de la comunión. Del mismo modo que la comunión del amor existe ya desde el inicio y existirá hasta al final (cf. 1 Jn 1,1ss), así por desgracia desde el inicio existe también la división. No debe sorprendernos que exista la división también hoy […]. Siempre existe el peligro de perder la fe y, por tanto, también de perder el amor y la fraternidad. Por consiguiente, quien cree en la Iglesia del amor y quiere vivir en ella tiene el deber preciso de reconocer también este peligro ».

La historia de la Iglesia nos enseña, además, que no se manifiesta una auténtica comunión sin un fatigoso esfuerzo de reconciliación[23]. En efecto, la purificación de la memoria, el perdón de quien ha obrado mal, el olvido de los daños sufridos y la pacificación de los corazones en el amor, que se han de realizar en el nombre de Jesús crucificado y resucitado, pueden exigir la superación de actitudes o visiones personales, nacidas de experiencias dolorosas o difíciles, pero son pasos urgentes que se han de dar para aumentar y manifestar los vínculos de comunión entre los fieles y los Pastores de la Iglesia en China.

Por eso, ya mi venerado Predecesor os había dirigido en varias ocasiones una apremiante invitación al perdón y a la reconciliación. A este respecto, me gusta recordar un fragmento del mensaje que él os mandó al aproximarse el Año Santo del 2000: « Al prepararos para la celebración del gran jubileo, recordad que en la tradición bíblica este momento ha implicado siempre la obligación de perdonarse las ofensas unos a otros, reparar las injusticias cometidas y reconciliarse con los demás. También a vosotros se ha anunciado la “gran alegría preparada para todos los pueblos”: el amor y la misericordia del Padre, la redención realizada por Cristo. En la medida en que vosotros mismos estéis dispuestos a aceptar este anuncio gozoso, podréis transmitirlo, con vuestra vida, a todos los hombres y mujeres con quienes tenéis contacto. Deseo ardientemente que secundéis las sugerencias interiores del Espíritu Santo, perdonándoos unos a otros todo lo que debéis perdonaros, acercándoos y aceptándoos recíprocamente, y superando las barreras para eliminar todo lo que pueda separaros. No olvidéis las palabras de Jesús durante la última cena: “En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros” (Jn 13,35). He sabido con alegría que queréis ofrecer, como don muy valioso para la celebración del gran jubileo, la unidad entre vosotros y con el Sucesor de Pedro. Este propósito es seguramente fruto del Espíritu, que guía a su Iglesia por los difíciles caminos de la reconciliación y la unidad ».

Todos somos conscientes de que este camino no podrá realizarse de un día para otro, pero estad seguros de que la Iglesia entera elevará una insistente oración por vosotros con este objetivo.

Además, tened presente que vuestro camino de reconciliación está apoyado por el ejemplo y la oración de muchos « testigos de la fe » que han sufrido y han perdonado, ofreciendo su vida por el futuro de la Iglesia católica en China. Su misma existencia representa una bendición permanente para vosotros ante el Padre celestial y su memoria producirá abundantes frutos.

CARTA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

BENEDICTO XVI]

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