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Mi práctica sería la paciencia – Ven. Ajahn Sumedho

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Mi práctica sería la paciencia

Ven. Ajahn Sumedho

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Cuando fui por primera vez a Wat Pah Pong no podía entender el idioma. Y en aquellos días Ajahn Chah estaba en su mejor momento y ofrecía charlas de tres horas todas las tardes. Él podía seguir… y seguir… y seguir… y a todos les encantaba –era un muy buen orador, con un gran sentido del humor y todos disfrutaban de sus charlas. Pero… ¡si no puedes entender el idioma…! Allí sentado pensaba: «Cuándo terminará, estoy perdiendo el tiempo». Estaba muy irritado y me dije: «Ya he tenido suficiente, me voy».

Pero no logré reunir suficiente valor para retirarme, de modo que me quedé allí sentado pensando: «Me voy a otro monasterio. Estoy harto de esto; no lo soporto más». Entonces, él me miró –tenía la sonrisa más resplandeciente– y me dijo: «¿Estás bien?». Y, de repente, toda la ira que había estado acumulando por esas tres horas se desvaneció completamente.

Eso es interesante, ¿no? Después de estar allí sentado, echando chispas por tres horas, la ira simplemente desapareció. Así fue que resolví que mi práctica sería la paciencia, y que durante ese tiempo desarrollaría la paciencia. Concurría a todas las charlas y me sentaba tanto tiempo como me era posible soportar físicamente. Tomé la determinación de no perderme ninguna, o de tratar de no escaparme de ninguna, y simplemente practicar la paciencia.

Y al hacer eso comencé a descubrir que la oportunidad de ser paciente fue algo que me ha ayudado muchísimo. La paciencia es una base muy firme para mi insight y comprensión del Dhamma; sin ella sólo hubiera divagado e ido de aquí para allá, como tanta gente que uno ve. Muchos occidentales vinieron a Wat Pah Pong y se fueron desorientados porque no eran pacientes. No querían sentarse a escuchar charlas de tres horas y ser pacientes. Querían ir a lugares donde pudieran conseguir iluminación instantánea, rápidamente y de la manera que a ellos se les antojara.

A causa de los deseos y ambiciones egoístas que pueden impulsarnos, incluso en el camino espiritual, somos incapaces apreciar realmente la manera en que las cosas son. Cuando reflexioné y, de hecho, contemplé mi vida en Wat Pah Pong me di cuenta de que era una situación muy buena: había un buen maestro, había suficiente para comer, los monjes eran buenos monjes, los laicos eran muy generosos y amables y había incentivo para la práctica del Dhamma. Mejor imposible; fue una oportunidad maravillosa. Y, aún así, tantos occidentales eran incapaces de ver eso porque tendían a pensar: «No me gusta esto… No quiero aquello… Debería ser de otra manera»; y: «Lo que yo pienso es… Lo que yo siento es… No quiero que me molesten con esto o aquello».

Por aquellos días, yo era apenas un monje júnior, y una noche Ajahn Chah me llevó a una fiesta de aldea –Satimanto Bhikkhu estaba allí en ese momento. Éramos practicantes muy serios y no queríamos ninguna clase de frivolidad o tontería. Y, por supuesto, ir a una fiesta de aldea era lo último que queríamos hacer –porque en estas aldeas aman los altavoces. De todos modos, Ajahn Chah nos llevó a Satimanto y a mí a esta fiesta, y tuvimos que sentarnos toda la noche con los sonidos estridentes de los altavoces –¡y monjes dando charlas todo el tiempo! Pensaba: «¡Oh, quiero regresar a mi cueva –monstruos verdes y fantasmas son mucho mejor que esto!». Noté que Satimanto, que era increíblemente serio, se veía verdaderamente irritado y crítico y muy desdichado. Nosotros sólo nos sentamos allí luciendo infelices. Yo me preguntaba: «¿Por qué Ajahn Chah nos trae para estas cosas?».

Entonces comencé a observarme a mí mismo. Me recuerdo allí sentado reflexionando: «Aquí estoy disgustándome por esto. ¿Eso es malo? Lo que es realmente malo es lo que estoy haciendo de ello. Lo que es realmente miserable es mi mente. Altavoces, ruido, perturbación y somnolencia, puedo soportarlo, pero esa cosa horrible en mi mente que aborrece, se irrita y quiere irse… ¡esa es la verdadera miseria!».

Esa tarde comprendí cuánta infelicidad puedo crear en mi mente por cosas que, de hecho, puedo sobrellevar. Recuerdo eso como un insight muy claro de lo que pensaba que era la desdicha y de lo que realmente es la desdicha. Al principio culpaba a las personas, los altavoces, la perturbación, el ruido y la incomodidad –pensaba que ese era el problema. Después me di cuenta de que no lo era; que era mi mente la desdichada.

Si reflexionamos y contemplamos el Dhamma, aprenderemos de las mismas situaciones que no nos agradan en lo más mínimo –si tenemos la voluntad y la paciencia para ello.


Fuente: http://appamadanet.webs.com/




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